COMENTARIO AL EVANGELIO
San Alfonso María del Ligorio
DEBEMOS EVITAR LAS OCASIONES DE PECAR
Cum fores essent clausæ, ubi erant discipuli congregati, venit Jesu, et stetet in medio eorum.
Estando cerradas las puertas de la casa, donde se hallaban reunidos los discípulos, vino Jesús, apareciéndose en medio de ellos.
[Joann. XX, 19]
Leemos en el Evangelio de hoy, que hallándose los apóstoles reunidos en una casa, entró Jesús en ella después de su resurrección, sin embargo de que estaban cerradas las puertas por miedo a los judíos; y aparecióse en medio de ellos: Cum fores essent clausae venit Jessus et steti in medio eorum. Dice el angélico santo Tomás acerca de este hecho, que el Señor, místicamente hablando, quiso darnos a entender, que Él no entra en nuestras almas, sino cuando ellas tienen cerradas las puertas de los sentidos: Misthice per hoc datur intelligi, quod Christus nobis apparet, quando fores, idest sensus sunt clausi. Luego, si queremos que Jesucristo habite en nosotros, es necesario que tengamos cerradas las puertas de nuestros sentidos a las ocasiones de pecar; porque, de otro modo, nos hará el demonio sus esclavos. Lo que yo quiero demostraros hoy, amados oyentes míos, es: el gran peligro en que se pone a perder a Dios el que no evita las ocasiones de pecar.
1. Leemos en las Santas Escrituras, que resucitó Jesucristo y resucitó Lázaro; pero Jesucristo resucitado no muere otra vez, como dijo el apóstol: Christus resurgens ex mortuis jam non moritur. (Rom. Vi, 9); Lázaro, al contrario, resucitó y volvió a morir. Acerca de esto observa un escritor, que Jesucristo resucitó libre de todas las ligaduras, y Lázaro atado de pies y manos:Ligatis manibus et pedibus. (Matth. XXII, 13), como dice el Evangelio. ¡Pobre Lázaro, añade este autor, que resucita del pecado, pero sujeto a las ocasiones de pecar! Los que así resucitan mueren otra vez, perdiendo la divina gracia. Los que quieran salvarse, no sólo deben dejar el pecado, sino también las ocasiones de pecar; por ejemplo, aquel trato, aquella casa, aquellas malas compañías, y otros peligros de esta especie que nos incitan al pecado.
2. Por el pecado original contrajimos todos los hombres la inclinación de pecar, esto es, de hacer aquello que nos esta prohibido. Por esto se lamentaba san Pablo, de que sentía en sí una ley contraria a la razón: Video autem allia,m legem in membris meis, repugnantem legi mentis meæ. et captivantem me in lege pecatti: «Echo de ver otra ley en mis miembros, -dice-, la cual resiste a la ley de mi espíritu, y me sojuzga a la ley del pecado» (Rom. VII, 23). Así, cuando la ocasión se presenta, se ve la violencia de esta mala inclinación, a la cual nos cuesta trabajo resistir; porque Dios niega los auxilios eficaces al que se expone voluntariamente a la ocasión. Por esto dice la Escritura: Quid amat periculum, in illo peribit: «Quien ama el peligro, perecerá en él». (Eccl. III, 27). Explicando este texto el angélico doctor santo Tomás, dice: Cum exponimus nos periculo, Deus nos delinquit in illo. Cuando nos exponemos al peligro nosotros mismos, Dios nos abandona en medio de él. Por esta causa, dice san Bernardino de Sena, que el mejor consejo de todos, y el fundamento de la religión, por decirlo así, es el de evitar las ocasiones: Inter consilia Christi, unum celeberrimum, et quasi religionis fundamentum est, fugure peccatorum occasiones.
