25 de diciembre
Del nacimiento de Cristo nuestro Señor.
MEDITACIONES DIARIAS
DE LOS MISTERIOS
DE NUESTRA SANTA FE,
por el P. Alonso de Andrade,
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS.
ORACIÓN PARA COMENZAR
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.
25 de diciembre
MEDITACIÓN
Del nacimiento de Cristo nuestro Señor.
PUNTO PRIMERO. Lo primero se ha de considerar cómo la Purísima Virgen se recogió con su santísimo esposo San José en un albergue pobre, que estaba en los arrabales de Belén y servía de establo para los animales y de refugio a los pobres: allí se recogieron como pobres, y no habiendo hallado quien los albergase en todo el pueblo, y reconociendo la Virgen que se llegaba el tiempo en que había de salir al mundo su Redentor, se retiró sola, como dice San Buenaventura (1) , a lo más oculto de aquel lugar, y allí compuso el heno con la mayor decencia que pudo en un pesebre, y descalza e hincada de rodillas, el cabello tendido por los hombros, las manos y los ojos levantados al cielo y su alma en altísima contemplación, oró al Eterno Padre afectuosamente que cumpliese en aquella hora su palabra, y diese al mundo su Redentor, y bañada su alma de un gozo inefable, sin riesgo de su entereza, antes quedando más pura, se penetró el Verbo Eterno encarnado por sus purísimas entrañas, y vio delante de sí en el heno que había dispuesto al Redentor del universo y al Hijo de Dios hecho hombre, y luego se oyeron cánticos y músicas celestiales, y se sintió una fragancia de suavísimo olor, y el establo de bestias se trocó en trono de gloria y corte del cielo; y añade San Buenaventura, que fue revelado a un religioso contemplativo de su Orden, que la Virgen tomó a su Santísimo Hijo con suma reverencia, y le envolvió en la toca de su cabeza, diciéndole aquellas palabras que se refieren comúnmente haberle dicho: Bene veneris, Deus meus, Dominus meus, et filius meus: Seáis bien venido al mundo, Dios mío, Señor mi e Hijo mío, y luego le aplicó a sus virginales pechos, y llegó el glorioso San José lleno de gozo a reverenciarle y adorarle, y dar el parabién a la Virgen: hasta aquí San Buenaventura. A donde tienes mucho que meditar y ponderar: lo primero, el desamparo con que nace el Rey del cielo en aquel pobre portal, estando los pecadores tan acomodados y servidos en la opulencia de sus riquezas; lo segundo la modestia, contemplación y devoción de la Purísima Virgen, y el gozo y alegría que Dios la comunicó en aquella hora tan merecida a sus heroicas virtudes, y cómo se carearían el Hijo con la Madre y la Madre con el Hijo, y mudas las lenguas hablarían los corazones: contempla los secretos que el Hijo la descubriría en aquel tiempo, y el afecto amoroso con que le abrazaría su Santísima Madre, y las palabras tan tiernas y dulces que le diría, el dolor que tendría, viéndole padecer las inclemencias del tiempo, hallándose tan pobre de todo lo necesario para servirle y regalarle: contempla el gozo y devoción del glorioso San José, viendo al deseado de las gentes nacido para remedio de los hombres, la humildad con que le adoraría, y el amor y respeto con que lo tomaría en sus brazos y le juntaría con su rostro; y si el Santo Simeón tuvo tan grande consuelo cuando le recibió en el templo, que pidió al Señor le sacase de la cárcel de su cuerpo, porque ya no le quedaba más que ver y desear; ¡qué gozo sería el de este santo patriarca en esta hora, viéndole y teniéndole en sus brazos, y uniéndose íntimamente con él! Entra en este dichoso y rico establo, adora y reverencia a este Divino Infante por tu Dios y por tu rey, y pide a la Beatísima Virgen que te le conceda tocar y recibir, aunque indigno de tan grande merced: ofrécela las telas de tu corazón, tu vida y tu alma y todas tus potencias y sentidos para albergue suyo, si las quiere recibir.
