2 de octubre. Santos Ángeles Custodios
Sermón de San Bernardo, Abad.
Sobre el Salmo 90.
Dios envió a sus Ángeles para que cuidaran de ti. ¡Oh admirable dignación! ¡Oh caridad grande y entrañable! ¿Quién envía?, ¿a quiénes envía? ¿Y con qué objeto?, ¿qué envía? Procuremos recordar tan gran mandato. Porque, ¿de quién procede esta orden? ¿De quién dependen los Ángeles? ¿A quién corresponde mandarlos y a qué voluntad obedecen? Envió Dios a sus Ángeles para que te guardaran en todos tus caminos. Y ellos llegan hasta llevarte en las palmas de sus manos. La suprema Majestad envía a los Ángeles; a aquellos espíritus tan excelsos, y tan dichosos por la proximidad y familiaridad con Dios. Y nos los envía a nosotros. Pero, ¿quiénes somos nosotros? ¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que te fijes en él? ¡Como si el hombre no fuera corrupción y el hijo del hombre un gusano! ¿Mas para qué nos los envió? Para cuidar de nosotros.
¡Cuánto respeto y confianza deben infundirnos sus palabras! Respeto por su presencia, devoción por su bondad, confianza por su protección. Procedamos siempre con cautela, puesto que los Ángeles, cumpliendo lo que se les ha mandado, siguen todos nuestros pasos, en cualquier lugar, por retirado que sea; respetad a vuestro Ángel. ¿Os atreveríais a hacer en su presencia lo que no haríais en la mía? ¿Dudáis que esté presente porque no le veis con los ojos? Decidme: ¿Qué haríais si le oyeseis, si le tocaseis, si olieseis su perfume? Recordad que no es sólo la vista la que nos asegura la realidad de las cosas.
Así, hermanos, amemos con el afecto más tierno a estos Ángeles de Dios, con quienes estaremos un día en la herencia de su reino, y ha constituido nuestro Padre celestial en guías y protectores nuestros durante esta vida. ¿Qué temeríamos con tales custodios? Nos guardan en todos nuestros caminos los que no pueden ser vencidos ni engañados por nuestros enemigos, ni pueden engañarnos. Son fieles, prudentes, poderosos: ¿Qué temeríamos? Basta seguirles y estar junto a ellos para tener la protección del cielo. Siempre que nos sintamos tentados o estemos en una prueba, invoquemos a nuestro guarda, guía y ayuda en la necesidad y la tribulación. Clamemos a él, y digamos: Señor, sálvanos, porque perecemos.
Oremos.
¡Oh Dios, que en tu providencia inefable te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles!; concede a quienes te suplican ser siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.