lunes, 29 de enero de 2018

ECCE SACERDOS MAGNUS. Homilía en la solemnidad de San Ildefonso y conmemoración del Padre Pío


Solemnidad de san Ildefonso 2018
Queridos Hermanos:
En la Epístola hemos escuchado lo que el Espíritu Santo dice acerca del sacerdote del Antiguo Testamento Simón, del siglo II antes de Nuestro Señor Jesucristo. Este sumo sacerdote llevó a cabo grandes obras de mejoras en el templo de Jerusalén y se caracterizó por su servicio al pueblo.
Estas palabras de elogio ha querido la Iglesia aplicarlas a nuestro Santo Patrono San Ildefonso de Toledo, no como simple literatura sino porque en verdad refieren su vida y su ministerio episcopal en nuestra ciudad.
Dejemos volar nuestra imaginación y veamos a san Ildefonso en la Catedral de santa María ofreciendo el santo sacrificio de la misa y ofreciendo a Dios el culto divino:
Cuando se ponía la vestidura de fiesta y se revestía de sus espléndidos ornamentos,
cuando subía al santo altar, él llenaba de gloria el recinto del Santuario.
Extendía la mano sobre la copa,
derramaba la libación con la sangre de la uva y la vertía al pie del altar,
como perfume agradable al Altísimo, Rey del universo.
En seguida, todo el pueblo, unánimemente,
caía con el rostro en tierra para adorar a al Señor, Dios suyo;
y el pueblo suplicaba al Señor Altísimo.
Él descendía y elevaba las manos sobre toda la asamblea,
para dar con sus labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su Nombre.”

¡Con qué majestad, con que reverencia, con que humildad entraría San Ildefonso en la casa de Dios, rezaría y estaría en ella, con que fervor y devoción celebraría la Sagrada Liturgia…!  Pues la liturgia no es algo que nos pertenezca y que nosotros podamos hacer a nuestra manera, sino que es algo recibido de la Iglesia y de la que se nos hace partícipes. Fuera de toda tentación de protagonismo y reducción a celebración meramente nuestra, hemos de recordar que a través de “la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.”

¿Cómo entonces no llenarnos de santo temor y acercarnos temblorosos al altar de Dios?
Y es necesario recordar esto, porque se ha perdido la virtud de la piedad y reina tristemente la confusión. No podemos hablar en la iglesia como en la calle, hemos de guardar un sagrado silencio, no podemos sentarnos ni estar en la iglesia como en otros lugares, no podemos venir vestidos sin guardar el decoro y la modestia necesaria… la Iglesia es casa de Dios, donde él habita en espíritu, pero también sacramentalmente en nuestros sagrarios.
Es necesaria la preparación interior para asistir con verdadero fruto, pero también es necesario guardar todo lo corporal y  externo que nos ayude a vivir interiormente y expresar lo que interiormente vivimos. 
San Ildefonso, nuestro querido Padre Pío, todos los santos son un ejemplo para nosotros de esta piedad y esta adoración que hemos de rendir a Dios nuestro Señor. Una adoración que debe ser en espíritu y verdad –como Jesús enseñó a la samaritana- pero una adoración que ha de expresarse externamente pues somos alma y cuerpo. En nuestra celebración, el cuidado externo del culto no es simple estética, sino que quiere ser la expresión de que hoy aquí en medio de nosotros Dios está y se hace presente. ¡Cómo no inclinar nuestra cabezas, como no golpear nuestro pecho, como no caer de rodillas una y otra vez, como no besar el altar bendito si los ángeles postrados adoran día y noche a nuestro Dios!

Queridos hermanos:
En este día llevados por las palabras del salmo, hemos de “Alabar al Señor con todo nuestro corazón y narrar sus maravillas” por la dicha de tener como patrono a aquel que fue obispo de esta diócesis y que resplandece en santidad en medio de la Iglesia. Alabanza y acción de gracias que se ha de extender por la inmensa bendición de Dios sobre esta tierra y nuestra diócesis concediéndonos pastores según su corazón. Algunos de ellos los veneramos con santos: San Eugenio fundador de esta iglesia toledana, san Eladio, san Julián, San Eugenio II, san Eulogio de Córdoba, el beato Ciriaco María Sancha. Otros tienen un renombre en toda la Iglesia como el Cardenal Cisneros del que estamos celebrando el V centenario de su muerte o el Cardenal Marcelo Martín del que hace unos días celebramos el centenario de su nacimiento.
Pastores según el corazón de Dios que han hecho florecer nuestra iglesia produciendo abundantes frutos de santidad.
Pastores que interceden por nosotros ante el trono de Dios.
Pastores cuyo ejemplo y vida son una llamada para nosotros de conservar el don recibido y responder también con nuestra vida y entrega, siendo fieles a Dios y a sus mandamientos.
Nuestra diócesis ha sido bendecida por Dios, y lo sigue siendo con muchos sacerdotes; pero no hemos de olvidar nuestra tarea de rezar por ellos, para que crezcan en santidad, y seguir pidiendo que el Señor nos conceda muchos y santos sacerdotes.
Sí. Necesitamos muchos y santos sacerdotes. Los necesitamos nosotros. Lo necesita la Iglesia universal. Los necesita el mundo.
Necesitamos pastores que como San Ildefonso “restauran la Casa de Dios y consoliden el santuario” dando a Dios el primer lugar y no las políticas e intereses mundanos, siendo en medio de nuestra sociedad materialista y mudable signos permanente de lo sobrenatural y eterno, siendo trabajadores de Dios y su viña y no siervos holgazanes que buscan su interés.   
Necesitamos pastores que “preserven al pueblo de la caída y fortifiquen la ciudad contra el asedio” enseñando la verdad y denunciando el error; no su verdad, sino la Verdad de Jesucristo, la verdad de la fe, la verdad del Evangelio.
Necesitamos pastores que como san Ildefonso, el Padre Pío y tantos otros pastores de la Iglesia supieron ser en su tiempo sal para dar sabor al mundo y luz para iluminar la oscuridad -como Jesús nos dice en el Evangelio. 
En su famosa carta acerca del Seminario el Cardenal d. Marcelo preguntaba a Nuestro Señor: “Las voces y los signos que piden renovación para tu Iglesia son constantes, porque siempre necesita ser fielmente renovada y hemos de estar atentos a las señales del tiempo y de la vida. Pero ¿quiénes serán los que de hecho traerán la renovación conforme a tu voluntad divina? Solamente los santos. Ellos son los que aciertan a conservar lo que debe ser conservado y los que abren a nuevas auroras horizontes en los que antes no brillaba la luz.»
Imitemos a los santos, deseemos serlo nosotros. Pidamos la santidad para nuestros hermanos y para nuestros pastores. Así se lo aconsejaba Padre Pío a una de sus hijas espirituales: Da gracias continuas a Dios por ser hija de la Iglesia, a ejemplo de tantas almas que nos han precedido en el feliz tránsito. Ten gran compasión de todos los pastores, predicadores y guías de almas y contempla cómo están esparcidos por toda la faz de la tierra, porque no hay en el mundo provincia alguna donde no haya muchos. Ruega a Dios por ellos para que, salvándose a sí mismos, procuren fructíferamente la salvación de las almas.
San Ildefonso de Toledo, ruega por nosotros.
Glorioso Padre Pío de Piestrelcina, intercede por nosotros.