PUNTO II. Considera cómo la Beatísima Virgen, por abrigar más a su Benditísimo Hijo, le hizo cama del pesebre, aplicándole el heno y las pajas y el hálito de los animales contra el rigor del frío. Pondera con San Bernardo (2) la lección que lee desde la cátedra de aquel pesebre, y las virtudes que enseña para caminar al cielo. Isaías profetizó, dice el santo (3), que había de saber reprobar lo malo y escoger lo bueno; y vemos que desde la primera hora que puso los pies en la tierra, reprobó la opulencia del mundo, las riquezas, los regalos, la soberbia de la vida , las honras y la estimación de los hombres, y todo cuanto el mundo adora; y escogió la pobreza, naciendo y viviendo en tanta mendiguez; la penitencia, haciéndola tan rigurosa , padeciendo tan grandes incomodidades en la cama, en el vestido, en el albergue, en el frío, escogiendo para nacer lo más riguroso del invierno y el temple mas destemplado al hilo de la media noche en sumo desabrigo y necesidad; la humildad, aposentándose en tan bajo lugar, naciendo en tan corto pueblo, tan desconocido y despreciado, a la media noche, estando el mundo en silencio, tan callado que ni aún voz tiene para hablar, Infans non fans, dice San Bernardo, infante y niño sin voz; porque siendo la palabra y voz del Padre, viene mudo por su humildad. Contempla su paciencia, su mansedumbre, su ardentísima caridad con qué te ama y padece por ti, y el resto de las virtudes que te enseña desde aquella cátedra del pesebre, y pídele afectuosamente que te dé luz para conocerlas, y fuego de caridad para cumplirlas, y gracia para imitarle y enderezar el camino de tu vida, por el que te enseña con su ejemplo.
PUNTO III. Entra con humildad y devoción en este portal, y adora y reverencia a tu Redentor hecho hombre por ti: dale infinitas gracias por la merced que te ha hecho en bajar de los cielos a sacarte del cautiverio en que estabas, a costa de tantos trabajos, por haberse vestido de nuestra carne y haberse hecho hermano tuyo: entra con la consideración en lo íntimo de su pecho y mira el amor que arde en su corazón, el juicio entero en su entendimiento, la suma sabiduría de que está adornado, la luz y conocimiento de todo lo pasado, presente y porvenir, y cómo a todos los hombres y a sí mismo los miraba allí presentes, y estaba ofreciendo su vida en sacrificio al Eterno Padre por tu bien: mira y contempla la grandeza de Dios humillada en aquel niño, abreviada su inmensidad, ligada su omnipotencia, disimulada su sabiduría: mira aquel niño grande y aquel Rey pobre y aquel omnipotente disimulado en un tierno infante: admírate de ver las trazas del Altísimo y las finezas de su grande amor; exclama, gozándote de tener tan buen Dios y Señor, y dale millares de millares de gracias por las grandes mercedes que te hace, y pídele otras nuevas, pues baja de los cielos a hacértelas: levanta los ojos al cielo, y contémplale en el trono de su gloria, adorado de los serafines y querubines y de toda la corte celestial; y coteja aquel trono con este pesebre, aquel cielo con este portal, aquella riqueza con esta pobreza, aquella majestad con esta humildad, aquella corte con este desamparo, y mira que es el mismo el que allí está reverenciado de la corte celestial, y el que aquí está olvidado de los hombres, llora su ceguedad y su ignorancia, y rompe en deseos de servirle, predicarle, darle a conocer al mundo, y de humillarte y abatirte con su ejemplo más que el polvo de la tierra.
PUNTO IV. Considera cómo en naciendo Cristo en el mundo, bajaron todos los ángeles a adorarle, y a reconocer a aquel niño por su Señor, y como dice San Pablo (4), por Hijo del Eterno Padre, heredero de su gloria y Señor del cielo y tierra. Pondera la humildad de los espíritus angélicos en reconocer segunda vez a un hombre por superior suyo, siendo en cuanto la humanidad de inferior naturaleza que ellos, y cómo los ángeles soberbios perdieron la gloria por no haberle querido reconocer cuando Dios les reveló este misterio. Pondera otrosí, cómo Dios honró a su Hijo cuando más se encubrió y se humilló, porque es costumbre suya honrar a quien más se humilla: contempla el gozo de la Beatísima Virgen viendo a su preciosísimo Hijo reverenciado de los ángeles, y los parabienes que le darían y juntamente al glorioso San José, y las gracias que les retornarían, y finalmente los cánticos que entonaron diciendo: Gloria a Dios en los cielos, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Rumia este panal de miel, ponderando cada palabra de por sí, y hallarás arroyos de dulcísima devoción.
(1) S. Buenavent. Med. 7 de vita Christi. (2) Bernard. Serm. 2 de Nat. (3) Is. 7. (4) Ad. Heb. 1.
ORACIÓN PARA TERMINAR TODOS LOS DÍAS
Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.
Ofrecimiento diario de obras
Ven Espíritu Santo
inflama nuestros corazones
en las ansias redentoras del Corazón de Cristo
para que ofrezcamos de veras
nuestras personas y obras
en unión con Él
por la redención del mundo
Señor mío y Dios mío Jesucristo
Por el Corazón Inmaculado de María
me consagro a tu Corazón
y me ofrezco contigo al Padre
en tu Santo Sacrificio del altar
con mi oración y mi trabajo
sufrimientos y alegrías de hoy
en reparación de nuestros pecados
y para que venga a nosotros tu Reino.
Te pido en especial
Por el Papa y sus intenciones,
Por nuestro Obispo y sus intenciones,
Por nuestro Párroco y sus intenciones.