miércoles, 5 de marzo de 2025

DÍA 6. EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ SE ELEVÓ A LAS ALTA Y SUBLIME CONTEMPLACIÓN

DÍA SEXTO

El Corazón de San José fue elevado a la más alta

y sublime contemplación.

 

MES

EN HONOR

A SAN JOSÉ

Por un sacerdote

de la Congregación de la Misión

 

ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)

pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)

y del Ángel Custodio, (breve silencio)

acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:

 

Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.

Entre tus brazos descansó El Salvador

y ante tus ojos creció.

Bendito eres entre todos los hombres,

y bendito es Jesús,

el hijo divino de tu Virginal Esposa.

San José, padre adoptivo de Jesús,

ayúdanos en nuestras necesidades familiares,

de salud y de  trabajo,

hasta el fin de nuestros días,

y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”

 

DÍA SEXTO

El Corazón de San José fue elevado a la más alta

y sublime contemplación.

 

“He aquí que el Señor entra en Egipto sentado sobre una nube voladora”. Así lo predijo el profeta Isaías, refiriéndose al divino Niño llevado en brazos por el bienaventurado san José. Con esta predicción, el Espíritu Santo quiso comparar al gran Patriarca a una bella nube que debía llevar y en realidad llevó al niño Jesús a Egipto, y de Egipto a Palestina, como dice Alberto Magno, y lo dice con razón, habiendo recibido una orden expresa del cielo. José era pues aquella pequeña nube luminosa donde no se generan ni relámpagos ni truenos ni rayos porque él nada tenía de esta tierra corrupta, ni del mar de este mundo como las demás nubes: sino que era enteramente celestial y formado de la materia más pura del firmamento. Nube llena de ese rocío celestial destinado a hacer brotar los frutos más hermosos de la tierra; Nube que sostenía a aquel que vino a la tierra para reconciliar al mundo con Dios. En el seno de esta nube mística se esconde la divina Majestad con mucho mayor placer del que sintió cuando se escondió de nuevo en la misteriosa nube del Sinaí vista por Moisés. ¡Oh, cómo por el soplo favorable del Espíritu Santo esta nube mística fue elevada a la última y suprema región de la contemplación celestial! La nube es un cuerpo que se sostiene por el aire, porque, no estando del todo purificada, no puede elevarse al cielo para obtener un lugar entre las estrellas; ni, por otra parte, estando agobiada por un gran peso, no puede inclinarse y adherirse a la bajeza de esta tierra. Esto es lo que le ocurrió a José, suspendido entre el cielo y la tierra con el favor de una contemplación pura y sublime. Mientras vivió en este mundo tenía un cuerpo mortal, y por eso no es de extrañar que no pudiera ascender al cielo para tomar su lugar entre los ángeles; pero al mismo tiempo tenía un corazón elevado por la contemplación de todas las cosas creadas y estrechamente unido a su Dios para ver con las luces de la gracia aquellas mismas cosas que se manifiestan a los bienaventurados en el esplendor de la gloria. Los rayos del sol y de la luna sirven de sostén a las nubes que hay en el aire: del mismo modo los rayos favorables de aquel Sol que da luz al Paraíso, es decir, las miradas amorosas de Jesús y las influencias eficaces de la luna mística, María, elevaron el alma de José a tan alta elevación, que casi no le era posible bajar su espíritu de la contemplación de las cosas celestiales, como afirma San Atanasio. Y como tenía siempre presentes estos queridos objetos, tanto en casa como especialmente en los viajes que conducía a Jesús, se sentía transportado al cielo por una dulce contemplación. Y como el que contempla no habla, o si habla, como dice San Juan Clímaco, pronuncia una sola palabra, como la Magdalena en el dulcísimo éxtasis que le produjo la visión del Salvador resucitado, no pudo decir otra cosa que “Maestro”. “Mi Señor y mi Dios” fueron las palabras del apóstol Santo Tomás en el éxtasis que lo invadió al tocar las llagas del glorioso Jesús. No puedo decir otra cosa de nuestro santo: sólo pronunció una palabra en sus continuas contemplaciones: “Oh Jesús, hijo mío”; y con esto su espíritu entraba en una íntima consideración de las infinitas perfecciones del Hombre-Dios. La oración del contemplativo es una palabra dirigida a Dios, y por parte de Dios es también una palabra que Él hace entender al alma contemplativa. De hecho, cuando María Magdalena dijo: “Maestro”, en su más dulce éxtasis; Jesús le dijo esta palabra: “María”. Del mismo modo, el divino Salvador dirige una sola palabra a nuestro contemplativo José: «José, padre mío». Con esta palabra le dice todo lo que es capaz de cautivar su corazón y elevarlo a la contemplación más sublime de su adorable hijo.

