COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
XVIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Debo advertiros que el que vive en la tibieza, en
cierto sentido está más en peligro que aquel que vive en pecado mortal; y que
las consecuencias de un tal estado son acaso más funestas. He aquí la prueba.
El pecador que no cumple el precepto pascual, o que ha contraído hábitos malos
o criminales, lamentase, de vez en cuando, del estado en que vive, en el cual
está resuelto a no morir; desea salir del mismo, y un día llegara a hacerlo.
Mas el alma que vive en la tibieza, no piensa en salir de ella, pues cree estar
bien con Dios.
¿Que habremos de concluir de esto?. Vedlo aquí. Esa
alma tibia viene a ser un objeto insípido, insustancial, desagradable a los
ojos de Dios, quien acaba por vomitarlo de su boca; o sea acaba por maldecirlo
y reprobarlo. ¡Oh Dios mío, a cuantas almas pierde ese estado!. Si queréis
hacer que un alma tibia salga de su estado, os contestará que no pretende ser
santa; que, con tal de entrar en el cielo, ya tiene bastante. No pretendes ser
Santo, y no consideras que solo los santos llegan al cielo. O ser Santo, o
réprobo: no hay termino medio.
¿Queréis salir de la tibieza?. Llegaos frecuentemente
a la puerta de los abismos, en donde se oyen los gritos y los alaridos de los
réprobos, y podréis formaros idea de los tormentos que experimentan por haber
vivido tibiamente y con negligencia respecto al negocio de su salvación.
Levantad vuestros pensamientos hacia el cielo, y considerad cual sea la gloria
de los santos por haber luchado y por haberse violentado mientras estaban en la
tierra. Mirad lo que hicieron para merecer el cielo. Mirad que respeto sentían
por la presencia de Dios; que devoción en sus oraciones, las cuales no cesaban
en toda su vida. Mirad su valentía en combatir las tentaciones del demonio. Ved
con que gusto perdonaban y hasta favorecían a los que los perseguían, difamaban
o les deseaban mal. Mirad su humildad, el desprecio de si mismos, el gusto con
que se veían despreciados, y el terror con que miraban las alabanzas y la
estimación del mundo. Mirad con que atención evitaban los más leves pecados, y
cuán copiosas lágrimas derramaban por sus culpas pasadas. Mirad que pureza de
intención en todas sus buenas obras: no tenían otra mira que Dios, solo
deseaban agradar a Dios. ¿Qué más os diré? Mirad aquella muchedumbre de
mártires que no pueden hartarse de sufrimientos, que suben a los cadalsos con
mayor alegría que los reyes al trono. Terminemos. No hay estado más terrible
que el de aquella persona que vive en la tibieza, pues antes se convertirá un
gran pecados que un tibio. Si nos hallamos en tal estado, pidamos a Dios, de
todo corazón, la gracia de salir de é1, para emprender el camino que todos los
santos siguieron y así poder llegar a la felicidad de que ellos disfrutan.
San
Juan María Vianney