04 DE OCTUBRE
SAN FRANCISCO DE ASÍS
FUNDADOR (1182-1226)
PASO al Heraldo del Gran Rey que en el siglo XIII —en crisis de espiritualidad y de amor— viene a hacer de Querubín.
Paso al Pobrecillo de Asís, que hoy, en que el vértigo de la acción nos domina, necesitamos más que nunca apacentar nuestros ojos y nuestra alma en el remanso de sus ojos claros y de su alma adorable.
¡Ya lo veis! Su paso es alegre; su ideal, excelso; su misión, mantener encendido en el mundo el amor a Dios y la. caridad entre los hombres; sus armas, ese hábito pardo, remendado, y esa cuerda ceñida a sus riñones; su fuerza, la cruz; el Evangeli0i su norma absoluta de vida...
¡Qué desmedida y colosal grandeza! Francisco de Asís es «el Santo de todos los tiempos», como Antonio de Padua es «el Santo .de todo el mundo». Bajo su humildad de «pobrecillo inútil, .de ser despreciable y abyecto» —como él se califica— se esconde «el modelo de Santo católico», un genio arrollador que brilla con destellos cegadores, un alma toda ungida de amores sobrenaturales, un batallador fogoso e infatigable por la gloria de Dios y de su Santísima Madre, el restaurador cristiano de una edad que fue suya, el extático contemplativo de la divina belleza, el hermano de todas las criaturas, «la imagen del triunfo del espíritu», cuya existencia macerada y vibrante tiene caracteres de epifanía y de mensaje:
— Quiero pasar por el mundo haciendo bien sin saberlo.
El Serafín Umbro pasa dictando su evangélica lección de amor, de hermandad, de santa simplicidad. «San Francisco — observa certeramente Gilson— no filosofó jamás, vivió lo que trajo al mundo fue una enseñanza y un ejemplo». Verdaguer pudo cantar la bien lograda ambición del Poverello:
Quien, por fray, quien, por hermano, todo el mundo es franciscano...
¡Si nos fuera dado recoger su vida como lo hizo Giotto di Bondone en aquellos frescos de la iglesia de Asís!
Es realmente desconcertante ponerse a hablar de San Francisco, después de lo que de él se ha escrito desde Celano a Sarasola. Sólo con una pluma como la del Dante, con un pincel como el de Murillo —que sintieron la tentación de las «Fioretti» se puede plasmar la parábola de la perfecta alegría, la reprensión de los frailes tristes y bisoños y la comida cabe la fuente límpida, con el mendrugo de pan limosneado y el agua clara saltando por las breñas, o, subiendo de tono, el abrazo repelente con un leproso —que le vale el primer enojo de su padre, Pedro Bernardone, y marca sus victorias iniciales—, el abrazo de Cristo, desclavándose de la cruz, el resplandor de aquellos soles sangrantes de sus llagas —culminación de su vida y sello divino de su obra maravillosa la muerte, en suma, del Serafín, en actitud suprema de rendimiento y adoración...
El nacimiento de San Francisco en la bienaventurada ciudad de Asís, el año 1182, es, quizá, el mayor acontecimiento de la historia del Catolicismo en la Edad Media. Más de siete siglos ban palpitado de veneración por el «Pobre llagado», que «para cada uno guardaba un milagro bajo los pliegues de su sayal». Rico, alegre, cortés y caballero, hasta los veinticinco años —años casi perdidos en el anonimato— vive frívolamente, como «rey trovador de la juventud de Asís». Sin embargo, ya desde niño abre su mano al pobre. Su madre, Pica, lo encauza bien. Lo demás queda a cargo de la Providencia.
Alma siempre en vilo, a los veinte años, Francisco toma las armas contra Perusa. Luego se alista en el ejército de Inocencio III. No sabe adónde va. Pero en Espoleto, un sueño misterioso le esclarece, oye instrucciones divinas y retorna a Asís trocado en santo; aunque sus compatriotas dicen que, trocado en loco, y también su padre que, avergonzado e iracundo, lo maldice y deshereda. Francisco — ¡qué gesto -más bello y emocionante! le entrega las mismas ropas que lleva puestas. «Hasta ahora —le dice— te llamé padre; de hoy más, quiero decir: Padre Nuestro que estás en los cielos». Se desposa con la «dama Pobreza», la hace ideal de su vida y codifica su amor por ella en el franciscanismo seráfico. «Poverello» en Asís, penitente en Subiaco, serafín en la Porciúncula, mártir llagado en el Alberna, Francisco sigue los pasos de Jesús con fervor sobrehumano, hasta convertirse en «otro Cristo». En la Pasión y Eucaristía vuelca sus locos. amores, compasiones y reverencias. Sorbe las penas y apreturas con recia ansia de inmolación. Sus besos heroicos truecan en rosa la carne hecha postema. Su voz inefable amansa al lobo de Gubbio, arrastra en pos de sí a los primeros Frailes Menores, hace de Clara Favarone la fundadora de. las «Damas Pobres», y eleva al cielo el Himno del Hermano Sol, maravillosa autorrevelación. Desde 1212 su Mida se vuelve increíblemente activa, sin dejar de ser profundamente extática. Con el alma en ascua, visita a Roma, Santiago, Francia, Chipre, San Juan de Acre, Egipto y Palestina. En 1223, la_ Santa Sede aprueba su Orden, «porgue rechazarla, es rechazar el Evangelio». Y en 1226, a los cuarenta y cinco años, Francisco saluda ya a la hermana muerte.
La noche del 3 de octubre, se abrazaba con ella, suspirando como el Profeta Rey: «Señor, libra mi alma de su prisión, para que pueda glorificarte eternamente». Un coro de alondras armonizó aquella efusión suprema. Y un coro de ángeles le acompañó a la gloria...