3. San Pedro escribe: que el demonio anda girando alrededor de nosotros, en busca de presa que devorar. Circuit, quœrens, quem devoret. (I. Petr. V, 8) Es decir, acechando al alma para tomar posesión de ella; y para conseguirlo, presenta, primero, la ocasión del pecado, por medio de la cual entra el demonio en el alma: Explorat, dice san Cipriano, an sitpars, cujus adiut penetret; explora si hay en ella alguna parte flaca por donde pueda penetrar. Cuando el ama se deja tentar, y se expone a las ocasiones, el demonio entra fácilmente en ella y la devora. Esta fue la causa de la ruina de nuestros primeros padres, a saber: no haber evitado la ocasión. Dios les había prohibido, no solamente comer, sino hasta tocar el fruto vedado: por eso respondió la misma Eva a la serpiente cuando esta la tentaba para que comiese: Prœcipit nobis Deus, ne comederemus et ne tangeremus illud: Dios nos mandó que no le comiésemos ni le tocáramos. (Gen. III, 3) Empero, la infeliz Eva lo vio, lo tomó y lo comió. Primeramente, comenzó a mirar aquel fruto, después lo tomó en la mano, y enseguida lo comió. He ahí lo que ordinariamente acontece a todos aquellos que voluntariamente, se ponen en la ocasión. Por esta razón el demonio, obligado cierto día por los exorcismos a decir cual era la exhortación cristiana que más aborrecía entre todas, confesó que aquella que exhorta a los cristianos a evitar las ocasiones. Y con mucha razón a la verdad; porque nuestro enemigo se burla de todos nuestros propósitos y promesas hechas a Dios. Todo su afán es insinuarnos que no evitemos la ocasión; porque ella es como una venda que se nos pone ante los ojos, y no nos deja ya ver, ni las luces divinas, ni las verdades eternas, ni los propósitos que hicimos anteriormente: en fin, nos hace olvidarlo todo, y casi nos fuerza a pecar.
4. Por eso dice la Escritura, que en naciendo el hombre, camina en medio de lazos y entre redes: Scito quoniam in medio lanqueorum ingredieris. (Eccl. IX, 20). Y el Sabio advierte, que quien quiera librarse de estos lazos, debe guardarse y alejarse de ellos: Qui cavet laqueos, securus erit (Prov. XI, 15). Pero, si en vez de alejarse uno de estos lazos, se acerca a ellos ¿cómo podrá evitarlos? David, que había experimentado en sí mismo el peligro que hay en exponerse a las ocasiones de pecar, decía: que para conservarse fiel a Dios se había propuesto desviar sus pasos de todo mal camino que pudiese inducirle a pecar. Y no solamente dice que había que evitar el pecado, sino también el camino que conduce a él. El demonio no deja de buscar pretextos de hacernos creer, que aquella ocasión a la que nos exponemos, no es voluntaria, sino necesaria. Cuando es necesaria, en efecto, no dejará el Señor darnos su ayuda para que no caigamos en el pecado, aunque no la evitemos; pero a las veces nos fingimos nosotros mismos ciertas necesidades que sean suficientes a excusarnos. Oíd pues lo que dice san Cipriano: Nunquam securus cum thesauro latro tenetur inclusus, nec inter unam caveam habitans cum lupo tutus est agnus. (Lib. de Sing. Cler.) Jamás está seguro el tesoro en compañía del ladrón, aunque esté encerrado, así como no está seguro el cordero que habita en el mismo cercado que el lobo. El Santo habla allí de aquellos se desentienden de evitar las ocasiones, diciendo: Que no tienen miedo de caer. El apóstol Santiago dice, que todo hombre tiene dentro de sí mismo un gran enemigo, esto es, la inclinación a pecar, o la concupiscencia que nos incita a todos al pecado. Si además de esto, pues, no evita el hombre aquellas ocasiones que otros le presentan, ¿cómo podrá resistir y no caer en el pecado? Reflexionemos sobre aquella advertencia general que nos hizo Jesucristo, para vencer todas las tentaciones y salvarnos. Si oculus tuus dexter scandalizat te erue eum, et projice abs te: «Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecar, dice, sácale, y arrojale fuera de tí». (Matth. V, 29). Con estas palabras quiso decirnos, que cuando se trata de perder el alma, es necesario huir todas las ocasiones, aunque nos cueste mucho trabajo practicarlo. Decía San Francisco de Asís, como dije ya en otra plática, que el demonio no quiere atar, desde un principio, con la cuerda de un pecado mortal a las almas que conservan todavía cierto temor de Dios; porque, espantadas a la vista de un pecado mortal, huirían y no se dejarán prender; por lo tanto, procura el astuto enemigo atarlas con un cabello, o pecado venial, que no les inspira tanto miedo, porque de este modo le será fácil ir apretando las ataduras hasta que las haga esclavas suyas. Así, pues, el que quiera verse libre de este peligro debe hacer pedazos, desde un principio, las pequeñas ataduras, es decir, las ocasiones peligrosas, las salutaciones, los billetes amorosos, los regalillos y las palabras afectuosas. Y hablando especialmente de aquellos que han vivido entregados a la vida licenciosa, no les basta el huir de las ocasiones próximas, porque si no huyen también las remotas, fácilmente volverán a caer de nuevo en el pecado.
5. La impudicia, como dice san Agustín, es un vicio que hace la guerra a todos los mortales, y son raros los que de ella salen vencedores: Communis pugna, et rara victoria. ¡Cuántos desventurados, que han querido medir las fuerzas con este vicio, han quedado vencidos por él! Pero, no dudes, dice el demonio a las veces al pecador para inducirle a que se exponga a la tentación, no dudes que haré que la venzas: a lo cual responde san Jerónimo, no quiero pelear confiando en la esperanza de la victoria, por no exponerme alguna vez a perderla. En esta especie de batallas necesitamos de un eficaz auxilio de Dios; y por este motivo es preciso, que evitemos las ocasiones cuanto podamos para hacernos dignos de este auxilio; y debemos encomendarnos a Dios continuamente, con el fin que nos de fuerzas para observar la continencias, puesto que nosotros no tenemos las suficientes. Dios sólo es quien nos puede conceder esta virtud; por eso decía el Sabio: Et ut scivi quoniam aliter non possem esse continens, nisi Deus det… adii Dominum, et deprecatus sum illim: Y luego que llegué a entender, que no podía ser continente, si Dios no me lo otorgaba, acudí al Señor, y se lo pedí con fervor. (Sap. VIII, 21). Pero si nos exponemos a las ocasiones nosotros mismos, como dice el apóstol, suministrarnos armas a nuestra carne rebelde, para que haga la guerra con ellas a nuestra alma: Sed neque exibeatis membra vestra arma iniquitatis peccato. (Rom. VI, 13) Explicando este texto san Cirilo de Alejandría, dice: Tu das stimulum carni tuæ, tu illam adversus spiritum armas et potentem facis. Tu mismo incitas a la carne, tu le prestas armas contra el espíritu y la haces poderosa. San Felipe Neri decía, que en la guerra contra el vicio deshonesto, son los cobardes los que alcanzan la victoria; esto es, los que evitan las ocasiones: al contrario; quien las busca, arma su carne, y la hace tan poderosa, que le será mortalmente imposible resistir.
6. Dice Dios a Isaías: Clama, diciendo: que toda carne es heno; Clama: Omnis caro fænum. (Isa. VI. 6) Pues si toda carne es heno, dice san Juan Crisóstomo, querer mantenerse puro el hombre cuando se expone voluntariamente a la ocasión de pecar, es lo mismo que pretender aplicar una antorcha al heno sin que se encienda. No, no es posible estar en medio de las llamas y no quemarse, dice san Cipriano. «¿Por ventura puede un hombre andar sobre ascuas, sin quemarse las plantas de los pies?» (Prov. VI, 27, 28) San Bernardo escribe que conservarse casto uno que se expone a la ocasión próxima de pecar, sería mayor milagro que resucitar un muerto.
