Continuación del Santo Evangelio según San Juan 1, 19-28
En aquel tiempo: Los judíos enviaron
desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Él
confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué?
¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».
Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto:
“Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados
había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías,
ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de
vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno
de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla
del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
De la embajada que enviaron los príncipes de los sacerdotes
de Jerusalén a San Juan Bautista (Jn. 1,20.)
MEDITACIONES DIARIAS
DE LOS MISTERIOS
DE NUESTRA SANTA FE,
por el P. Alonso de Andrade,
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS.
ORACIÓN
PARA COMENZAR
Por
la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor
mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te
adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para
hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre
y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.
MEDITACIÓN
III domingo de
Adviento.
De la embajada que enviaron los príncipes de los sacerdotes
de Jerusalén a San Juan Bautista (Jn. 1,20.)
Refiere
el Evangelio, que movido el senado de Jerusalén del crédito y opinión que había
alcanzado San Juan por medio de su vida y predicación, le enviaron a preguntar
si era el Mesías que esperaban, y él respondió que no era el Mesías, ni Elías,
ni alguno de los profetas, sino la voz de Dios que clamaba en el desierto,
avisando a todos que preparasen el camino para el Señor, como lo había
profetizado Isaías.
PUNTO
PRIMERO.
Considera el crédito que da la virtud a los que la tienen, y la honra que
acarrea a los buenos, pues hasta sus mayores enemigos los honran y estiman
tanto por ella como el senado de Jerusalén a San Juan, a quien por su grande
santidad tuvieron por Cristo y por Mesías que había venido a redimir al mundo.
Pondera cuán engañados andan los hombres en buscar las honras vanas del siglo
por medios humanos, las cuales son un poco de viento y se alcanzan con suma dificultad;
y resuélvete firmísimamente a buscar la verdadera honra que se alcanza por
medio de la virtud y santidad de vida, como la alcanzó San Juan Bautista.
PUNTO
II.
Considera que el demonio envidioso de la santidad de San Juan Bautista y del
fruto que hacía con su predicación y enseñanza en las almas, urdió y trazó esta
maraña para derribarle por vanidad, ofreciéndole la más alta dignidad que hubo
en el mundo; y se puede creer, que si la admitiera, le calumniaran de vano y
mentiroso y soberbio, pues se hacía Cristo y Mesías sin serlo; porque los sacerdotes
que le hablaron de parte del senado, como doctos, sabían que San Juan era de la
tribu de Leví, y que Cristo había de ser de la de Judá, y así no podía ser el
Mesías: de lo cual debes sacar una luz grande para conocer y huir las astucias
y lazos de Satanás, que siempre pretende tu ruina, y tener por enemigas a las
honras del mundo y a las dignidades seculares que te ofreciere, conociendo que
son cebo del demonio, para hacerte caer en el lazo de la soberbia y derribarte
en el infierno.
PUNTO
III.
Considera la grande humildad de San Juan, y cuán firme estuvo en la verdad,
pues con tantas veras y resolución respondió que no era Cristo, ni el Mesías, ni
Elías, ni alguno de los profetas, pudiendo con verdad decir que lo era en el
espíritu, en el sentido que Cristo lo dijo de él; antes se disminuyó, diciendo
que era voz, y se hizo lenguas en alabanzas del Salvador: a donde tienes mucho
que aprender y que imitar, así en el desprecio de las honras, como en el de ti
mismo, aprendiendo a despreciarte a ti, y a honrar a todos, y hablar
honoríficamente de ellos, como habló San Juan de Cristo.
PUNTO
IV.
Pondera cuán brevemente se trocaron estos embajadores, y se volvieron contra el
Bautista, reprendiéndole y denostándole porque bautizaba no siendo Cristo, en
que declararon que vinieron más movidos de envidia que de estimación; y conoce
cuán poco hay que fiar de las honras que ofrecen los hombres, que todas son
engañosas, falsas y tan breves, que apenas son cuando no son; y pide a Dios
gracia para despreciar el mundo y buscar los bienes eternos y su santo servicio,
en que, como está dicho, consiste la honra verdadera y la felicidad del alma,
que nunca ha de tener fin.
