¡Cristianos! Ovejas sois de Jesucristo, y él es vuestro pastor. ¡Oh dichosas ovejas, que tienen tal pastor! Mis ovejas –dice el Señor– oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen a mí, y yo les daré la vida eterna, y no perecerán para siempre jamás, y no habrá nadie tan poderoso que me las arrebate de la mano. ¡Oh bendito tan buen Pastor! ¡Bendito tal Señor, rey y pastor!
Hacía Dios, a todos los principales, pastores; a todos los ocupaba en guardar ovejas, y de allí sacaba unos para profetas, otros para patriarcas, otros para reyes. Querría significar que Jesucristo había de ser profeta de los profetas, patriarcas, rey y pastor. También las mujeres de aquel tiempo, como era Rebeca y Lía y Raquel y otras muchas, denotaban ala Virgen sin mancilla, que, después de Jesucristo, no ha habido otra pastora, ni hay quien así guarde las ovejas de Jesucristo, y pues la Virgen sin mancilla es nuestra pastora después de Dios, supliquémosle que nos apaciente, alcanzándonos gracia.
San Pablo dice que daba leche y regalaba a sus hijos pequeños y que, para ganar a todos, se hacía todas las cosas a todos; ¡cuánto más verdaderamente haría el oficio de madre esta Virgen sagrada, pues sin ninguna comparación les tenía mayor caridad que san Pablo! Sus entrañas santísimas se henchían de consolación viendo que el fruto de la pasión de su benditísimo Hijo no salía en balde, pues por el mérito de ella tanta gente se convertía a él. Y parecíale que acoger y regalar, enseñar y esforzar a los que a ella venían, era recoger la sangre de su Hijo bendito, que delante los ojos de ella se había derramado por ellos. Alababa a la divina bondad, y ningún trabajo le parecía pesado, y ninguna hora era fuera de hora para recoger aquel ganado que entendía que el Señor le enviaba para que lo aceptase en la gracia del Señor.
Muy bien supo el Señor lo que hizo en dejar tal Madre en la tierra, y muy bien se cumplió lo que estaba escrito de la buena mujer, que confió en ella el corazón de su marido. Porque lo que su Esposo e Hijo Jesucristo había ganado en el monte Calvario derramando su sangre, ella lo guardaba y cuidaba y procuraba de acrecentar como hacienda de sus entrañas, por cuyo bien tales y tantas prendas tenía metidas.
¡Dichosas ovejas, que tal pastora tenían y tal pasto recibían por medio de ella! Pastora, no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia, si necesidad de ella tuvieran. ¡Oh, qué ejemplo para los que tienen cargo de almas! Del cual pueden aprender la saludable ciencia del regimiento de almas, la paciencia para sufrir los trabajos que en apacentarlas se ofrecen. Y no sólo será su maestra que los enseña, mas, si fuere con devoción de ellos llamada, les alcanzará fuerzas y lumbre para hacer bien el oficio.