De
los provechos que nos acarrean las penas interiores y exteriores.
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE PASCUA
San Juan Bautista de la Salle
Cuando
Jesucristo anunció a los Apóstoles que regresaba al que le había enviado, sus
corazones se llenaron de tristeza (1).
La
presencia del Maestro constituía para ellos todo su consuelo y su sostén; de
ahí que se afligieran profundamente al oír que se verían pronto privados de
ella. Se persuadían de que, al faltarles visiblemente Jesucristo, quedaban sin
su apoyo, del que les parecía imposible prescindir. Por no haber recibido aún
el Espíritu Santo, vivían apegados a lo sensible, sin elevarse más allá de
lo que alcanzaban sus sentidos.
Cuando
se deja el mundo, cuando - al dejarlo - se renuncia a los placeres de los
sentidos, ocurre a veces, que tal renunciamiento se hace por puro gusto y por
mero atractivo sensible hacia Dios y hacia las cosas divinas, el cual produce
contento incomparablemente superior al de los sentidos. De modo que es un placer
mayor el que mueve a privarse gustoso de otro mucho más pequeño; esto prueba
que no se ha llegado aún al total desasimiento.
Pedid
instantemente a Dios ese cabal desapego de lo sensible, para no aficionaros más
que a Él solo, en quien se asienta toda la felicidad, tanto en la vida presente
como en la futura.
Viendo
Jesucristo que los Apóstoles se apenaban al oírle decir que pronto se
alejaría de ellos, les dio a entender que " les era conveniente su partida
" (2).
Quienes
se han dado a Dios creen a menudo que la presencia sensible del Señor es lo
único capaz de mantenerlos en la vida piadosa y que, si cayeren alguna vez en
sequedades y penas interiores, degenerarían totalmente del grado de santidad a
que Dios los había levantado; o les parece que al perder cierto gusto a la
oración, y la facilidad para dedicarse a ella, todo está perdido, y Dios los
ha desamparado por completo. Desolados interiormente, imaginan cerradas para
ellos todas las sendas que conducen a Dios.
Ha
de decírseles en tal coyuntura lo de Jesucristo a sus Apóstoles: que conviene
se retire sensiblemente Dios de ellos y que, si soportan de buen grado la
prueba, redundará en verdadera ganancia lo que ellos consideran pérdida.
La
razón principal de que Jesucristo diga a sus Apóstoles que les conviene su
partida del mundo es que, si El no se fuere, el Espíritu Consolador no vendría
sobre ellos; mientras que, yéndose Él, se lo enviará (3)
Aprendamos
de aquí que, algunas veces, es más provechoso verse privado de consuelos
espirituales que gozar de ellos; porque, cuanto más desasido se hallare uno de
lo que agrada a los sentidos, mayores facilidades encontrará para llegarse a
Dios puramente, y con total desapego de todo lo criado. Entonces es cuando, en
efecto, el Espíritu de Dios desciende al alma y la colma de sus gracias.
No
os lamentéis, por tanto, en lo sucesivo, si os viereis desolados, ya interior,
ya exteriormente; tened por cierto que cuanto más afligidos os sintiereis,
tanta mayor facilidad experimentaréis para pertenecer de todo punto a Dios.