ORACIÓN
PARA TERMINAR TODOS LOS DÍAS
Te
doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones
que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda:
interceded por mí.
Mélanie
Calvat nació en Corps (Isère) el 7 de noviembre de 1831. Su padre, Pierre
Calvat, un hombre honesto y respetado por la gente del país, inculcó en su
querida pequeña la semilla de una gran compasión por Jesús crucificado; pero
como no había trabajo en el pueblo, tenía que marcharse a menudo a buscar en
otro lugar lo necesario para satisfacer las necesidades de la familia. A su
madre, Julie Barnaud, frívola y negligente con sus deberes en casa, le hubiera
gustado llevar a su hijita a los bailes y entretenimientos del pueblo. Pero
Dios había predispuesto a esta niña a una aversión innata a todas las vanidades
mundanas; los gritos y las lágrimas de Melanie obligaron a su madre a llevarla
a casa. Esto provocó un aborrecimiento inconcebible por parte de la madre. Cómo
explicar el trato cruel que siguió, si no es por un designio inescrutable de
Dios, que quiso despojar a su predestinada criaturita de los afectos más
legítimos para poder colmarla de una sobreabundancia de gracias y favores
celestiales excepcionales. Expulsada varias veces de su casa por su madre, la
pobre vagabunda encontró su consuelo en Jesús, oculto bajo la apariencia de un
niño adorable que se hacía llamar su hermano; Él se hizo su compañero en la
soledad de los campos y los bosques, conduciéndola a las alturas de la vida
mística.
En
cuanto la niña tuvo la edad suficiente, su madre la envió a trabajar como
pastora para varios amos en las regiones vecinas. Fue así como se encontró en
la montaña de La Salette, en compañía de Maximino Giraud, donde la Reina del
Cielo se les apareció entre lágrimas el 19 de septiembre de 1846. Confió a los
dos jóvenes pastores un mensaje público; luego a Maximino solo, un secreto;
después a Melanie un mensaje que podría publicar en 1858, junto con la Regla
que debían practicar los futuros hijos e hijas de la Orden de la Madre de Dios.
Al mismo tiempo, contempló en una visión profética la vida y las obras de estos
nuevos Apóstoles.
La
Aparición cambió el modo de vida de la mujer, que había pasado sus primeros
catorce años en reclusión, lejos del mundo. La misión de Melanie fue muy
dolorosa. Al transmitir los reproches y los deseos del Cielo, la heroica
mensajera se condenó de por vida a las constantes y vengativas persecuciones de
cierto clero, demasiado lleno de sí mismo para recibir, a través de este
humilde instrumento, las amonestaciones de la Virgen y responder a sus deseos.
Calumniada, despreciada e incomprendida, Melanie trabajó sin embargo hasta el
final de su vida para formar la Orden de los Apóstoles. Varios intentos de
fundación, rápidamente reducidos a la nada por un Episcopado hostil, nos han
dado, sin embargo, una preciosa correspondencia en la que la Pastora expone, con
sublime sencillez, el espíritu que la Virgen María quiere ver reinar en los
nuevos Apóstoles.
La
persecución condenó a Melanie a una vida errante por la que, además, fue
acusada de inconstancia. Dondequiera que iba, dejaba el exquisito perfume de
todas las virtudes, distinguiéndose sobre todo en la práctica de la humildad y
el amor a la cruz. Para preparar la venida de los Apóstoles de los Últimos
Tiempos, Dios no podría haber suscitado un alma más crucificada, más olvidada
de sí misma. El Siervo de Dios escribe: "Es en la escuela del Calvario
donde se aprende la rara ciencia del amor al sufrimiento y de la verdadera
autoaniquilación.
Melanie
pasó los últimos meses de su vida en Altamura, Italia, bajo la protección del
obispo Cecchini. Allí murió en olor de santidad la noche del 14 al 15 de
diciembre de 1904. A petición del Cielo, para mayor gloria de Dios y de su
Santísima Madre, Gregorio XVII proclamó beata a Melania Calvat el 7 de octubre
de 1984.
Traducido
del francés: Edición de O.D.M., Noviembre 2004