domingo, 17 de noviembre de 2019

RENUNCIAR AL ESPÍRITU DEL MUNDO. San Juan Bautista de la Salle


RENUNCIAR AL ESPÍRITU DEL MUNDO
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO VIGÉSIMO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉ 
San Juan Bautista de la Salle   
Llegado Jesús a la casa de un príncipe de la sinagoga con el fin de resucitar a la hija de éste, mandó salir fuera al tropel de gente que allí se encontraba, y dijo: La niña no está muerta sino dormida (1).
Puede afirmarse también de muchos que han dejado el mundo para vivir en comunidad, que no están muertos, sino sólo dormidos; porque, si efectivamente dejaron el siglo, no han renunciado de todo punto a él, como lo manifiestan a las claras con su conducta.
En primer lugar, no están muertos sus sentidos. Es muy cierto que algunos se muestran recatados delante de sus superiores y, otros, en presencia de sus hermanos cuando están en casa o durante los ejercicios de piedad; pero, si salen a la calle, han de enterarse de cuanto en ella ocurre.
Los hay que parecen más comedidos; pero ¿sucede algo fuera de lo corriente?, luego levantan la vista para mirarlo; o bien, cuando van de viaje, se apartan del camino, si a mano viene, para satisfacer la curiosidad y ver lo interesante que puedan hallar a su paso, como iglesias y edificios hermosos, o amenos jardines.
Otros parecen muy mortificados en la mesa: toman indistintamente cuanto se les coloca delante, sin quejar se de nada; pero, si han de ponerse en camino, se las arreglan para comer lo mejor que encuentran y, si caen enfermos, cuesta lo suyo complacerlos.
Los sentidos de todos éstos no han muerto; están sólo adormecidos; por eso se despiertan con suma facilidad. No imitéis a los israelitas quienes, salidos de Egipto por señalado favor de Dios, se olvidaron pronto de los males que allí pasaron, y echaban de menos las cebollas que comían en aquel país.
Sus pasiones tampoco están muertas. Algunos soportan cuanto les dicen en las calles para humillarlos; pero se disgustan si en casa los reprenden o avisan sus faltas, o se los humilla en alguna ocasión. Otros se niegan a tolerar cosa alguna, tanto dentro como fuera de casa: refunfuñan, vuelven la cabeza o hacen otros gestos que dan a conocer su disgusto, y aun amenazan.
Otros soportan lo que les venga de sus superiores, y cumplen puntual y exteriormente las penitencias que les imponen; pero, si alguno de sus hermanos les dice una palabra áspera o les molesta lo más mínimo, inmediatamente los veréis incomodados. En el ejercicio de su empleo, algunas veces se enojan con los escolares y los golpean con la mano, lo que acarrea muchas veces malas consecuencias difíciles de remediar.
Las pasiones de todas esas personas no han muerto; duermen tan sólo por algún tiempo, después del cual se despiertan, en unos con mucho vigor; en otros, con alguna mayor moderación; en éstos, más a menudo; en aquéllos, más rara vez.
Vosotros, con todo, no debisteis dejar el mundo sino para dar muerte completa a las pasiones; sin lo cual nunca tendréis verdadera virtud. Aplicaos a ello decididamente y con todo el empeño de que sois capaces.
Muchos, aunque han dejado el mundo, no han muerto absolutamente a cuanto hay en él; ya que, para estar de todo en todo muertos al siglo, nada en él ha de parecer bello ni bueno. A pesar de eso, los hay que se hallan muy a gusto en compañía de los mundanos, y cuando no pueden andar entre ellos, suplen su falta, o platicando del mundo, o solicitando gustosos noticias de él, u ocupándose de sus cosas.
Otros se complacen en usar o, al menos, ambicionan tener ciertos vestidos, ropas, telas, sombreros, medias, zapatos, etc. que se parecen a los llevados por los seglares y, si no pueden hacerse con ellos, adoptan un no sé qué en la manera de vestir o en sus modales, que deja transparentar los aires mundanos.
Otros leen con frecuencia libros buenos; mas leerían de buena gana los que tratasen, no de cosas prohibidas, pero si curiosas. Hasta podría acontecer que, no obstante tenerlo prohibido los superiores, hubiese algunos tan descomedidos que leyeran periódicos, usaran tabaco y aun se lo proporcionaran por medios ilícitos.
Nada de esto conviene de ningún modo a personas que se consagraron a Dios renunciando a todo comercio con el mundo y eligieron un estado que les compromete a llevar vida observante en el seno de su comunidad.
Y aun cuando estas personas se apliquen a los ejercicios piadosos que en la comunidad se practican, y al desempeño de sus funciones; puede afirmarse con razón, dado su modo de vivir, que no han muerto al mundo, sino que sólo están como adormilados en relación con la vida mundana.
Eso no obstante, sólo para morir y para renunciar a cuanto los mundanos practican, se abraza la vida de comunidad. Pensadlo bien y, en lo sucesivo, no viváis en ella sino con esa persuasión y con ese propósito (*).