jueves, 2 de octubre de 2025

3 DE OCTUBRE. SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS VIRGEN CARMELITA (1873-1897)

 


03 DE OCTUBRE

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

VIRGEN CARMELITA (1873-1897)

OCTUBRE, que promedia en la cumbre iluminada de la Mística Doctora —con su Camino de Perfección—, lleva en su inicio el Caminito hacedero de esta su hija espiritual, de esta «Doctorcita del Carmelo», de este «milagro de virtud», de este «prodigio de humildad», de este «don de Dios», de esta «niña mimada del mundo», de esta «pequeña gran santa», que es la amable Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

Su Santidad Pío XI —que la canonizó en 1925, al latir jubiloso del orbe entero, y la proclamó Madre y Patrona de las Misiones en 1927— le llama «estrella de su Pontificado, palabra de Dios hablando al mundo del modo más elocuente y persuasivo, modelo de perfección propuesto a las almas por el Espíritu Santo como el más adecuado para nuestros tiempos, y bellísima miniatura de santidad fabricada por el Altísimo para ser maravilla del cielo y de la tierra». Y San Pío X —su entusiasta devoto—, «ángel de pureza, serafín de caridad, abogada de las causas más desesperadas, madre de almas innúmeras que la siguen al cielo, la Santa más grande de los tiempos modernos». ¿Quién ha escuchado tales elogios?...

La «historia primaveral de una florecita blanca» no puede brindar copiosa biografía. Y es mejor así. Estorbaría el ruido de fechas y acontecimientos.

¡Qué bien, tener sólo que decir: nació en Alençon el 2 de enero de 1873, se metió a monja en el Carmelo de Lisieux el 9 de abril de 1888, se extinguió en olor de suavidad a los veinticuatro años, un 30 de septiembre de 1897; y poder pasar en seguida a perfilar esa su silueta espiritual, aureola de luz y de encanto, que provoca en las almas un clima de intensa emotividad!

Vida normal, ordinaria, comprensible, asequible. Vida sencilla —¡oh, la sencillez trascendental de una celda!— ajustada a la regla de la Descalcez Carmelita. Vida de «un ángel que por algunos años vino a morar a la tierra». Su actitud fundamental, el abandono en las manos de Dios. Su fórmula de santificación, personalísima —aunque evangélica—, «la infancia espiritual»; esto es: hacerse niño con relación a Dios. «Si no os hiciereis como párvulos, no entraréis en el reino de los cielos».

«Avanzaba yo del brazo de papá, bajo la noche estrellada —dice poéticamente en su Historia de un alma. Iba contemplando las estrellas con arrobo indescriptible. En lo más alto divisé mi grupo predilecto. Tenía forma de T. Dialogaba con papá: —Mira, papá, mi nombre está escrito en el cielo». Así es su santidad, sencilla y arrobadora como un cielo estrellado.

Luis Martín y Celia Guerín —piadosos hasta el extremo de dar a Dios sus cinco hijas—, ¿acertaron a leer en los ojos de la más pequeña, de Teresita, estas palabras litúrgicas de su Misa de Santa: «Yo derivaré sobre ella la gloria de las gentes, como un río de paz y como un torrente desbordado»? Debieron de intuirlo, pues su madre escribe que, cuando sólo tenía la niña cuatro años, «era dulce y amable y de un carácter encantador». Pero no tuvieron la dicha de verla «servir a Dios echándole flores y rodando a sus pies como una manzana o pelotita de viento», ni de acompañarla hasta la última jornada —la más florida— de su Caminito. Fue Dios mismo quien «la llevó en derredor y la enseñó y la guardó como a niña de sus ojos». Él le mandó «florecer como el lirio»... entre espinas... ¡Y qué bien floreció!

Su vocación al Carmen nace como una llama que abrasa todo afecto terreno casi antes de que pueda florecer. En el año 1887, con motivo de una peregrinación a Roma, puede hablar personalmente a León XIII y solicitar «dispensa de edad» para ingresar en Lisieux.

— Vamos, vamos..., entrarás si lo quiere el buen Dios —le dice el Papa— ¡Y claro que lo quería! Un año después traspasa Teresita el umbral del convento con el ideal más sublime que cabe en este mundo: «Amar a Dios como nadie hasta ella lo ha amado». Durante diez años no hará otra cosa que inmolarse, como hostia de interno holocausto, por el amor y para el Amor. Esta es la única ciencia que se propone estudiar y dominar. ¡Aquí de los recursos ingeniosísimos del corazón enamorado! A Teresa el amor la hace poetisa —poetisa que escribe versos— Ya de niña «le impresionan los campos de trigo pintados de amapolas». Y maestra: «Siento que mi misión no ha empezado aún; mi misión es hacer amar a Dios como yo le amo y enseñar a las almas el «caminito espiritual». Y heroína: «i Ser madre de las almas! ¡Me debería contentar con esto! Sin embargo, siento otras vocaciones; me anima la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir». Y misionero: «Quiero ser misionera por el amor y la penitencia. Con este fin profesé carmelita...». Y mártir: «¡Oh, Jesús!, dadme el martirio del corazón o el del cuerpo: ¡Ah!, dadme mejor entrambos». Y ángel: «Quiero pasar el cielo haciendo bien a la tierra; después de mi muerte haré caer una lluvia de rosas». ¡Que atisbos de la inmensa grandeza de su alma, de los gigantes latidos de su corazón! ¡Qué radiante revelación de amor! i Si pudiéramos citar hechos! Dios. como a aniña mimada», se lo concedió todo. Hasta puso sobre su frente la corona de Inés y Cecilia, enviándole una enfermedad agotadora. Su canto de cisne fue un grito de amor:

— ¡Oh, yo le amo! ... ¡Yo os amo, Dios mío!