7. Dice san Agustín: «El que no quiere huir, quiere perecer en el peligro». Y después escribe en otro lugar, que aquel que quiera vencer y no perecer, debe evitar la ocasión. Algunos confían neciamente en sus fuerzas y no ven que estas son semejantes a la estopa, que arden al instante que se arrima a la lumbre. (Isa. I, 31). Otros se lisonjean con la idea de que mudarán de vida, se confesarán, o con las promesas que hacen a Dios, diciendo: por la gracia del Señor ya no tengo peligro ninguno en ver a tal persona, puesto que en su presencia no experimento ya tentaciones. Escuchad los que habláis de este modo. Refiérese que hay en en Mauritania unos osos que van a caza de monas: cuando estas los ven, se suben a los árboles, y de esta suerte se libran de ellos. Pero ¿que hace entonces el oso? Se tiende sobre la tierra, fingiéndose muerto, y espera que las monas bajen de los árboles; y luego se levanta, las coge y las devora. Pues lo mismo practica el demonio: hace creer que la tentación pasó ya, y está muerta; pero luego que el hombre, que antes estaba sobre sí, se acerca por descuido a la ocasión, hace que se levante la tentación repentinamente y le devora. ¡Cuántas almas infelices, aunque se aplicaban a la vida espiritual, hacían oración mental, comulgaban a menudo y llevaban una vida ejemplar, han quedado esclavas del demonio, por sólo haberse expuesto a la tentación! En la Historia Eclesiástica se refiere, que una santa mujer, que practicaba el piadoso oficio de sepultar los mártires, encontró uno de estos que no había muerto todavía. La mujer le condujo a su casa, y le curó, buscando médicos y remedios. Pero ¿que sucedió? Estas dos personas santas; primeramente cayeron en el pecado y perdieron la gracia de Dios; y después, debilitada su fe, poco a poco, renegaron de Jesucristo. Un caso semejante cita san Macario, de un anciano, que había sido medio abrasado por el tirano porque no quería renegar de la fe; pues bien, habiendo vuelto sido vuelto a la cárcel hizo amistad, por desgracia suya, con una mujer devota que servia a los mártires y pecó.
8. El Espíritu Santo advierte, que como de la vista de una serpiente así debe huirse del pecado. Y así como se evita, no sólo la mordedura de la serpiente, sino también el tocarla, y aún acercarse a ella; así conviene evitar no sólo el pecado, sino hasta la ocasión; es decir, la casa, la conversación, la persona que puede inducirnos a pecar. San Isidoro dice, que el que está cerca de la serpiente, no pasará mucho tiempo sin ser herido de ella. Y por eso dice el Sabio, que se huya lejos de ella, no acercándose jamás a las puertas de su casa. (Prov. V, 8). No solamente dice, que nos abstengamos de acercarnos a su casa, la cual es camino del Infierno para nosotros, sino que, añade, que huyamos lejos de ella. Pero dirá alguno: Yo me perjudicaré en mis intereses, si dejo de frecuentar tal casa. ¿Y no es mejor que pierdas tus intereses que no tu alma y tu Dios? Es preciso persuadirnos, que toda cautela es poca cuando se trata de guardar la honestidad. Si queremos librarnos del pecado y del Infierno, debemos temer y temblar, como dice san Pablo (Phil. II 12):Cum metu et tremore vestram salutem operamini. «El que no tiembla y se expone a la tentación, difícilmente se salvará». Por eso, una de las oraciones que debemos repetir cada día muchas veces, es la oración dominical, por la que pedimos a Dios: que no nos deje caer en tentación. Señor, debemos decirle, no permitáis que yo caiga en las tentaciones que me hagan perder vuestra gracia. Nosotros no podemos merecer la perseverancia en ella; pero Dios la concede ciertamente al que se la pide, según san Agustín, puesto que prometió oír al que le ruega.