NOVENA A LA INMACULADA. DIA SEGUNDO.
San Enrique de Ossó
Después del Rezo del
Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción.
Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y
un canto.
MEDITACIÓN DÍA 2º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de
que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la
luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para
admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –Sobre todas las prerrogativas y
gracias amo yo, hijo mío, el haber sido siempre Inmaculada. Sí, hijo mío, de
todas mis prerrogativas, privilegios, grandezas y gracias, la más amada de mi
corazón fue y es haber sido Inmaculada desde el primer instante, porque esta
gracia importa el haber sido siempre grata a los ojos de mi Dios. Si Dios me
hubiese dado a elegir el ser Inmaculada o dejar de ser Madre de Dios, hubiese
renunciado a la dignidad, casi infinita, de Madre de Dios, para ser siempre
inmaculada. ¡Oh, hijo mío! ¿Te has parado alguna vez a considerar qué mal tan
grande es el haber sido un momento solo objeto de ira y de maldición por Dios
bueno? ¡Un momento solo de no haber sido amado de Dios! ¡Un momento solo de
haber sido esclavo de Satanás! ¡Ay, horroriza solo el pensarlo al corazón que
ama a Dios y conoce lo que es amarle y ser amado por Él! ¡Oh, no es posible
hallar gracia más preciosa que el poder decir mi corazón con verdad: “Dios mío,
yo siempre os amé y he sido amada de vos”! Por eso el demonio y sus secuaces
los herejes han combatido siempre con ardimiento este privilegio mío, y han
odiado con mayor saña a la festividad de mi Concepción que a todas mis otras
festividades. Por eso también mis amantes hijos, es la que más han de honrar,
ensalzar y celebrar. Sí, hijo mío, llámame Madre de Dios, Reina de los ángeles
y de los hombres, emperatriz soberana de los cielos y de la tierra; nada de
esto me satisface ni recrea tanto, como si me llamas Inmaculada, siempre pura,
hermosa y santa. No lo olvides, hijo mío, tres son los títulos más gloriosos para
mí, que más me gustan y recrean. El primero, que me llames Inmaculada; el
segundo, Virgen, y el tercero Madre de Dios. Porque si estaba resuelta a
renunciar antes a la dignidad de Madre de Dios que a perder mi virginidad,
¿cuánto más hubiese preferido el perderlo todo antes que dejar de ser pura e
Inmaculada siempre a los ojos de mi Dios? Este amor mío y aprecio por la pureza
de mi alma, te enseña, hijo mío, a apreciar sobre todas las cosas la gracia de
Dios y a sufrir mil muertes antes que manchar la pureza de tu cuerpo y alma con
el más leve pecado. Imítame en este santo amor a la pureza. Sí, hijo mío,
primero morir que pecar, primero morir que afear tu alma con la más mínima
mancha de pecado.
Punto segundo. Los hijos de María a su
Madre. –¡Cuánto me alegra,
Madre mía de mi corazón, el saber que la música más suave, que el cantarcillo
más grato que desde este mísero destierro puedo hacer resonar en vuestro
corazón, en vuestro altar santo, y ante vuestro excelso solio de gloria, es el
llamaros Inmaculada, purísima siempre, toda hermosa y sin mancha de pecado!
Este será, pues, mi cantar de día y de noche a los pies de vuestro excelso
solio: toda hermosa sois, ¡oh María, Madre mía! y mancha de pecado original no
hay en vos. Ave María purísima, sin pecado concebida. Toda hermosa, toda pura,
siempre Inmaculada y sin mancha. Y aunque yo me vea concebido en pecado, lleno
de pecados, de manchas y de imperfecciones, no por eso desmayaré ni me alejaré
de vos, sino, como el enfermo del Evangelio, clamaré día y noche a las puertas
de vuestra grandeza para deciros con compunción y fervor: He aquí, señora y
Madre mía, que este tu pobrecito hijo a quien amas está enfermo, tiene llagada
y manchada su alma por el pecado. Mas si quieres, puedes sanarme; si quieres,
puedes lavarme, y quedará mi alma más blanca que la nieve. Ea, pues Madre eres
y tienes hermoso y piadosos corazón, baste para moveros a compasión la vista
sola de mis males. Quiero amar más la pureza de mi alma, la limpieza de mi
conciencia que todos los bienes de este mundo. Quiero adornar y hermosear mi
alma sobre todas las cosas y cuidados, porque sé que es lo que más agrada a
vuestro purísimo corazón. Y si yo os presento, Madre querida, todos los puntos
que fueron manchados de mi alma, recamados ahora con oro y pedrería, creo se
alegrará más con su vista vuestra purísima mirada, porque no descubrirán las
feas manchas, sino el engaste y esmalte precioso de las virtudes y de la pureza
de mi corazón. ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nos, que acudimos a vos!
Jaculatoria. Por vuestra Inmaculada Concepción,
Virgen María, haced puro mi cuerpo y santa el alma mía.
Obsequio. Me confesaré en esta novena de todos
mis pecados con dolor, para lavar las manchas del pecado de mi alma.