domingo, 10 de febrero de 2019

SOBRE LA EXCELENCIA Y MÉRITO DE LA OBEDIENCIA. San Juan Bautista de la Salle


Sobre la excelencia y mérito de la obediencia
PARA EL DOMINGO QUINTO DESPUÉS DE REYES 
 San Juan Bautista de la Salle

La obediencia es fuente de gracias para el religioso; puede, por tanto, comparársela con " la buena semilla que se siembra en el campo y rinde mucho fruto a su dueño " (1).

Ésta es, efectivamente, la virtud que ocasiona todo el mérito de las acciones que ejecutan las personas consagradas a Dios. Hasta el punto de que, por excelentes que en sí puedan ser, no tienen valor sino en la medida en que las acompaña la obediencia.
Por eso, es lícito afirmar que la obediencia constituye en el religioso el ornato de sus obras; las cuales, si esta virtud no les presta su brillo, por muy santas que en sí fueren, tienen sólo hermosura fingida, propia, cierta mente, para deslumbrar a quienes no ven las cosas con los ojos de la fe; pero cuya total falacia y plena vanidad no pueden ocultarse a las personas ilustradas.
Miren bien los que hacen profesión de obediencia, no se diga de ellos lo que afirmó de los escribas y fariseos el oráculo de la verdad: que eran sepulcros blanqueados, muy pulidos por de fuera y hermosos a la vista mirado sólo su exterior; mas llenos en su interior con huesos de muerto y con toda suerte de inmundicia (2).
Lo mismo podría afirmarse de los religiosos, si sus obras no se sujetaran todas a la dirección de la obediencia aparentemente, serían virtuosas; pero, en verdad, resultarían fundamentalmente malas y del todo desagradables a Dios, por no ir animadas de la única virtud que puede darles sustentación; tal virtud es la obediencia. Cuando ésta falta, dichas obras, buenas a los ojos humanos, son cuerpo sin alma; y no pueden considerarse como acciones de persona religiosa.
Ocurre a veces que ciertas obras hechas, al parecer, por obediencia; a causa de no ir en todo ajustadas a esta virtud y regidas por ella; esto es, por faltarse en algo a lo prescrito por el superior, ya en cuanto al tiempo, ya en cuanto al modo de ejecutar lo mandado; tales obras, digo, degeneran de lo que debieran ser y se convierten, por falta de tal requisito, en actos de propia voluntad: este vicio viene a convertirse para ellas en la cizaña que el demonio siembra entre la buena semilla.
Es muy de lamentar, por cierto, que actos, buenos de suyo, se vuelvan malos por faltarles esa circunstancia y que, por sí solo, tal vicio los torne desagradables a Dios. Por ahí se echa de ver con cuánto esmero debe el religioso vigilar su conducta, a fin de que sus obras sean tales, cuales deben ser para agradar a Dios.
Cuidad, pues, que todo cuanto hagáis vaya ordenado por la obediencia, y que no se dé en vuestras acciones la menor circunstancia que deje de estar conforme con esta virtud; pues poco tendrá Dios en cuenta una obra, aun hecha por obediencia, si no se procura con sumo cuidado conformarla en todo con lo prescrito por quien ordena su cumplimiento. Tanto más, cuanto según axioma de los filósofos, para que una acción sea buena ha de serlo en todas sus partes; al paso que la torna mala un solo defectillo que la afee. Y no es defecto pequeño dejar de obedecer como es debido; puesto que supone falta de respeto a Dios, y negarle la estima que se merece.
El mejor medio para cumplir con exactitud lo ordenado por el que manda, es tener en más estimación la obediencia - a la cual corresponde enaltecer la obra prescrita que el acto en sí mismo considerado; ya que éste - por deslumbrante que sea de suyo - aislado de la obediencia, es tenido en nada por Dios, pues se presenta desnudo de lo que constituye su mérito. Al paso que una acción, en apariencia de poco precio, se torna muy excelente ante Dios, a causa del interés que se pone en ejecutarla por espíritu de obediencia.
Así, pues, lo que avalora a las personas que se han incorporado a alguna comunidad religiosa, no es tanto la calidad de las obras que en ella realizan, cuanto la perfección de la obediencia con que las ejecuten.
Y eso es lo que ha de distinguir del seglar al religioso: las acciones de éste son santificadas en virtud de la obediencia; mientras en aquél se santifican por el mérito que en sí mismas tienen.
Examinemos, pues, si es la obediencia el móvil y la norma de nuestra conducta: en ello debemos poner toda nuestra aplicación.
Lo que nos demuestra de modo aún más patente la excelencia de la virtud que aquí meditamos, es el hecho de que la obediencia todo lo rectifica; en forma que, hasta las cosas peores se vuelven, merced a ella, agradables a Dios, cuando invenciblemente ignoramos que son malas, y procedemos de buena fe y con sencillez, sin proponernos otro motivo que obedecer a Dios.