NO OBRAR POR RESPETO HUMANO
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Los fariseos y los herodianos, según refiere el evangelio de hoy, al acercarse a Jesucristo le alabaron porque enseñaba el camino de Dios con verdad, sin dársele nada de nadie, y sin consideración a la calidad de las personas (1).
Los que viven en comunidad son quienes han de seguir particularmente este proceder del Señor. Pues, habiendo renunciado al mundo, deben obrar siempre con la mira puesta en Dios, sin hacer caso de cuanto puedan decir los demás.
En primer término, deben imitar esa conducta de Jesucristo los superiores. Como son los únicos con quienes se relacionan tanto los de dentro como los de fuera, son también los más expuestos a la censura ajena en su modo de proceder.
Los que, dentro de casa, viven ansiosos de libertad juzgan, a veces, que el superior es harto puntual y exigente. Si es cuerdo y grave, dirán que es serio en demasía; si tiene exterior afable y atrayente, que es expansivo y acomodaticio en exceso; si reprende a menudo y no tolera nada, que es demasiado brusco; si disimula ciertas faltas en algunos, que permite la total relajación: si procede bien a juicio de unos, obrará mal según otros; de forma que ninguna de sus acciones se verá libre de reproche.
Lo único que el superior debe hacer a este respecto es no inquietarse por lo que digan de él; aunque ha de velar sobre si para no hacer cosa alguna que pueda dar mal ejemplo o esté en oposición a los deberes de su ministerio, y para no tener afición particular con ninguno, y poder presentarse como modelo de todos por la pie dad y la observancia.
Los inferiores deben, a su vez, obrar igual mente sin respetos humanos, por ser ésa una de las cosas que en mayor grado vician las acciones de los hombres. Dios los ha creado exclusivamente para El; no quiere, por tanto, que los mueva a obrar la consideración de criatura alguna. De modo que toda acción ejecutada por un fin creado, la considera Dios como injuriosa para Él, y de ninguna forma tendrá en cuenta el bien aparente que de ella pudiera seguirse
Si ocurriere, pues, que alguno de los hermanos faltase a la regularidad, no le imitéis por respeto humano: la ley y la voluntad de Dios han de servirnos de regla; no el ejemplo de los otros ni la estimación natural y humana que ellos nos merezcan. Si obráis con el fin de agradar a los hombres, no recibiréis otra recompensa por ello sino la bien ruin, efímera y pasajera que podrán daros los hombres.
Sobre todo, nada obréis ni omitáis por complacer a los mundanos, pues de ellos habla el Apóstol cuando afirma: Si pretendiera agradar a los hombres, no seria siervo de Jesucristo (2). A su vez, dice Jesucristo: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, por eso el mundo os aborrece (3).
Puesto que es necesario, según Jesucristo y según san Pablo, despreocuparse de agradar a los mundanos, y aun de ser aborrecido por ellos; nada debéis hacer con la intención de complacerles; máxime que los procederes e intenciones de la gente del mundo son diametral mente opuestos a los que vosotros debéis adoptar. Cuando, pues, os asalten pensamientos de respeto humano, traed a la memoria estas palabras de san Pablo: Si pretendiera agradar a los hombres, no sería yo siervo de Jesucristo.
Ni basta abstenerse de obrar con el fin de agradar a los hombres. Es necesario que " se proceda en todo con la única mira de tener contento a Dios y serle grato " (4), como dice el Apóstol - " haciendo todas las cosas de manera digna de Dios " (5); y que, con este fin, " caminéis por los senderos de Dios, de modo que, según enseña en otra parte san Pablo, los sigáis de continuo y progreséis en ellos de día en día "; porque, añade, la voluntad de Dios es que seáis santos y puros (6); esto es, que vuestras obras sean sin mancha, por no proponeros otro fin en ellas que a Dios.
Este será el auténtico y más seguro medio de andar por las veredas de Dios y de adelantar en ellas de continuo. Porque, así como en la otra vida ha de ser Dios el fin y término de todas vuestras acciones, así debe serlo ya también en la presente. Sobre todo en vuestro estado, que exige de vuestra parte mucha perfección; pues, como dice el Apóstol: No os llamó Dios a la impureza; o sea, a realizar obras indignas de vuestro estado, a causa de estar contaminadas y corrompidas por el mal fin que les imprimáis al hacerlas; sino que os llamó Dios para ser santos " (7).
