martes, 21 de octubre de 2025

22 DE OCTUBRE. SANTAS NUNILONA Y ALODIA, VÍRGENES Y MÁRTIRES (+851)

 


22 DE OCTUBRE

SANTAS NUNILONA Y ALODIA

VÍRGENES Y MÁRTIRES (+851)

LA tolerancia religiosa que muestran los musulmanes en España al principio de sus conquistas, para mejor asegurarlas, se va haciendo cada día más restringida, hasta llegar a la total proscripción del culto cristiano. A los violentos martirios del sacerdote Perfecto y del comerciante Juan, que señalan el comienzo sangriento de la persecución sarracénica, sigue una recrudescencia feroz en los últimos días del reinado de Abderramán II, que puebla la patria de Héroes y el cielo de Santos. El foco principal se centra en Córdoba, la ciudad califal; pero no faltan en otras regiones apartadas de la Península rasgos de heroísmo, como el de las santas hermanas Nunilona y Alodia, de la provincia de Huesca.

Eran los dos únicos retoños de un matrimonio mixto, rico e influyente, que vivía en Adahuesca, cerca del Pirineo. San Eulogio —maestro de aquella gloriosa generación de mártires— las llama aquellas rosas florecidas entre espinas», ya que, por ser hijas de moro, la ley alcoránica las obligaba, bajo pena de muerte, a seguir la secta de Mahoma. Pero tenían una madre que era fervorosa cristiana, y supo educarlas en el amor a Cristo, a quien consagraron desde muy niñas la hermosa flor de la virginidad.

Para llegar a las místicas bodas iban a pasar por un camino de sangre...

Murieron sus padres. Nunilona contaba trece años; Alodia, doce. Pronto surgió cl pariente interesado —pérfido muladí—, que, movido por la codicia de adueñarse del patrimonio de las huérfanas y por su furor sectario, las acusó ante el juez Calaf, residente en Alquezar. Antes tratara inútilmente de seducirlas con procaces sugestiones. Su disputa con Nunilona le había hecho perder toda esperanza de conseguir su intento, «Dime —argumentaba con ironía la doncella— si recibiéremos mi hermana y yo la secta de Mahoma, llena de desatinos y liviandades, ¿estaremos seguras de vivir en este mundo para siempe?», El renegado acusó el certero golpe, y contestó con acritud: «Es esa una pregünta de niña tonta. Seáis moras o cristianas algún día habréis de morir, naturalmente». Nunilona le replicó: «Siendo así, lo más seguro es morir por Jesucristo y asegurar la gloria eterna».

La actitud de las delicadas adolescentes ante Calaf fue tan gallarda, que el Juez, enternecido, seducido, las dejó libres. Pero el apóstata, ebrio de rabia, despechado, acudió a Zumail, visir de Abderramán en Huesca. También éste se sintió fascinado por la clara belleza de las doncellitas, e hizo cuanto pudo para no tener que segar en flor tan tiernos lirios, Su sincera dulzura fue una tremenda tentación, que las mártires, con la gracia de Dios, supieron vencer. San Eulogio pone en sus labios un discurso bellísimo, apasionado y audaz:

«¡Oh, visir! No te empeñes en apartar del culto de Dios a dos vírgenes que, por la gracia divina, han llegado a conocer que no hay riqueza alguna fuera de Cristo, ni hay felicidad sino en la Religión cristiana, por la cual viven los justos, y los santos triunfaron en los reinos. Con Cristo está la vida, y sin Él la muerte; permanecer a su lado y vivir en Él, es la verdadera alegría; separarse de Él, la perdición eterna. En cuanto a nosotras, tenemos propósito de no abandonarle; le hemos consagrado la santidad de nuestro cuerpo, y esperamos ser admitidas en su tálamo nupcial. Las ventajas de esas cosas perecederas que nos propones, las despreciamos, porque son vanidad. La muerte con que nos amenazas, la recibiremos muy contentas, sabiendo que ella nos abre las puertas del cielo y nos lleva a los brazos de Cristo».

La táctica de los halagos y amenazas solía ser demasiado inocente para quebrantar la fortaleza de las vírgenes cristianas. Había otra más infame y brutal que podía dar buenos resultados: entregarlas a mujeres perdidas. Por eso, sólo después que Nunilona y Alodia pasaron invioladas por esta prueba diabólica, se convenció el Juez de que perdería el tiempo, y decidió aplicarles la ley. Antes quiso hacerlas un nuevo interrogatorio. Por lo menos oiría hablar a Nunilona, cuya gracia, verdaderamente celestial, era un encanto.

— ¿Cuál es vuestra última palabra? —dijo a las jóvenes.

— Somos cristianas.

A una señal de Zumail, tomó el sayón el alfanje.

— Hermana —dijo Nunilona a Alodia—, haz lo que yo hiciere.

— No temas que obre de otro modo — respondió la pequeña.

Nunilona, tapándose el rostro con sus largas crenchas, se adelantó serenamente.

Hubo un fulgor siniestro en el aire, y la cabeza de la feble adolescente se desgajó del tronco como madura espiga.

Alodia se acercó a su hermana y le extendió el vestido con decoro. Luego ofreció mansamente el cuello.

— Un instante, niña. Aún puedes salvarte.

— No, no. Yo también quiero morir por Cristo.

Al decir esto, Alodia vio una paloma blanca revoloteando sobre el cuerpo de Nunilona. Reconoció en ella el alma de su hermana y, temblando de emoción, exclamó:

— Espérame, hermana, que ya voy.

Poco después, su cabeza, casi infantil, rodaba por el suelo con la flor de una plegaria en los labios. Era, según San Eulogio, el 22 de octubre del año 851. El famoso monasterio navarro de San Salvador de Leyre —hoy monumento nacional— guardó durante siglos las santas reliquias de las heroínas oscenses.