martes, 3 de diciembre de 2019

NOVENA A LA INMACULADA. DIA QUINTO. San Enrique de Ossó



NOVENA A LA INMACULADA. DIA QUINTO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción. Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y un canto.
MEDITACIÓN DÍA 5º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –No has de juzgar de mis méritos, de mis virtudes, de mis excelencias y gracias, hijo mío, del modo común como juzgas a los demás santos. Porque los fundamentos de mi santidad y de mi amor a Dios, están, hijo mío, ya en el primer instante de mi Concepción, sobre la cima de los más elevados montes, que son todos los ángeles y santos. Yo aparecí en el cielo, en el instante primero de mi Concepción, como un grande portento, porque no solo aparecí revestida del sol, esto es, adornada con todos los resplandores y gracias del Sol de justicia, sino que yo misma vestí a este mismo Sol de toda justicia, el Verbo, Hijo de Dios, haciéndole Hijo del Hombre. Si, pues, este Sol eterno vino al mundo para incendiarlo con sus fuegos, y no hay nadie que no sienta el calor de sus fulgores, pondera, hijo mío, cuán abrasada debía estar mi alma en el fuego del divino Amor que aparece ya en el primer instante toda vestida de este Sol, no participando de alguno de sus ardores, sino abismada en ellos. Porque en el primer instante tuve perfectísimo uso de razón, que me duró toda la vida, con perfecta libertad para obrar el bien, y no solo tuve el uso perfecto de la razón, sino la lumbre plenísima y sobrenatural de la fe y copiosísima sabiduría y luces inexplicables con intensísimos auxilios para merecer. Y más que todo tuve, hijo mío, inmensa caridad. Admira, hijo mío, e imita mi perfectísima caridad. Dios era todo para mí, y solo Dios me bastó siempre y llenó los senos inmensos de mi corazón. “Dios mío y todas las cosas, yo os amo con todo mi corazón”. He aquí la primera y la única aspiración de mi corazón desde el primer instante de mi vida. Además, nada había en mí de corrupción ni de pecado que estorbase la acción de la infinita caridad de Dios. Los serafines y todos los santos, hijo mío, pueden aprender cómo se ama con toda perfección a Dios en el primer instante de mi ser. Yo amé a Dios cuanto un corazón humano le puede amar. Le amé porque era infinitamente bueno, bello, santo, veraz, justo, infinito en todo género de perfecciones. Amé a Dios puramente, constantemente, ardentísimamente, perfectamente; esto es, le amé porque era Dios, sin ningún interés mío, cuanto le podía amar, esto es, con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas. Por eso Dios amó más las puertas de Sión que todos los tabernáculos de Jacob, y aunque yo no hubiese tenido que esperar eterna recompensa, lo mismo hubiese amado a Dios solo por su bondad infinita. ¿Es así tu amor a Dios, hijo mío? Si no amas a Dios sobre todas las cosas, estás perdido eternamente. Enmiéndate.
Punto segundo. Los hijos de María a su Madre. –¡Oh fuego que siempre ardes en el alma purísima de mi Madre María Inmaculada! Ven a mi pecho y enciéndele, abrásale y consúmele. Pedid, Madre amantísima a vuestro hijo Jesús, que vino a meter fuego en todos los corazones y no desea sino que ardan, y que ha metido en vuestro corazón Inmaculado desde el primer momento tan inmenso incendio; pedidle que encienda, consume y abrase también nuestro corazón en el divino Amor. ¿De qué me ha de servir la vida y qué he de hacer de mi corazón, si no lo empleo todo en amar a mi Dios y a vos? ¡Oh María Inmaculada, Reina y Madre del hermoso Amor! Por vuestra inmensa caridad yo os ruego os dignéis enviar a mi helado pecho, a lo menos una centellica del divino amor que rebosa en vuestro corazón como en un volcán inmenso. Alcanzadme la gracia, Madre amable, de que nunca pierda este amor. O amar o morir de amor. O morir de amor, o no vivir. Una sola gracia os pido, Madre querida, y es que me concedáis el vivir y morir abrasado del divino Amor, como vos vivisteis y moristeis, para reparar el tiempo malgastado en la tibieza, en la flojedad y ¡ay! tal vez en el desamor divino. ¡Tiempo perdido! ¡Tiempo el más desgraciado, el que malgasté no amando a la suma Bondad! ¡Oh hermosura siempre antigua y siempre nueva! ¡Cuán tarde os conocí, cuán tarde os amé!... Hacedme prisionero perpetuo de vuestro amor. ¿Por qué como mi Inmaculada Madre, no empecé a amar sobre todas las cosas a mi Dios, desde que despuntó en mi alma el uso de razón? ¿Por qué para todos he tenido amor de sobras menos para mi Dios? ¿Por qué siempre he sido tardío y escaso en amaros a vos, mi Dios, Dios de mi corazón? ¿Por qué no os he amado como yo debo y vos merecéis y me mandáis? ¡Ay! Porque no he querido. Yo os pido ¡oh Dios de amor! que olvidéis mis desvíos pasados y me convirtáis a Vos, y os ame siempre, a ejemplo de mi Madre del hermoso amor, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, y viva y muera de vuestro amor. Amén.
Jaculatoria. ¡Oh fuego del divino Amor, que siempre ardiste en el corazón de mi Madre María Inmaculada! enciéndeme, abrásame.
Obsequio. Haré en este día cincuenta actos de amor de Dios, y pediré siempre a mi Madre María el vivir y morir abrasado en el amor de Dios.