Quien no se esmera, pues, por obrar con la mira puesta en Dios, no menosprecia a algún hombre, sino a Dios mismo.
Los que viven en comunidad son quienes han de seguir particularmente este proceder del Señor. Pues, habiendo renunciado al mundo, deben obrar siempre con la mira puesta en Dios, sin hacer caso de cuanto puedan decir los demás.
En primer término, deben imitar esa conducta de Jesucristo los superiores. Como son los únicos con quienes se relacionan tanto los de dentro como los de fuera, son también los más expuestos a la censura ajena en su modo de proceder.
Los que, dentro de casa, viven ansiosos de libertad juzgan, a veces, que el superior es harto puntual y exigente. Si es cuerdo y grave, dirán que es serio en demasía; si tiene exterior afable y atrayente, que es expansivo y acomodaticio en exceso; si reprende a menudo y no tolera nada, que es demasiado brusco; si disimula ciertas faltas en algunos, que permite la total relajación: si procede bien a juicio de unos, obrará mal según otros; de forma que ninguna de sus acciones se verá libre de reproche.
Lo único que el superior debe hacer a este respecto es no inquietarse por lo que digan de él; aunque ha de velar sobre si para no hacer cosa alguna que pueda dar mal ejemplo o esté en oposición a los deberes de su ministerio, y para no tener afición particular con ninguno, y poder presentarse como modelo de todos por la pie dad y la observancia.
Los inferiores deben, a su vez, obrar igual mente sin respetos humanos, por ser ésa una de las cosas que en mayor grado vician las acciones de los hombres. Dios los ha creado exclusivamente para El; no quiere, por tanto, que los mueva a obrar la consideración de criatura alguna. De modo que toda acción ejecutada por un fin creado, la considera Dios como injuriosa para Él, y de ninguna forma tendrá en cuenta el bien aparente que de ella pudiera seguirse
Si ocurriere, pues, que alguno de los hermanos faltase a la regularidad, no le imitéis por respeto humano: la ley y la voluntad de Dios han de servirnos de regla; no el ejemplo de los otros ni la estimación natural y humana que ellos nos merezcan. Si obráis con el fin de agradar a los hombres, no recibiréis otra recompensa por ello sino la bien ruin, efímera y pasajera que podrán daros los hombres.
Sobre todo, nada obréis ni omitáis por complacer a los mundanos, pues de ellos habla el Apóstol cuando afirma: Si pretendiera agradar a los hombres, no seria siervo de Jesucristo (2). A su vez, dice Jesucristo: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, por eso el mundo os aborrece (3).
Puesto que es necesario, según Jesucristo y según san Pablo, despreocuparse de agradar a los mundanos, y aun de ser aborrecido por ellos; nada debéis hacer con la intención de complacerles; máxime que los procederes e intenciones de la gente del mundo son diametral mente opuestos a los que vosotros debéis adoptar. Cuando, pues, os asalten pensamientos de respeto humano, traed a la memoria estas palabras de san Pablo: Si pretendiera agradar a los hombres, no sería yo siervo de Jesucristo.
Ni basta abstenerse de obrar con el fin de agradar a los hombres. Es necesario que " se proceda en todo con la única mira de tener contento a Dios y serle grato " (4), como dice el Apóstol - " haciendo todas las cosas de manera digna de Dios " (5); y que, con este fin, " caminéis por los senderos de Dios, de modo que, según enseña en otra parte san Pablo, los sigáis de continuo y progreséis en ellos de día en día "; porque, añade, la voluntad de Dios es que seáis santos y puros (6); esto es, que vuestras obras sean sin mancha, por no proponeros otro fin en ellas que a Dios.
Este será el auténtico y más seguro medio de andar por las veredas de Dios y de adelantar en ellas de continuo. Porque, así como en la otra vida ha de ser Dios el fin y término de todas vuestras acciones, así debe serlo ya también en la presente. Sobre todo en vuestro estado, que exige de vuestra parte mucha perfección; pues, como dice el Apóstol: No os llamó Dios a la impureza; o sea, a realizar obras indignas de vuestro estado, a causa de estar contaminadas y corrompidas por el mal fin que les imprimáis al hacerlas; sino que os llamó Dios para ser santos " (7).
Quien no se esmera, pues, por obrar con la mira puesta en Dios, no menosprecia a algún hombre, sino a Dios mismo.