domingo, 26 de mayo de 2019

LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN. San Juan Bautista de la Salle

 
 Sobre la necesidad de la Oración.
 MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO QUINTO DESPUÉS DE PASCUA
San Juan Bautista de la Salle 
Pedid y recibiréis (1). Con estas palabras del evangelio de hoy quiere darnos a conocer Jesucristo que, pues tenemos necesidad de recibir sus gracias, debemos también pedírselas; y que, pues Dios está dispuesto a dárnoslas, nos ha suministrado el medio seguro para obtenerlas: la oración. Medio de uso muy fácil, ya que lo tenemos siempre a mano y en condiciones de servirnos de él cuando gustemos.
A fin de darnos a entender la facilidad con que puede obrarse el bien dice, por eso, san Agustín: " Si os veis impotentes para obrar, ya a causa de vuestra flaqueza, ya por lo violento de la tentación, ya por otro motivo cualquiera; acudid a la oración, que os comunicará infaliblemente el poder ejecutar lo que excede a vuestras fuerzas naturales ".
Cuando la práctica de la virtud se os haga, pues, cuesta arriba, tenéis que hacérosla fácil por la aplicación a la oración; y debéis acudir a ella sin tardanza, recordando estas palabras de Jesucristo: Pedid y recibiréis.
Lo que especialmente ha de moveros a orar, es la flaqueza a que el pecado os tiene reducidos; flaqueza que os haría incapaces de producir ningún bien sobrenatural. Y puesto que cada día somos más débiles, porque a diario caemos en nuevas culpas; cada día tenemos también necesidad mayor de ese auxilio.
" La oración, enseña san Juan Crisóstomo, es divino medicamento que arroja del corazón toda la malicia que en él encuentra, y lo llena de toda justicia. "
Por consiguiente, si aspiramos a vernos de todo en todo libres de pecado, nada mejor podemos hacer que darnos de lleno a la oración: por muchas que sean las culpas en que haya incurrido una persona que ame la oración,; a despecho de los mayores desórdenes, cuenta en ella con el recurso rápido y fácil para obtener la gracia de la penitencia y del perdón.
Pedid, pues, a Dios un corazón puro, que rehúya y deteste, no sólo los pecados más graves, sino todo cuanto pueda empañar vuestra conciencia y haceros menos gratos a Dios.
Estamos tan expuestos a las tentaciones que, al decir de Job, " nuestra vida es tentación constante " (2); de ahí que asegure san Pedro: El demonio nuestro enemigo, ronda de continuo en derredor nuestro, como león rugiente, buscando algún medio con que devorarnos (3).
Pues bien lo que nos pone en condiciones de resistirle es la oración.
Del demonio de la impureza, llega a decir Jesucristo, que " no es posible vencerlo sino por la oración y el ayuno " (4); y nombra la oración antes que el ayuno, para significarnos que, si bien es muy necesaria la mortificación para vencer al espíritu inmundo; es mucho más urgente aún armarse con la oración para triunfar en esa batalla.
Así, pues, cuando os veáis asaltados por el espíritu tentador, no ceséis de orar hasta que de todo punto le hayáis alejado de vosotros.