08 DE OCTUBRE
SANTA BRÍGIDA
VIUDA Y FUNDADORA (1302-1373)
LA flor más hermosa del Santoral escandinavo, Brígida de Suecia —«gloria de la corte de San Olaf, princesa por la sangre y reina por el espíritu»—, debe, sobre todo, su celebridad al libro de las Revelaciones, escrito —según propio testimonio— para recoger en él las manifestaciones divinas que le hiciera Cristo, y cuya lectura, tan en boga durante la Edad Media, ha sido aprobada y recomendada por varios Sumos Pontífices. Sin esta obra no tendríamos una visión completa de la Santa, ni acertaríamos a descifrar el secreto de su alma inquieta y apasionada. Al lado de la santa peregrina, de la caritativa incansable, de la madre de familia y de la fundadora, que conocemos por la historia, surge aquí la mística abrasada, la gran vidente, en la misma actitud de la célebre estatua de San Pablo Extramuros, que la representa junto a la cruz, en ademán de escuchar a Cristo. «Con oído atento —dice la leyenda que lleva al pie— recibe las palabras de su Dios Crucificado; recibe al Verbo Dios en su corazón».
Esta dualidad paradógica aparece clara desde los primeros momentos de su vida; pues si un ángel anuncia el nacimiento de la futura Santa, a los dos años del mismo sucede la gran tragedia de la muerte de su madre, la princesa Sigrida. Dios le señala con exactitud de teorema su camino luminoso de sacrificio y de amor. Confiada su educación a una tía suya, pronto comprende ésta que un maestro superior guía los pasos de la niña y modela su tierno corazón. Ella —santa mujer— procura secundar a su modo los planes divinos, infundiéndole una gran fuerza de voluntad, que será con el tiempo la «virtud humana» de Santa Brígida. A los siete años, sobrevienen, casi a un mismo tiempo, las primeras revelaciones y las primeras visiones infernales. También empiezan a brotar con una insistencia muy graciosa las florecillas franciscanas: como aquella vez que, incapacitada para hacer un bordado, un ángel le termina primorosamente su labor, mientras ella permanece en éxtasis. Amor a la penitencia. Amoc a los pobres. Intimidad con Dios. i Caminitos infantiles de alta espiritualidad!...
Y siguen los contrastes. Porque en 1316, Birgerio, su padre —gobernador de Uppland— la promete en matrimonio al príncipe Ulfo de Nericia. Brígida «hubiera preferido la muerte»; pero se somete, por consejo de su confesor. Fruto de este matrimonio es una niña, que el mundo conocerá con el nombre de Santa Catalina de Suecia. Vida matrimonial consagrada por completo a obras de santidad, sin que la devoción distraiga nunca a los piadosos esposos del deber de educar a sus hijos. La Corte no es el lugar más a propósito para santificarse. Brígida y Ulfo, renunciando a sus cargos e influencias junto al monarca Magno Eriksson, se retiran a Ulfasa. Allí fundan un hospital que ellos mismos atienden. La Santa —verdadero heroísmo en una persona de su calidad— llega al extremo de mendigar limosnas de puerta en puerta, sin temor al ridículo, al desprecio, a la ironía mordaz, a la burla descarada...
El año 1341 emprenden una larga peregrinación de penitencia. Veneran en Colonia las reliquias de los Magos; en Tarascón, el sepulcro de Santa Marta; en la Provenza, la gruta de la Magdalena; en Compostela, el sepulcro del Apóstol Santiago. A su regreso 1344— enferma Ulfo en Arrás, y muere como un santo en brazos de su esposa, en el convento de Alvastra.
El corazón del hombre forma proyectos, pero el Señor dirige sus pasos... «Brígida —dice el Padre Leal— debía correr más rápidamente por el camino estrecho de la santidad, y la compañía de Ulfo, aunque bueno y piadoso, era una rémora». Sin este obstáculo, la veremos volar, en donación total. Durante treinta años unirá perfectamente las obligaciones de la vida exterior con la más ardiente caridad, la más tierna devoción y la más austera penitencia. Lo mismo que antes; pero en otra esfera, con otra decoración, cuyo símbolo puede ser su vestido —tosco ropaje que sujeta con un cordel— y su cama —una manta tendida sobre unos palos.
Desprendida ya de todo lo terreno, funda por divina revelación el monasterio de Vadstena y la Orden de San Salvador, que aún tiene casas en España y Méjico. Desde Roma —donde reside a partir de 1350— interviene decisivamente en la política europea, transmitiendo a reyes y papas los mensajes del Cielo. Clemente VI acepta sus insinuaciones en materia disciplinaria. Por su consejo reprime Urbano V las irregularidades de la Corte pontificia. A Gregorio XI le insta a abandonar Aviñón. Esta vida de aparente derramamiento externo no defrauda su piedad ni su caridad. Tampoco le impide hacer largas y penosas romerías, acompañada de su santa hija, Catalina. Asís, Ortona, Monte Gárgano, Bari, Benevento y Nápoles, presencian sus maravillosas revelaciones y milagros. Una acendrada devoción a los lugares santificados por el Redentor la lleva a Tierra Santa, donde, en continuo éxtasis, asiste a los principales misterios de la vida de Cristo, que luego describe en términos alucinantes. Paradógica hasta el fin, sus postreros días se ven turbados por tentaciones de molicie y orgullo; pero al mismo tiempo se exalta a la vista del Crucificado y vibra como la lira herida por el plectro...
Vibrando de amor murió, el sábado 23 de julio de 1373. Dieciocho años más tarde, promovida la causa por su propia hija, subía a los altares la Flor más hermosa del Santoral escandinavo.