NOVENA A LA INMACULADA. DIA OCTAVO. San Enrique de Ossó
Después del Rezo del
Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción.
Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y
un canto.
MEDITACIÓN DÍA 8º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de
que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la
luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para
admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Pondera, hijo mío, que no solo aparecí
como portento grande en mi Concepción, vestida del sol y calzada de la luna,
sino también orlada mi cabeza con brillante corona de doce estrellas, que
representan los doce apóstoles y la plenitud de todos los fieles de la Iglesia.
Los santos apóstoles, hijo mío, fueron mi principal gozo, y mi corona, el más
insigne trofeo de mi triunfo sobre Satán. Mi hijo Jesús, al abandonar este
mundo, quiso encomendarme al apóstol san Juan como Madre suya, y al tomarme
Juan como cosa suya quiso, digo, que representase principalmente a los doce
apóstoles. Por esto Juan bebió en el pecho de mi Hijo y en mis lecciones
maternales los conceptos más sublimes de su divino evangelio; así como san
Lucas, como secretario, aprendió de mis labios la tierna historia de la
infancia de Jesús que narra en su evangelio. Todos los apóstoles acudían a mí,
después de la muerte de mi Hijo y de su Ascensión a los cielos, como a la silla
inmaculada de la Sabiduría, como a la maestra de la Iglesia, como al cetro de
la verdadera fe, como a la confidente de Jesús y partícipe de sus secretos,
como a la Madre de Jesús. Por esto los apóstoles, hijo mío, fueron los
principales defensores y propagadores de mis glorias, de mis prerrogativas.
Ebion, Cerinto, Valentino, Saturnino, Basilides, fueron condenados por sus
errores, y fueron los apóstoles los primeros en enseñar el catecismo de mis
glorias como de Virgen Inmaculada y Madre, de la cual nació Jesús, Hijo de
Dios. Los indios, de boca de santo Tomás; los españoles, de boca de san Jaime;
los griegos, por la de san Juan, san Pedro y san Pablo; los italianos por la de
san Pedro, san Pablo y Bernabé, y así todas las naciones aprendieron mis
glorias, mis privilegios, mis gracias por medio de los apóstoles. En toda la
tierra resonó la voz de los apóstoles, y hasta los más remotos confines del
globo se hizo sentir su palabra, que anunciaba la verdad de mis glorias, de mis
privilegios y de mis gracias. Los apóstoles, hijo mío, sembraron por todas
partes la semilla de mi devoción, plantaron y cultivaron las raíces de esta
devoción que después creció inmensamente y esparció sus ramas hasta cubrir con
su benéfica sombra todo el orbe, cumpliéndose aquellas palabras de los sagrados
libros, esto es, que yo, María, soy como el terebinto que extendió sus ramas
por todas partes, produciendo frutos de honor y de honestidad. Imita a los
apóstoles, hijo mío, en propagar mi devoción y mis glorias, y vendrás a verme
en el cielo.
Punto segundo. Los hijos de María a su
Madre. –Verdaderamente,
Madre Inmaculada, son los apóstoles las doce esplendentes estrellas de vuestra
bella corona, no solo en el primer instante de vuestra Concepción sin mancha,
sino también en el último instante de vuestra vida, cuando los contemplo
rodeando vuestro lecho en el momento de vuestra muerte y de vuestra sepultura
para dar testimonio de vuestra gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos.
Como fueron vuestro gozo y corona para proclamar las grandezas de vuestra
Concepción Inmaculada, lo fueron así mismo a vuestra muerte por otro prodigio
inaudito, para significarnos cuánto debemos honraros y amaros. Sea también yo
¡oh Virgen Inmaculada! una estrella de vuestra corona por mis virtudes y sobre
todo por la pureza perfecta de cuerpo y alma, que es la virtud predilecta de
Jesús y de vos. Yo me congratulo, Virgen sagrada, con vos, por el honor y
gloria que os dieron los apóstoles por todo el mundo, y os pido me hagáis
partícipe de su celo por vuestra gloria, para que yo también propague vuestras
glorias, según mis fuerzas y la gracia que recibo de vos. Purificad mis labios,
alumbrad mi mente, santificad mi alma y llenad de celo mi corazón y de pureza
mi espíritu para que pueda dignamente alabaros y salir victorioso de todas las
tentaciones de mis enemigos, en especial de los que combaten la pureza de mi
cuerpo y alma. Mirad a la Iglesia que plantaron y regaron los apóstoles con su
sangre, cuán ferozmente es perseguida de vuestros enemigos, que la quieren
poner por el suelo. Mirad cómo son perseguidos, calumniados y despreciados los
sucesores de los apóstoles, los obispos, sacerdotes, y más que todos, el sumo
pontífice, vicario de Jesucristo, propagadores todos de vuestras glorias. Yo
los recomiendo fervorosamente a todos, ¡Madre querida! a vuestro amor y defensa
maternal. ¡Oh María! vos que destruisteis todas las herejías y quebrantasteis
la cabeza del dragón infernal en el primer instante de vuestra Concepción sin
mancha, arrojad al infierno a Satanás y a todos los espíritus malignos, y
salvadnos, que perecemos.
Jaculatoria. ¡Oh Inmaculada María! Mírame con
compasión, no me dejes, Madre mía.
Obsequio. Rezaré al dar las horas el Avemaría, con la oración
Bendita sea tu pureza.