martes, 8 de junio de 2021

MÉTODO PARA OIR LA SANTA MISA CON FRUTO. San Pedro Julián Eymard

 

La santa misa, que renueva la inmolación del Salvador y nos aplica personalmente todo el mérito del sacrificio de la cruz, es el acto religioso más grande, meritorio y santo para el hombre y el más glorioso para Dios.

Procurarán cumplir durante la santa misa los cuatro, fines del sacrificio de la siguiente manera

I. Desde el comienzo de la misa hasta el ofertorio: adoración.

Cuando el sacerdote orare al pie del altar, adorará a Dios, señor y juez soberano, con humildad y compunción de sus faltas. Durante la oración, adore y suplique a Dios infinitamente bueno.

A la epístola, adore su santidad, y al evangelio, su verdad infalible.

Al Credo renueve su fe en la divina palabra junto con la fe de la santa Iglesia.

II. Desde el ofertorio hasta la consagración: hacimiento de gracias.

De gracias en primer lugar junto con el celebrante a Dios Padre por habernos dado a su Hijo como divina víctima, que una vez más va a inmolarse dentro de poco para la salvación del mundo.

Ofrézcase con Jesús para adorarle, amarle y servirle.

Al lavabo purifíquese por la contrición a una con el sacerdote para que sea verdadera hostia de alabanza para Dios.

Durante el prefacio, únase al concierto, de los ángeles y de toda la corte para alabar, glorificar y bendecir a Dios tres veces santo por sus dones de gracia y de gloria, mayormente por habernos salvado por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Llegado el canon, únase a los ardientes deseos de los patriarcas, profetas y justos de la antigua ley, pidiendo la venida del Salvador. Asóciese a la piedad y al amor de todos los santos de la nueva ley para dignamente celebrar esta segunda encarnación e inmolación que van a verificarse sobre el altar por ministerio del sacerdote. Pida al Padre celestial que bendiga este sacrificio y lo tenga por más agradable que todos los demás, ya que es el sacrificio de su divino Hijo inmolado nuevamente para su gloria y redención nuestra.

III. El tiempo que va de la consagración a la Comunión es tiempo de propiciación, de ofrenda de la divina víctima y de unión con sus merecimientos infinitos.

Mientras el sacerdote, rodeado de innumerables muchedumbres de ángeles, se inclina por respeto al acto que va a ejecutar; mientras hablando y obrando divinamente en persona de Jesucristo consagra el pan y el vino en su cuerpo, y sangre como en la última cena de Jesús, adore primeramente el cristiano el inaudito poder en favor suyo concedido al sacerdote, adore a la divina Hostia elevada al cielo como en otro tiempo sobre la cruz, pidiendo ahora como entonces misericordia. Adore luego al cáliz de la sangre preciosa, figurándose que es una Magdalena de hinojos ante le cruz, recibiendo sobre la cabeza la sangre que chorrea de las llagas del

Salvador.

Después de la consagración, ofrezca la santa víctima a la justicia divina para expiación y reparación de los propios pecados y de los del mundo entero, ya que para todos fue inmolada.

Ofrézcala a la divina misericordia para excitar su piedad a la vista de las propias miserias y para que se digne echar una mirada de benevolencia y de afecto.

Ofrézcala a la divina bondad para que aplique a las almas que sufren en el purgatorio los frutos de luz y de paz de este sacrificio y para que, cayendo sobre sus llamas, se las refrigere y apague.

Al Pater hay que decirlo junto con Jesucristo en la cruz y perdonar a todos los enemigos como nosotros queremos ser perdonados por el Juez supremo.

Al Libera nos pídase la gracia de librarse por intercesión de la santísima Virgen y de los santos de los pecados pasados, presentes y futuros y de las ocasiones de pecado.

Al Agnus Dei hiérase el pecho de dolor junto con los pecadores arrepentidos del calvario.

Conviene luego recogerse haciendo actos de fe, de humildad, de amor, de confianza y de deseo, para recibir a lo menos espiritualmente al pan de vida, Jesucristo.

IV. El resto de la misa se consagrará a la oración, a exponer humildemente a los ojos de Dios nuestras necesidades personales, las de la santa Iglesia, de nuestros parientes, amigos y las de todos los hombres nuestros hermanos, a fin de que por los méritos del sacrificio que acaba de celebrarse, se digne derramar abundantemente sobre todos los dones y los auxilios de su infinita bondad.

Demos, por último, gracias a nuestro Señor por habernos permitido asistir a su divino sacrificio y ofrezcámonos por entero y de todo corazón a su servicio y al cumplimiento perfecto de su adorable voluntad.