Comentario al Evangelio
San Jerónimo
IV domingo de Adviento
Detrás de mí
viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle, inclinándome,
la correa de sus sandalias. Aquí aparece claramente un signo de humildad; es
como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en estas sencillas
palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en el Deuteronomio y
en el libro de Ruth que cuando alguien
se negaba a tomar por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden
de parentesco, ante los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el
matrimonio, tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se negaba, la misma a
quien no quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara
y le escupía. De este modo podía ya casarse con el otro.
Esto se hacía
para pública deshonra—interpretando de momento el texto al pie de la letra—a
fin de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre,
el miedo a esta pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos
revela el sacerdocio. Juan mismo dice: «el que tiene a la esposa es el esposo».
Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del esposo: no
puedo, siguiendo la ley, desatar la correa de su sandalia, porque él no ha rechazado
a la Iglesia por esposa.
Yo os bautizo con agua, yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo os ofrezco agua. Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que se ve; él lo que no se ve. Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu invisible.