24 de abril.
San Fidel de Sigmaringa, mártir
Fidel, nacido en Sigmaringa, Suabia, de la honesta familia de los Reyos, desde su infancia brilló por sus cualidades de naturaleza y gracia. Dotado de una excelente índole, y formado en las buenas costumbres, gracias a una esmerada educación, al propio tiempo que en Friburgo conseguía el doctorado en filosofía y en ambos derechos, se esforzó con el ejercicio de las virtudes para llegar a la perfección en la escuela de Cristo. Escogido para acompañar a algunos nobles que recorrían regiones de Europa, los exhortaba, de palabra como con su ejemplo, a la práctica de la piedad cristiana. Durante estos viajes procuró mortificar las inclinaciones carnales mediante continuas austeridades, y mostró tal dominio de sí mismo, que jamás, se le vio experimentar ningún movimiento de impaciencia. Distinguiose como defensor del derecho y de la justicia, y una vez vuelto a Alemania, adquirió mucha celebridad en el ejercicio de la abogacía. Mas cuando hubo experimentado los peligros que acompañan a la vida forense, determinó escoger un camino más seguro para conseguir la vida eterna, e iluminado con vocación superior, pidió ser admitido en la Orden seráfica de los Capuchinos.
Obtenido lo que solicitaba, mostró desde su noviciado un gran desprecio del mundo y de sí mismo; cuando ofreció al Señor los votos solemnes con espíritu gozoso, fue un modelo aun más perfecto y objeto de la admiración por su fidelidad en la observancia de la Regla. Dado a la oración y al estudio de las sagradas letras, se distinguió también por una gracia singular en la predicación de la palabra divina, por medio de la cual logró que los católicos mejorasen su vida, y condujo a los herejes al conocimiento de la verdad. Como superior de varios conventos, ejerció el cargo confiado con prudencia, justicia, mansedumbre, discreción y humildad. Celador de la más estricta pobreza, hizo quitar de los conventos lo que le parecía menos necesario. Con un saludable odio contra sí mismo, castigaba su cuerpo con ayunos austeros, vigilias y disciplinas, mientras mostraba a todos un amor semejante al de la madre para con sus hijos. Sobreveniendo una cruel peste, se consagró generosamente a los deberes de caridad para con los enfermos más graves. Consiguió apaciguar las discordias y subvenir a las necesidades del prójimo con consejos y obras; mereció ser llamado padre de la patria.
Muy devoto de la Virgen Madre de Dios y de su rosario, por su intercesión y la de otros Santos, suplicó al Señor la gracia de derramar la sangre y dar la vida por la fe católica. Y como en la celebración de la Misa cotidiana sintiera inflamarse más y más este deseo, dispuso la providencia de Dios, que el atleta de Cristo fuese elegido para presidir las misiones que la Congregación de la Propagación de la Fe había establecido en el país de los grisones. Acogió este cargo con ánimo tan bien dispuesto, y lo llevó a cabo con tanto fervor, que habiendo convertido muchos herejes a la fe ortodoxa, hizo concebir esperanzas de reconciliar aquellos pueblos con la Iglesia de Cristo. Dotado del don de profecía, predijo las calamidades futuras del país de los grisones, así como la muerte que le habían de dar los herejes. Sabedor de los lazos que le preparaban, tras haberse dispuesto para el combate que le estaba reservado, en el día 24 de abril de 1622 se dirigió a la iglesia del lugar llamado Sevicio. Allí unos herejes, que el día antes habían simulado su conversión y le habían invitado para predicar, le interrumpieron, y con golpes y heridas le dieron muerte, que sufrió con un corazón gozoso y magnánimo. Así consagró las primicias de los mártires de la mencionada Congregación con su propia sangre. Desde aquel momento resplandeció por sus muchos prodigios y milagros, principalmente en Coira y en Veldkrich, en donde sus reliquias son conservadas con suma veneración de los fieles.
Oremos.
Oh Dios, que después de haber abrasado el espíritu del bienaventurado Fidel con ardores seráficos para la propagación de la verdadera fe, te dignaste adornarle con la palma del martirio y la gloria de los milagros: te suplicamos que por sus méritos e intercesión, de tal suerte nos confirmes con tu gracia en la fe y en la caridad, que merezcamos ser hallados fieles hasta la muerte en tu servicio. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.