domingo, 2 de abril de 2023

3ª Palabra. “HE AQUÍ A TU HIJO.” Benedicto XVI

3ª Palabra. “HE AQUÍ A TU HIJO.” Benedicto XVI

 

MEDITACIÓN

DE LAS SIETE PALABRAS

con textos de Benedicto XVI

 

 

ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, contemplando el misterio de la cruz, adoremos a nuestro Señor Jesucristo Crucificado diciendo con santa Margarita María de Alcoque:  

 

Oración de

Santa Margarita María de Alacoque

 

Humildemente postrada al pie de tu Santa Cruz, te diré con frecuencia, divino Salvador mío, para mover las entrañas de tu misericordia a perdonarme.

Jesús, desconocido y despreciado,

R/. Ten piedad de mí.

Jesús, calumniado y perseguido.

Jesús, abandonado de los hombres y tentado.

Jesús, entregado y vendido a vil precio.

Jesús, vituperado, acusado y condenado injustamente.

Jesús, vestido con una túnica de oprobio y de ignominia.

Jesús, abofeteado y burlado.

Jesús, arrastrado con la soga al cuello.

Jesús, azotado hasta la sangre.

Jesús, pospuesto a Barrabas.

Jesús, coronado de espinas y saludado por irrisión.

Jesús, cargado con la Cruz y las maldiciones del pueblo.

Jesús, triste hasta la muerte.

Jesús, pendiente de un infame leño en compañía de dos ladrones.

Jesús, anonadado y confundido delante de los hombres.

Jesús, abrumado de toda clase de dolores.

¡Oh Buen Jesús! que has querido sufrir una infinidad de oprobios y de humillaciones por mi amor, imprime poderosamente su estima en mi corazón, y hazme desear su práctica.

 

 

Tercera Palabra

“HE AQUÍ A TU HIJO:

HE AQUÍ A TU MADRE” (Jn 19, 26)

Benedicto XVI, 12 de agosto de 2009

 

Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de la cruz y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente es una persona, un individuo muy importante; pero es más: es un ejemplo, una prefiguración de todos los discípulos amados, de todas las personas llamadas por el Señor a ser "discípulo amado" y, en consecuencia, de modo particular también de los sacerdotes.

Jesús dice a María: "Madre, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo predilecto, acogió a la madre María "en su casa". Podríamos traducir más exactamente: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, en la profundidad de su ser.

Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia existencia —no es algo exterior— y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo tanto, que la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre.

El santo cura de Ars, solía repetir: "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa Madre" (B. Nodet, Il pensiero e l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p. 305). Esto vale para todo cristiano, para todos nosotros, pero de modo especial para los sacerdotes.

 

 

PETICIÓN: Gracias, Jesús mío, por habernos dado a tu Madre como Madre nuestra.

 

FRUTO: Amar y hacer amar a la Virgen a todos aquellos con los que tratamos.

 

CONCLUSIÓN: Terminemos nuestra meditación con la oración de San Pío de Pietrelcina manifestando a la Virgen nuestro amor y pidiendo su intercesión:

 

 

YO TE AMO, SEÑORA AMABILÍSIMA.

Oración de Padre Pío a la Virgen María

 

Santísima Virgen Inmaculada y Madre mía María, a ti que eres la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la Abogada, la Esperanza, el Refugio de los pecadores, recurro hoy, yo que soy el más miserable de todos, te venero, oh gran Reina y te agradezco por todas las gracias que me has dado hasta ahora, especialmente haberme librado del infierno, tantas veces merecido por mí.

Yo te amo, Señora amabilísima, y por el amor que te tengo, prometo querer servirte siempre y hacer todo lo que pueda para que tú seas amada más por los demás.

Pongo en ti, después de Jesús, todas mis esperanzas, toda mi salud, acéptame como tu siervo, y acógeme bajo tu manto, tú, Madre de Misericordia.

Y ya que eres tan potente ante Dios, líbrame de todas las tentaciones o obtenme la fuerza de vencerlas hasta la muerte.

A ti te pido el verdadero amor a Jesucristo, de ti espero tener una buena muerte, Madre mía, por el amor que tienes a Dios, te ruego me ayudes siempre, pero más en el último momento de mi vida. No me abandones hasta no verme salvo en el cielo, bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Amén.

 

Para concluir cada día:

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.