viernes, 24 de octubre de 2025

25 DE OCTUBRE. SAN FRUTOS, PATRONO DE SEGOVIA (642-715)

 


25 DE OCTUBRE

SAN FRUTOS

PATRONO DE SEGOVIA (642-715)

LOS datos que la historia religiosa y civil nos suministran acerca del Santo Patrono de Segovia y sus hermanos, Valentín y Engracia, son muy incompletos, aunque refrendados por una tradición milenaria. Trataremos de reproducir con la mayor fidelidad que nos sea posible esta bella página arrancada a nuestra leyenda áurea, tal y como la refieren los más antiguos hagiógrafos. Y «quédese con Dios la verdad», como decía el incomparable Rivadeneira.

De excepcional, ciertamente, puede calificarse la santa aventura de estos héroes, nacidos en la Ciudad del Acueducto, allá en la mitad del siglo VII, bajo Chindasvinto. Pocas veces se ha dado el caso de que tres hermanos adolescentes, movidos por el ideal evangélico, renuncien a un espléndido patrimonio para, en aras de su fe, ir a esconder en la fragosidad de las montañas sus más caras y legítimas ilusiones.

Época terriblemente desoladora aquella del desmoronamiento de la monarquía visigoda, que precede a la invasión sarracena. Época triste, dura, turbulenta y corrompida, que hace exclamar amargamente a San Ildefonso: «De tal manera se encoge nuestro ánimo por la malicia de los tiempos, que al pensar en los males que nos amenazan perdemos todo aliciente para vivir».

Frutos, Valentín y Engracia, tocados de austera santidad, solos en el alto desamparo de una orfandad prematura, no podían prosperar en aquel ambiente. Y tuvieron un arranque sencillamente heroico, que nos parecería cosa de locos, si no conociéramos el Evangelio. Frutos —el mayor— tenía quince años cuando sintió la voz clamorosa de Dios que le invitaba al vértice de la perfección. Su ejemplo sedujo a sus hermanos. De mutuo acuerdo, repartieron a los pobres sus riquezas y salieron de la Ciudad, resueltos a ser «vasos puros en la presencia del Señor»...

A cincuenta kilómetros al norte de Segovia, en lugar apartado y solitario, a orillas del río Duratón, hacen ahora, vida angélica de contemplación y penitencia, elevando al Cielo sus preces por Patria que agoniza. Su ascetismo nada tiene que envidiar al de los célebres «atletas del desierto».

Así transcurrieron muchos años. Un día del 715, la morada de los tres solitarios se ve invadida de pronto por gentes que huyen despavoridas a esconderse entre aquellos riscos. ¿Qué es lo que ocurre? Que los bereberes de Tárik se han apoderado de Segovia. Media España ha caído ya en sus manos. Son unos bárbaros que «cuelgan en el patíbulo a los nobles varones, despueblan las ciudades con la espada y la cautividad, incendian los palacios y los alcázares, crucifican a los ancianos y a los poderosos, hacen esclavos a los jóvenes y apagan la vida de los niños en los pechos de sus madres; y aquellos que para evitar su furor se esconden en los senos de las montañas, mueren en ellas de hambre y de miseria». Pronto llegarán también a aquel escondrijo... ¡Ah!, pero allí está Frutos, «para que —como dice un historiador— tengan los españoles un profeta que les recuerde la causa de tanta ruina y desolación, para que contenga con prodigios el ímpetu feroz de la morisma y aplaque al Señor con penitencias y oraciones...».

En las cercanías de Sepúlveda existe todavía el llamado Priorato de San Frutos. Entre peñascos y breñales se alza una sencilla ermita —uno de los lugares de peregrinación más concurridos de la provincia segoviana— construida por los monjes de Santo Domingo de Silos en el año 1100, en memoria del Santo anacoreta. Y allí se ve también la enorme «hoz» o hendidura, que llega desde el Santuario hasta el fondo del río Duratón, la cual, según la leyenda, se abrió al tocar Frutos la imponente roca con su bastón milagrero, en el preciso momento en que una banda de sarracenos se disponía a caer sobre. los cristianos acogidos bajo su amparo. Este maravilloso suceso se ha perpetuado en la historia con el simbólico nombre de Cuchillada de San Frutos.

Más tarde, a lo largo de la Reconquista, se repetirían estos hechos prodigiosos en favor de las armas cristianas, ya en Covadonga, ya en Clavijo, ya en 'las Navas de Tolosa...

El día 25 de octubre de aquel mismo año de 715, el alma de Frutos dejaba el inútil y santificado cuerpo, para ser desde el cielo faro de bendición, pues dice el Breviario que Dios honró su memoria con multitud de prodigios.

Valentín y Engracia, después de dar a su hermano piadosa sepultura en la misma ermita en que viviera, se trasladaron al término de Cuéllar, donde derramaron su sangre por la Fe.

El año 1461, las sagradas reliquias de los tres Santos segovianos aparecieron milagrosamente en la Catedral, después de unas solemnes rogativas, ordenadas al efecto por el obispo D. Juan Arias de Ávila. Se dice que un operario que tenía la mano enferma se sintió repentinamente curado al introducirla en el hueco donde aquéllas estaban, y que al mismo tiempo se difundió por la iglesia celestial perfume. En la Catedral vieja de Santa María estuvieron hasta el año 1522, en que, arrasada por los Comuneros, fueron rescatadas de la destrucción por el racionero Juan de Pantigoso y trasladadas a la actual Basílica, en cuyo altar del trascoro duermen el sueño de los siglos, siendo objeto de gran veneración por parte del pueblo segoviano.

¿Quién arrancará estos tres florones a la corona gloriosa de la vieja Ciudad del Acueducto?...