jueves, 5 de diciembre de 2019

NOVENA A LA INMACULADA. DIA SÉPTIMO. San Enrique de Ossó




NOVENA A LA INMACULADA. DIA SÉPTIMO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción. Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y un canto.
MEDITACIÓN DÍA 7º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Considera, hijo mío, que yo, María, aparecí en mi Concepción Inmaculada como el más estupendo milagro de sobre la tierra, el espectáculo más admirable entre todas las cosas admirables; el portento que enaltece a toda la humana naturaleza y sobrepuja a todos los serafines: un prodigio inaudito, una incomprensible novedad. Después de Dios, hijo mío, soy superior a todos, más pura y más bella que todos los serafines. Templo, trono y cielo de la divinidad; gloria, decoro y ornamento de toda la Iglesia, porque yo soy sola Inmaculada. Porque si los santos apóstoles, doctores, vírgenes y mártires la honran a pesar de ser concebidos en pecado, ¿cuánto más la he de honrar yo con mi Inmaculada Concepción, pues soy la Reina de todos ellos? Bastaría yo sola, hijo mío, para hacer a la Iglesia admirable, fuerte y gloriosa. Bastaría yo sola, que soy el primero y más noble miembro de toda la Iglesia, para hacerla honorable, amable y admirable por siempre y por todo el mundo. Mas no solo, hijo mío, soy la gloria de Jerusalén, la honorificencia de todo el pueblo fiel, sino que soy también la alegría y el esfuerzo de Israel. Yo soy Virgen poderosa, causa de vuestra alegría, auxilio de los cristianos, refugio de pecadores, vida, dulzura, fortaleza y esperanza de los débiles, porque triunfé del demonio en mi primer instante y siempre. Yo soy la Madre divina que engendró el gozo principal, Cristo Jesús, y lo nutrió y lo introdujo con gloria en el mundo. Nada hay en mí de austero, hijo mío, nada que infunda temor. Soy toda suave, toda amable, y como mansa y fecunda ovejita, a todos suministro lana, leche y miel. Soy toda llena de piedad, de gracia, de mansedumbre, de misericordia, de ternura y de amor. Fui concebida Inmaculada para ser con el tiempo digna Madre de Dios y de los hombres. Por mí, hijo mío, se regocija el cielo, se alegran los ángeles, son vencidos los demonios, destruidas las herejías y los hombres reconciliados con Dios. Por mí toda criatura viene al conocimiento de la verdad, y la Iglesia ha sido establecida por todo el mundo. Yo soy vuestro alivio, vuestra guía, vuestra fortaleza, vuestro consuelo, vuestra vida, dulzura y esperanza. ¡Cuántos títulos, hijo mío, para moverte a invocarme con toda confianza y amor!
Punto segundo. Los hijos de María a su Madre. –Permitidme ¡oh Madre amada! que exclame fuera de mí con la Iglesia santa: Toda hermosa sois ¡oh María! y mancha original no hay en vos. Vos sois la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, el honor de nuestro pueblo, la abogada de los pecadores. ¡Oh María! Virgen prudentísima, Madre clementísima, ruega por nosotros, intercede por nosotros con vuestro Hijo y Señor mío Jesucristo, y presérvanos de todo mal y de todo pecado, y sintamos vuestra eficaz protección todos los que os proclamamos Inmaculada. ¡Oh Madre de la eterna vida! ¡Cuán felices somos los hijos de la Iglesia! ¡Cuán honrados y ennoblecidos por teneros a vos por Madre! Yo quiero honraros como la gloria de la Iglesia más preclara, y quiero honrar a la Iglesia porque posee por su Reina y su Madre a vos ¡oh María Inmaculada! ¡Con cuánto gozo clamaré en vida y en la hora de la muerte, con cuánto consuelo y confianza de mi alma, con mi amada Madre, y vuestra privilegiada hija santa Teresa de Jesús! “En fin, Señor, soy hijo de la Iglesia. En fin, Señor, soy hijo de María” ¡Cuán dulce cosa será morir con este gozo! Haced, Madre querida, que me haga digno hijo de vos con mis obras, que os honre a vos y a la Iglesia con mi conducta cristiana, conforme en todo con la ley de Dios. ¡Oh señora mía y Madre mía! Confirmadme en el bien con vuestra fortaleza, honradme con vuestra gloria, consoladme con vuestra bondad. Dignaos que yo os alabe, honre, glorifique y ensalce con mis santas obras. Hacedme puro y santo y digno hijo vuestro. Yo me ofrezco a vos en vida y por toda la eternidad.
Confortad, Madre poderosísima, a la Iglesia en todas sus grandes tribulaciones y persecuciones. Coronadla con la gloria del triunfo sobre sus enemigos, que lo son de la verdad y de la virtud. Consolad al sumo pontífice que tanto os ama, y todos reconozcan que sois vos, ¡oh María Inmaculada! la gloria, el honor, la fortaleza y el gozo de la Iglesia católica, que confía en vos. Amén.
Jaculatoria. ¡Oh María Inmaculada! no cese jamás de amaros mi corazón y de alabaros mi lengua. Bendita seas.
Obsequio. Llevaré día y noche el escapulario de la Inmaculada Concepción, y en las tentaciones lo apretaré contra mi corazón, diciéndole: vuestro soy ¡oh María! salvadme.