Si el corazón de san José fue elevado a una contemplación muy alta y sublime, fue porque estaba completamente libre y liberado de lo que podía atarlo e inclinarlo a la tierra y al amor de las vanidades. Era un corazón libre de todos los impedimentos terrenos, un corazón del que sólo Dios era dueño y que lo elevó enteramente hacia sí y lo enriqueció con los más notables favores.

¡Cuán distintos son del suyo los corazones de muchas personas que se creen piadosas y devotas y, sin embargo, son incapaces de elevarse libremente hasta Dios ni siquiera por unos instantes! Si pudieran penetrar profundamente en sus corazones y examinar sus profundidades, se encontrarían merecedores de la reprensión que David hizo a los hijos de los hombres: ¿Hasta cuándo estaréis pesados ​​de corazón, y amaréis la vanidad y la mentira? Mientras el corazón humano esté apegado y se doblegue hacia la tierra, hacia la vanidad y la falsedad, no podrá elevarse y alcanzar a Dios, y convertirse en una persona conforme a su propio Corazón. Ah, escuchemos la gran advertencia del Apóstol que dice: "Buscad las cosas de arriba, y gustad sólo de éstas".

 

JACULATORIA

Oh San José, imagen del Padre Eterno,

ruega por nosotros.

 

AFECTOS

¿A qué dignidad, a qué honor incomparable fuiste elevado, gloriosísimo San José? Entraste con Dios en una sociedad de nombre, oficio, amor, cuidado y autoridad sobre la Palabra hecha carne. Si Jesús está sentado en el cielo a la diestra de Aquel que lo engendró desde la eternidad, estaba en la tierra a tu diestra, y siempre cerca de ti, que lo educaste y alimentaste con exquisita diligencia. Si el Padre Eterno, mirando con agrado al Verbo encarnado, le dice: “tú eres mi Hijo”, también tú, fijando la mirada en el mismo Verbo encarnado, le has dicho con amor profundo y respetuoso: “tú eres mi hijo”, y le has oído decirte: «¡Tú eres mi padre!». ¡Ah! Nadie entre los hombres, nadie entre los benditos espíritus celestiales podría jamás hablar de esa manera. Oh Santísimo Patriarca, perdóname si, lleno de santo coraje, te pido que me aceptes gentilmente de nuevo como hijo tuyo, ya que he decidido considerarte desde ahora como a un padre, demuestra siempre que eres tal conmigo, que yo también me mostraré siempre tu hijo tierno y afectuoso.

 

LETANÍAS A SAN JOSÉ

Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935

 

Señor, ten misericordia de nosotros

Cristo, ten misericordia de nosotros.

Señor, ten misericordia de nosotros.

 

Cristo óyenos.

Cristo escúchanos.

 

Dios Padre celestial,

ten misericordia de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo.

Dios Espíritu Santo.

Santa Trinidad, un solo Dios.

 

Santa María,

ruega por nosotros.

San José,

ruega por nosotros.

Ilustre descendiente de David.

Luz de los Patriarcas.

Esposo de la Madre de Dios.

Casto guardián de la Virgen.

Padre nutricio del Hijo de Dios.

Celoso defensor de Cristo.

Jefe de la Sagrada Familia.

José, justísimo.

José, castísimo.

José, prudentísimo.

José, valentísimo.

José, fidelísimo.

Espejo de paciencia.

Amante de la pobreza.

Modelo de trabajadores.

Gloria de la vida doméstica.

Custodio de Vírgenes.

Sostén de las familias.

Consuelo de los desgraciados.

Esperanza de los enfermos.

Patrón de los moribundos.

Terror de los demonios.

Protector de la Santa Iglesia.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

escúchanos, Señor,

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:

ten misericordia de nosotros.

 

V.- Le estableció señor de su casa.

R.- Y jefe de toda su hacienda.

 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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Querido hermano: si te ha gustado esta meditación del mes de san José, compártela con tus familiares y amigos.

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.