lunes, 6 de octubre de 2025

7 DE OCTUBRE. NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

 


07 DE OCTUBRE

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

HOY, día 7 de octubre, celebra la Iglesia la conmemoración litúrgica de Nuestra Señora del Rosario. Esta fiesta, que perfuma cada año de gracias y favores los pórticos otoñales, nos recuerda —proclamémoslo muy alto, ahora que se habla tanto de la «Cruzada del Rosario» y de ese infatigable Padre Peyton— una bellísima devoción popular y secular de recia raigambre española. Nuestra Patria ha sido siempre, por mariana, eminentemente rosariana. Un español, Santo Domingo de Guzmán, recibió en Prulla, de labios de María, la orden de formular el Santo Rosario. Es hoy un hecho indiscutible que él fue su metodizador, organizador y propagandista. Baste recordar la respuesta que Benedicto XIV dio a un grupo de críticos e historiadores, diciendo: «Me preguntáis si fue Santo Domingo realmente el fundador del Rosario; os declaráis perplejos y llenos de dudas sobre este punto. Mas, ¿qué hacéis de tantos oráculos de Sumos Pontífices, como León X, Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Clemente VIII, Clemente XI, Alejandro VII, Inocencio XI, Benedicto XIII y otros, todos unánimes en atribuir a Santo Domingo la devoción al Santísimo Rosario?»…

Aún resonaba en el Languedoc la voz del Patriarca de Guzmán, cuando aquel don Rodrigo de las Navas, arzobispo de Toledo, estableció la Orden de Caballeros del Rosario, cuyo objeto era «la defensa de la Fe católica contra el Islam, y, como medio para conseguirla, rezar todos los días el Rosario de Nuestra Señora». Don Jaime el Conquistador lleva a Mallorca al dominico Miguel de Fabra, para que predique esta devoción salvadora. «No conquistó la isla el Rey, sino la Virgen y Fray Miguel». Felipe n, el rey Prudente, en el lecho de muerte, da a su hijo heredero este consejo: «Si quieres que tus Estados prosperen, no olvides el rezo del Rosario». Felipe III, al encontrar a su familia rezándolo, exclama: «Bien está; éstas son las armas con las que España triunfa». Y, ya en pleno siglo XIX, la misma Virgen hace al Padre Claret esta revelación, eco de la del Val de Pompeya y preludio de las de Lourdes y Fátima: «En el Rosario está la salvación de tu Patria».

Por él se ganó —el 7 de octubre de 1571-, en el golfo de Lepanto, la «gran batalla de la Cristiandad», que dio origen a esta fiesta —llamada primero Nuestra Señora de las Victorias, batalla en la que el Caudillo triunfante, Juan de Austria, era el hijo del Emperador de España. «En aquella batalla naval —dice Ortiz Muñoz—, el más alto símbolo del empuje hispánico, estuvo presente la gran Capitana de nuestra Historia, con una advocación a la que todavía reza la humanidad de toda la tierra. Era un título imperial: Auxilio de los cristianos. Con Juan de Austria se anunció al orbe, por boca papal, el mesianismo de España. Con la nueva letanía se predicó la mediación universal de la Señora en todas las acciones y empresas de cristianos. España, jubilosa por el triunfo de Lepanto, mostró al mundo un Rosario y enseñó a rezarlo a los pueblos».

Se puede preguntar, ¿qué es el Rosario? Sí. Lo difícil es responder adecuadamente en el corto espacio de una viñeta. Porque es a la vez una devoción sencilla y teológica, íntima y universal, moderna y secular, todo poesía y todo realidad tangible y hermosa. Es la devoción predilecta de la Virgen, como lo ha manifestado en la gruta de Massabielle y en Cova de Iria. Ella escogió las oraciones que lo componen, las mejores del tesoro de la Iglesia. El rosario es la reina de las devociones marianas: corona de místicas rosas, salterio de María, arma del cristiano y fuente de santidad, «catecismo popular donde se aprenden intuitivamente, por estampas espirituales, las verdades religiosas que templan los dolores humanos», «cadena de oro que ata el cielo con la tierra», según el angélico Berchmans. Pero si queréis una definición sintética, ninguna como la de Paul Sancelet: «El Rosario es un compendio del Evangelio, una historia abreviada de las grandezas, triunfos y sufrimientos del Hombre Dios, y otra historia de las alegrías, privilegios y dolores de su Santa Madre». Es, en resumen, la devoción más enraizada en el dogma católico, que actualiza en nosotros la vida de Cristo y de su Madre, mientras los labios desgranan la áurea cadena de las Avemarías... Quien diga que es monótono es que nunca lo ha rezado bien, meditando los misterios, arcanos de elevado misticismo...

Los Santos lo han hecho siempre objeto de sus predilecciones. León XIII —- el Papa del Rosario— nos legó sobre el mismo diez Encíclicas. Lo rezaban Lacordaire, Recamier, Mozart, Miguel Ángel, Ampère, Felipe II. El Rosario es la oración para todas las circunstancias y estados de la vida: la oración del niño del joven, del anciano, del moribundo, del. obrero, del millonario, del sabio, del ignorante, del artista...; la oración, sobre todo, de la familia, a la que estrecha con el suave vínculo de la unidad y de la paz domésticas a los pies de su Reina. El Rosario es hoy el gran medio de salvación y el antídoto contra la plaga de inmoralidad, ambición y soberbia que asola al mundo. Para nosotros, españoles, la (Cruzada del Rosario» promovida por el Padre Peyton, ha de consistir en volver al rezo del mismo en familia —tradición veneranda—, genuina manifestación de ese espíritu religioso por el que enseñamos a rezar al mundo, por el que España se colocó en la cúspide de la gloria, cuando en sus dominios no se ponía el sol...