sábado, 26 de abril de 2025

27 DE ABRIL. SAN PEDRO ARMENGOL, MERCEDARIO Y MÁRTIR (1238-1304)

 


27 DE ABRIL

SAN PEDRO ARMENGOL

MARCEDARIO Y MÁRTIR (1238-1304)

HACE con perspectivas alegres. Ante su cuna se abre un horizonte infinito. Vida pródiga en favorables herencias. Se llama Pedro Armengol. Es noble por los cuatro costados; de la alta nobleza catalana. Su padre, Arnaldo, entronca con los Condes de Urgel, de abolengo regio, y su madre desciende también de rancia estirpe. Ve la luz primera en La Guardia de los Prados —Tarragona— acaso en 1238. Su historia se condensa en tres palabras, inmortalizadas por la leyenda: El glorioso bandolero, eco de aquellas otras proféticas que, tierno infante aún, le dirigiera el mercedario Bernardo Corbera: «A Pedro, un patíbulo le hará santo»…

Veamos cómo este vástago nobilísimo de la llamada «Coronilla de Aragón», lleva él solo más gloria al blasón de los Armengoles, colocando un patíbulo en su escudo de armas, que todos sus antepasados luchando contra el moro.

Si de, su padre, ya lo hemos dicho, hereda un nombre preclaro, de su piadosa madre recibe, ante todo, la hidalguía de la virtud; de una virtud acrisolada, de casta también. Nos dicen sus biógrafos —Salmerón, Güimerá, Corbera, Carrillo, Torres, Zumel, etc.— que, a pesar de ser dama de alto copete, no desdeña de criarle a sus pechos, y que, antes que los nombres de papá y mamá, le enseña el de María. Buen presagio, pues, a la postre, la Virgen será su tabla de salvación...

Pero muere la madre buena, y cambia el panorama. Las torpes pinceladas de una juventud borrascosa manchan, siquiera transitoriamente, por la misericordia de Dios, el bello cuadro de la infancia. El ángel de luz se convierte en ángel de tinieblas. De buen grado pasaríamos por alto estos días negros y uniríamos la gloria de la niñez a la del martirio. Preferimos narrar la verdad. Hay aquí mucho que aprender.

Es una partida de caza. El joven Armengol acaba de matar un jabalí. A punto de cobrar la pieza, se le acerca un cazador de otra partida reclamando airadamente sus derechos. Pedro no se anda en chiquitas: se cruzan los aceros. Los acompañantes impiden el duelo; más, en el alma de Armengol ha nacido un odio feroz a su rival. Desde este momento se desliza por la pendiente del crimen, impetuoso y ciego. Su meta es la venganza. Capitán de una banda de facinerosos, se refugia en las escabrosidades del Pirineo. Nadie sabe los daños y desafueros que causan.

Corre el año 1258. Jaime el Conquistador ha de pasar a Montpellier para entrevistarse con el rey de Francia, San Luis. Le precede Arnaldo Armengol al frente de unas compañías de soldados, pues hay que limpiar de bandidos las montañas del trayecto. Muy pronto encuentran y deshacen una partida de bandoleros; pero falta el capitán. Arnaldo distribuye su gente en torno del monte para cerrarle el paso. Entonces, el criminal se lanza furioso contra él y hunde su puñal en el costado del caballo. El caballero, desarzonado, rueda al suelo y lanza un grito desgarrador: acaba de reconocer a su propio hijo. Pedro, conmovido a su vez, cae de rodillas ante su padre, deshecho en lágrimas. Desde hoy las blancas hojas del álbum familiar recobrarán su prístina hidalguía. Pronto se escribirá en ellas el nombre de un santo con la sangre de un héroe.

Limpia también nuestra paleta de miserables mixturas, la vamos a cargar con los finos colores confeccionados por la virtud de Pedro Armengol, purificados por el arrepentimiento y santificados por la penitencia.

Ahora está en Barcelona. ¡Días tristes, noches negras, los pasados en la Ciudad Condal! i Horas acongojadas, tremenda. crisis de espíritu! Es la prueba de Dios. Pero el Santo fija sus miradas en María y se le ilumina el horizonte. Los ojos de la Señora son para él iris de paz y cédula de redención. Ingresa en la Orden de la Merced.

El redimido se ha trocado en redentor. i Y qué redentor! En su haber contará el rescate de más de mil cautivos y la conversión del rey moro Almohacén Mahomet, que se hará también mercedario con el nombre de Fray Pedro de Santa María. Cuatro son las redenciones de Armengol: una en Murcia, otra en Granada y dos en África. La última es en Bugía. Esta vez los redimidos pasan de ciento treinta; más él ha de quedarse en rehenes, esperando el rescate que Fray Guillermo traerá de España. Y como tarda en llegar más de lo convenido, los mahometanos acuerdan darle muerte, después de mil escarnios y befas. Ocho días queda su cuerpo pendiente de la horca. La profecía del Padre Corbera se ha cumplido a la letra...

Llega, en tanto, el portador de la sunna redentora y. se apresura a sepultar honrosamente al Mártir. Mas, he aquí que, de repente, éste se anima y, cual, si despertase de un plácido sueño, exclama:

— Acércate, hermano, y no llores. La Virgen me ha sostenido y confortado.

Fray Guillermo, sin dar crédito a sus ojos, lo descuelga del patíbulo y lo estrecha contra su pecho en fraterno y emocionado abrazo.

Comentando este prodigio, pregunta un piadoso autor: «¿Quién pensáis que murió? ¿EL Santo?». Y responde: «No, en la horca no murió el Santo, sino el ladrón, el bandolero, el capitán de forajidos». Encantadora interpretación.

El Santo, el Mártir, Pedro Armengol, murió en su pueblo natal; y en 1683 lo elevó Inocencio X a los altares, donde empuña la palma de la inmortalidad.