NOVENA A SAN JOSÉ. DÍA
CUARTO: Fortaleza de san José
Poniéndonos en la santa presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
ORACIÓN A SAN JOSÉ
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en esta novena, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
DÍA CUARTO
MEDITACIÓN
Fortaleza de san José
Composición de lugar. Contempla a san José como roca inamovible que resiste los choques horrendos de las ondas de contradicción del océano de sus dolores sin turbarse.
Petición. Dadme, fortísimo san José, el imitaros en esta virtud de la fortaleza.
Punto primero. La fortaleza es una firmeza de ánimo, una presencia de espíritu contra todos los males y contrariedades de la vida. Habiendo sido la vida de san José, después de Jesús y María, la que mayores contrariedades experimentó, claro aparece que debía ser también el varón más fuerte, héroe de su fortaleza… Esta virtud en el Santo fue como el gigantesco cedro, a cuyo robusto tronco, enlazadas y sostenidas todas las virtudes, dilataron su frondosidad y ostentaron con gallardía sus abundantes frutos… Dios, los hombres, las criaturas y hasta el mismo Santo, dieron ejercicio soberano a esta virtud… Dios, inundando el corazón del Santo con dolores y con amores, ejercitó su fortaleza… Belén, Jerusalén, Nazaret, Egipto, demostraron el heroísmo de la fortaleza del Santo, sufriendo con constancia los trabajos de su vida. Ni lo áspero y largo del camino, dice un piadoso autor, ni la estación inclemente del tiempo, ni la tierna edad del Niño Dios, ni lo delicado de su Madre, fueron obstáculos para ejecutar las órdenes del ángel. A todo hizo frente su heroica fortaleza. Él burló los planes sangrientos de Herodes, amansó la ferocidad y antipatía de los egipcios. Sentía en el alma las penas e incomodidades de Jesús y de María, y procuraba suavizarlas con sus diligencias y ardiente amor, enteramente olvidado de sus penas… Pero cuando se vio la fortaleza más que heroica de san José, fue en la pérdida de su Hijo. Entonces tres días se vio sumergido con María, en el más horrible desamparo, en las tinieblas del espíritu, oculto el sol de justicia… No comió ni tomó descanso en aquellos tres días, y hubiera muerto de dolor sin auxilio extraordinario del cielo… “¿Adónde te escondiste?, clamaba por caminos y valles con María san José; ¿adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?”... María apreció este dolor intensísimo sobre toda ponderación, exhalando sentidísima queja al hallar al Niño Jesús en el templo; José no desplegó los labios… No obstante, más resplandece la fortaleza del Santo al verse inundada de gracias del Cielo… O ensanchad mi bajeza, diría con más razón que su hija Teresa de Jesús, o poned tasa a vuestras mercedes. Según la multitud e intensidad de mis dolores, así son, Dios mío, las avenidas de vuestros consuelos y deleites y delicias. Mejor que san Pablo vería en su hijo Jesús, transfigurado muchas veces en su presencia, los arcanos de la divinidad, los secretos y resplandores de gloria del Verbo que el mortal no puede explicar… Por fin fue fuerte san José venciéndose a sí mismo, obrando siempre por los impulsos de la gracia, jamás por la violencia de las pasiones que tuvo siempre sujetas a la razón. ¡Qué fortaleza tan heroica la del Santo! Devoto josefino, admira y propón.
Punto segundo. ¿Eres fuerte, devoto josefino, en sufrir las contrariedades y dolores de la vida?, o ¿desmayas y cedes al menor embate, faltando a tus deberes con Dios, con el prójimo o contra ti mismo? ¡Ay! que el vicio que más domina es la debilidad, la falta de firmeza en las almas. Como nadie quiere sufrir ni padecer cosa alguna, todo el estudio se pone en contentar a todos menos a Dios y a nuestra propia conciencia. Las enfermedades, los contratiempos, o como dice el mundo, los reveses de fortuna, nos amilanan, nos desmayan, nos abaten o tal vez nos desesperan. No podemos sufrir que se quebrante o niegue nuestra voluntad o deseos, que al punto montamos en cólera. Somos juguetes de nuestras aviesas pasiones, y es verdaderamente un cuadro desgarrador el que ofrecen las conciencias de hoy día sin firmeza, sin fortaleza. Nada queda en pie en ellas más que la propia inconstancia, debilidad y flaqueza. Todas las virtudes yacen arruinadas por el suelo, semejantes a esos soberbios edificios que no tuvieron firmeza para resistir los embates y vaivenes de los tiempos, que solo queda de ellos un recuerdo de lo que fueron. ¿Por qué tantas miserias y ruinas? ¡Ay! Porque no nos apoyamos en Dios que no se muda. Imitemos la fortaleza de san José. Jamás será ni podrá ser nuestra vida tan borrascosa como la del Santo. Acojámonos a su poderoso patrocinio, y seremos con él fuertes con la fortaleza de Dios, venceremos a todos nuestros enemigos, y morará nuestra alma en la región serena de la paz, preludio de la eterna que hemos de gozar en el cielo. Así sea.
EJEMPLO
La venerable Sor Prudencia Zañoni, una de las heroínas más eminentes en virtud, de la orden de san Francisco, después de haber venerado en la vida a san José, recibió en su muerte la gracia más singular que jamás hubiese podido desear. Pues que en ella se le apareció el Santo, se le acercó a la cama, llevando en sus brazos el Niño Jesús. Es imposible referir la abundancia de afectos que inundarían el corazón de Prudencia. Baste decir que llegó a difundirse en el corazón de aquellas religiosas compañeras que la asistían, al oírle hablar, ya con el Santo anciano, ya con el dulce Niño; con aquel, dándole gracias porque se había dignado visitarla y hacerla disfrutar anticipadamente de la gloria del paraíso; con Este, porque con tanta amabilidad se había dignado invitarla a ir consigo a las celestiales nupcias. En la actitud de las manos y del rostro se conocía que san José había depuesto en los brazos de su devota el celestial Niño, concediéndole aquella muerte feliz que tuvo él en los brazos de Jesús en su casa de Nazaret.
ORACIONES FINALES
PARA CADA DÍA DE LA NOVENA
Pídase con toda confianza la gracia que se desee alcanzar en esta Novena.
ORACIÓN FINAL
Acordaos, santísimo esposo de María, dulce abogado, padre y señor mío san José, que jamás se ha oído decir que ni uno solo de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia en este día, y me encomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Oh padre adoptivo de mi redentor Jesús! No desatendáis mis súplicas; antes bien acogedlas propicio, despachadlas favorablemente y socorredme con piedad. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, amparadme en vida y en mi última agonía.
Jesús, José y María, recibid, cuando yo muera, el alma mía.
Alabados sean los corazones de Jesús y de María, y san José y santa Teresa de Jesús. Amén.