PARA EL DÍA DE LA PURIFICACION DE LA SANTISIMA VIRGEN
(2 de febrero)
La Virgen María, pasado el tiempo que ordenaba la Ley, se dirigió al Templo a fin de purificarse. Quiso someterse a tal prescripción, y no eximirse de ella, aun cuando no le obligaba por ser Madre del Hijo de Dios y por haberle concebido y dado a luz sin detrimento de su virginidad.
La Virgen María, pasado el tiempo que ordenaba la Ley, se dirigió al Templo a fin de purificarse. Quiso someterse a tal prescripción, y no eximirse de ella, aun cuando no le obligaba por ser Madre del Hijo de Dios y por haberle concebido y dado a luz sin detrimento de su virginidad.
Admirad la humildad de María en este misterio: se presenta en lo exterior como una de tantas, entre las otras mujeres, Ella que, por sus dos condiciones de virgen y de madre, estaba tan por encima de las demás.
Aprended de María a no querer distinguiros en nada de los otros, y a no pedir ni desear exención alguna en la práctica de las Reglas. En la medida de vuestra fidelidad y exactitud en observarlas, os colmará Dios de sus dones y os hará felices en vuestro estado.
Al mismo tiempo que se purificaba, la Santísima Virgen ofreció a Dios su Hijo, por ser primogénito, y a fin de conformarse a la Ley en toda su perfección.
Mas, el Padre Eterno, deseoso de que este Hijo suyo querido se inmolara a su tiempo en la cruz para satisfacer por nuestros pecados; lo devolvió durante algún tiempo a la potestad de su santa Madre, después que Ella lo rescató, según prescribía la Ley.
Así, la ofrenda que el Hijo de Dios hizo de Sí mismo al Padre era por entonces únicamente interior; aunque fuese exterior por parte de la Virgen Santísima. Jesús se reservaba el ofrecerse exteriormente y a vista de todos, en el árbol de la cruz.
Vosotros os ofrecisteis a Dios cuando dejasteis el mundo; ¿no os quedasteis entonces con algo de vosotros mismos? ¿Os habéis entregado ya del todo a Él? ¿No habéis revocado la ofrenda que entonces hicisteis a Dios?
Ni podéis contentaros con haberos ofrecido a Dios una sola vez: sino que debéis renovar cada día esa ofrenda, y consagrarle todas vuestras obras, haciéndolas única mente por Él.
En pago del ofrecimiento que se hizo de Jesús en este misterio, del que efectuó Él mismo de Sí, y de la humildad que en él demostró la Santísima Virgen; inspiró Dios al santo viejo Simeón que, por un lado, publicara a voces las grandezas de Jesús, diciendo de Él que había venido para ser luz que alumbrase a los gentiles, y la gloria del pueblo de Israel (1); y, por otro, que deseara toda clase de bendiciones a su santa Madre.
¡Ah! ¡Qué ventura supone el darse a Dios! Desde esta vida, recompensa Él y colma de dulcísimos consuelos sensibles al alma que se le consagra. Y hace que sean estimados y honrados de los hombres quienes se complacen en la humillación.
Cuanto más generosamente os deis a Dios, tanto más os colmará Él de sus bienes; cuanto más despreciados seáis ante los hombres, tanto más grandes seréis delante de Dios.