MEDITACIÓN DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE
PARA EL DOMINGO DE SEXAGÉSIMA
De tres clases de desobedientes
La palabra del superior en su comunidad es la semilla del evangelio de hoy; la cual es recibida, algunas veces, por tres clases de personas mal dispuestas (1).
La simiente que cae a lo largo del camino es la palabra del superior escuchada por quienes se contentan con los deseos de obedecer. Parece que tienen amor a la obediencia, pues hablan bien de ella cuando se presenta ocasión, y aun exhortan a los demás a obedecer. Pero no se advierte en ellos más que buena voluntad, y no sus efectos. Y es que les parece difícil cuanto se les ordena.
La razón de que no acaben éstos de decidirse a la práctica, y de que no obedezcan, es que su corazón no se ha dispuesto de antemano a ello. Sería necesario para determinarlos a obedecer que, cuando el superior se resuelve a mandarles algo, les preparase con antelación para hacérselo aceptar con gusto. ¿No os contáis vosotros entre éstos? ¿Estáis siempre dispuestos a obedecer?
Prevenid para ello de tal modo el ánimo, que pueda el superior mandaros confiadamente en cualquier circunstancia, y os halle siempre dispuestos a cumplir sus órdenes.
La semilla que cae entre piedras es la palabra del superior recibida por aquellos que ejecutan cuanto se les manda, si no tienen penas ni tentaciones; pero, a la más leve tentación, a la menor turbación del espíritu, a la mínima dificultad con el superior, vedlos consternados e incapaces de resolverse a ejecutar lo que se les ordena, porque no están cimentados en la virtud, ni se los ha familiarizado con la práctica de la obediencia.
¡Ah! ¡Cuánto importa que, a personas tan débiles y sujetas a la tentación, se las ejercite a menudo! ¡Y cuán necesario es probar y contradecir a gente de tal temperamento!
Suplicad con frecuencia a los superiores que no toleren en vosotros semejantes debilidades, y pedid a Dios corazón siempre dócil.
La simiente que cae entre espinas es la palabra del superior recibida por quienes obedecen en todo cuanto les agrada, y no presenta para ellos la más leve dificultad; mas, tan pronto como experimentan alguna repugnancia hacia lo mandado, se ven incapaces de cumplirlo, porque no logran vencerse ni violentarse en la medida que el caso lo requiere. Haría falta para decidirlos a obedecer que el superior les ordenase únicamente cosas que les fueran gratas y que, antes de imponerles el mandato, tuviera la precaución de sondear su disposición natural y sus preferencias.
Esta obediencia es del todo natural y humana; por consiguiente, no es en manera alguna religiosa ni meritoria ante Dios; ya que pone al superior en el trance de inquirir del súbdito lo que desea hacer; cuando, por el contrario, incumbe al súbdito preguntar a su superior: ¿Qué queréis que haga? (2).
Esto debéis hacer siempre vosotros, para obedecer bien.