Sobre
las falsas alegrías del mundo, y la verdadera alegría de los siervos de Dios
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO TERCERO DESPUÉS DE PASCUA
San Juan Bautista de la Salle
Afirma
Jesucristo en el evangelio de este día que el mundo se alegrará, mientras los
servidores de Dios permanecerán algún tiempo en la tristeza; pero que tal
tristeza se cambiará en gozo (1). Estas palabras os dan pie para ponderar la
diferencia que existe entre el contento de los mundanos y el de los siervos de
Dios.
La
alegría del mundo es breve; la de aquellos que sirven a Dios no tendrá fin.
Así se deduce de las palabras del santo Evangelio: " El mundano, dice
Jesucristo, se alegrará "; mas ¿por cuánto tiempo? A mucho tirar,
mientras viva en el mundo; en cuanto deje la tierra, o sea, pasada la vida
presente, cesará su gozo, y la tristeza que ha de seguirle será eterna.
En
cambio, la felicidad de los servidores de Dios será tal que, como asegura
Jesucristo, nadie podrá arrebatársela. Si les sobrevienen motivos de pena y
tristeza, será por poco tiempo, y la dicha que ha de seguir a sus pesares no
tendrá fin.
¡Ay
de aquellos que no piensan sino en vivir a gusto durante la vida, porque su
alborozo será bien poco duradero!
La
segunda diferencia que se da entre el gozo de los mundanos y el de los siervos
de Dios es que, el de los primeros resulta superficial, mientras el de los
segundos es solidísimo.
Esta
distinción se aprecia en los términos utilizados por Jesucristo: del mundo,
dice que se alegrará; en cambio, de los que sirven a Dios afirma que será su
corazón el que se bañará en gozo.
Lo
cual indica que la felicidad de los primeros es sólo aparente, porque en el
mundo todo es ostentación y apariencia; mientras los servidores de Dios viven
de asiento en el gozo: es su corazón el que se regocija, y el goce propio del
corazón - sostén de la vida humana, por ser lo último que muere en el hombre
- es solidísimo, según lo explica Jesucristo.
Su
gozo no se ve fácilmente sujeto a alteración, porque se fundamenta en lo que
es para ellos soporte de la vida de gracia; a saber, el amor de Dios y la
comunicación con Él, por la oración y el uso de los sacramentos. De ahí se
sigue que, siendo Dios quien sustenta y alimenta su gozo, éste se halla
firmemente establecido, como basado en Dios.
Vuestra
alegría es sólida si os regocijáis aun viéndoos oprimidos por los
padecimientos y por las penas más amargas. En cambio, si reducís el contento
al goce de los placeres sensibles, ¡ah! ; cuán cierto resultará entonces que
todo es en él superficial, pues participa de la naturaleza misma de su objeto,
que es un bien absolutamente frágil y perecedero!
Hay
aún otra diferencia muy notable entre el contento de los mundanos y el de los
siervos de Dios: la alegría de aquellos es de todo punto externa; la de éstos,
interna, como radicada en el corazón.
De
ahí que la menor pena turbe la felicidad de los mundanos y los sumerja en el
abatimiento; al paso que el gozo de los siervos de Dios, por residir en lo
íntimo de su ser, no puede menoscabarlo cosa alguna exterior; ya que nada
procedente de afuera es capaz de adentrarse hasta lo íntimo del corazón, el
cual se comunica sólo con lo externo en la medida en que se deja influir por
los sentidos.
Y
como la dicha de los justos tiene su causa en el amor de Dios, que se asienta en
lo profundo de sus corazones, y el objeto de este amor es un bien permanente,
inmutable y eterno; síguese que, mientras la caridad mantenga unida su alma a
Dios, no pueden ser turbados en la posesión de tan delicioso contentamiento.
¿Procede
del interior vuestro gozo? ¿No os entregáis de cuando en cuando a cierta
alegría vana y del todo exterior?