domingo, 1 de diciembre de 2019

NOVENA A LA INMACULADA. DIA TERCERO. San Enrique de Ossó




NOVENA A LA INMACULADA. DIA TERCERO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción. Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y un canto.
MEDITACIÓN DÍA 3º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Pondera, hijo mío, como yo sola, entre todas las hijas de Eva, fui saludada por Dios y por todos los ángeles en el primer instante de mi Concepción Inmaculada, llena de gracia, como más tarde lo fui por el arcángel. Esta singular, solemne y nunca oída salutación angélica, hijo mío, manifiesta claramente que yo fui morada de todas las gracias celestiales, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y además, tesoro casi infinito y abismo inexhausto de los mismos dones, de tal manera que, no estando nunca expuesta al enemigo común y participando de la eterna bendición juntamente con mi hijo Jesús, merecí escuchar de mi prima Elisabet, impulsada por el Espíritu Santo, aquellas admirables palabras: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Pondera, hijo mío, aquella nobilísima sentencia de los santos Padres, los cuales al tratar de mi Concepción aseguraron, que la naturaleza cedió a la gracia, y permaneció como temblando y sin atreverse a seguir su curso, sucediendo que no fui concebida en el seno de mi madre Ana antes que la gracia diese su fruto, pues era conveniente que yo fuese primogénita, ya que de mí había de ser concebido el primogénito de Dios y de todas las criaturas. Llena de gracia aparecí en el mundo en el primer instante de mi Concepción; llena de gracia en toda mi vida, y llena de gracia en mi muerte; llena de gracia en el trono de la inmortalidad en la gloria, y tan llena de gracia, hijo mío, que todos reciben de mí: los ángeles, alegría; los pecadores, perdón; los justos, gracia, y Dios mismo, su naturaleza humana. Admira, hijo mío, esta plenitud, este abismo de gracia, y da conmigo infinitas gracias a Dios, que así me honró y distinguió entre todas las criaturas, y serás partícipe de mi plenitud.
Punto segundo. Los hijos de María a su Madre. –Llena de gracia sois, Madre mía, desde el primer instante de vuestra Inmaculada Concepción. Y si llena de gracia, prevenida por la gracia, ¿qué tenía qué ver con vos la culpa, que es privación de la gracia? Por eso vuestro nombre propio y con el cual os saludó el arcángel ¡oh María! es llena de gracia. Llena de gracia en vuestra alma, en vuestro cuerpo, en vuestras potencias, en vuestros sentidos, en vuestro interior y en vuestro exterior. Con el uso de razón, que se os comunicó ya en el primer instante de vuestra Concepción, tuvisteis una gracia tan grande, tan perfecta; hermoseó tanto vuestra alma y la hizo tan amable a los ojos del Altísimo, que Él mismo os ruega apartéis de Él vuestra mirada, porque le hace salir de Sí mismo. Tan perfecta fue esta gracia, que ningún santo, ni serafín llegaron jamás a poseerla, porque los fundamentos de vuestra santidad se echaron sobre los montes santos, y por eso el Señor tres veces Santo amó más las puertas de Sión que todos los edificios más perfectos y acabados de Jacob; esto es, la gracia primera fue en vos desde el principio con tanta plenitud, que jamás los otros santos en el fin de su vida pudieron alcanzar.
¡Oh Reina de la gracia y de la gloria! Humillado me postro ante vuestra presencia para admirar y reverenciar en silencio vuestra incomparable belleza y gracia. Si ya en el primer instante sois abismo de la gracia, ¡oh purísima y agraciada María! ¿Cuál será vuestra gracia en el declinar de la vida, después de haber negociado con este caudal inmenso todos los instantes por más de setenta años? Solo Dios que se ha complacido en hacer cosas grandes en vuestra alma, puede medir y sondear tanta belleza, tantos méritos y tanta gloria. Yo glorifico por ello y doy gracias a Dios y a vos, y os pido, no honores ni riquezas, ni pompas vanas, sino la gracia y amistad de vuestro hijo Jesús y la vuestra, ¡oh Madre de la eterna vida y de la divina gracia! Ya que vos sois la dispensadora de ella, ¡oh llena de gracia, Inmaculada María! derramadla a raudales sobre el alma de este vuestro pobrecito y esclavito, esta gracia preciosa para que sepa conservarla y multiplicarla, y gozar con vos de su premio en la eterna gloria. Amén.
Jaculatoria. ¡Oh María Inmaculada! vos sois la gloria de la celeste Jerusalén, la alegría de Israel, el honor y la gloria de vuestro pueblo. Dios te salve, llena de gracia.
Obsequio. Recitaré el canto del Magnificat, y comulgaré en honor de María.