sábado, 12 de marzo de 2022

SÉPTIMO DOMINGO DE SAN JOSÉ. Textos de san Enrique de Ossó

SÉPTIMO DOMINGO

Se consagra a honrar los dolores y gozos de san José cuando después de haber perdido a Jesús lo halló en el templo.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

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SÉPTIMO DOMINGO

Se consagra a honrar los dolores y gozos de san José cuando después de haber perdido a Jesús lo halló en el templo.

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a María y a José buscando transidos de pena a su hijo Jesús, por tres días, y después inundados de gozo hallarle tan honrado en el templo con los doctores.

 

Petición. Glorioso san José, alcanzadme la gracia de primero morir que pecar, y la que os pido en estos Siete Domingos a mayor gloria de Dios.

 

Punto primero. Este séptimo dolor es el mayor que experimentó el Santo. En los otros dolores podía exclamar con verdad: Quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta Mas en este, como no tenía la presencia corporal de Cristo, todo le faltaba; y como no tenía en su compañía al hijo de Dios, nada le bastaba. Todos los años iban los padres de Jesús a Jerusalén en el día solemne de la Pascua, y con ellos, a los doce años fue también Jesús, permaneciendo el Niño Jesús en Jerusalén sin conocerlo sus padres, que juzgaban estaba en la comitiva. ¿Quién podrá medir la intensidad de este dolor del Santo? Ya fuese que en su humildad se tuviese por culpable de esta pérdida, ya por creer que hubiese caído en manos de alguno de sus fieros enemigos; ya considerase la pena de María, ya las privaciones que pudiera experimentar el Niño en tan tierna edad, todo era para el Santo motivo del mayor dolor. Mejor que la madre de Tobías podía exclamar: ¡Ay de mí! ¡Ay, hijo mío, lumbrera de mis ojos, báculo de mi vejez, consuelo de mi vida, esperanza de nuestra posteridad! Teniendo en Ti solo todas las cosas juntas, ¿por qué te dejamos ir? Buscaron con diligencia por tres días entre parientes y conocidos, y nadie les supo dar razón. No comparece Jesús. ¿Adónde iré yo?, exclamaba el Santo. Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche, oyendo a todas horas preguntarme: “¿Dónde está tu Dios?” O como la esposa santa exclamaría con María: “¿Adónde te escondiste, mi Amado, y me dejaste con gemido?”… Tres días fueron de agonía y de desamparo para José y María, que sin tomar descanso ni alimento, solo hacían orar, llorar y buscar a su adorada prenda, a su Dios y a todas sus cosas. Con razón dijo Orígenes que san José en esta ocasión padeció más que todos los mártires, y que este dolor bastara y sobrara para quitarle la vida, si Dios no lo hubiese sostenido con auxilio extraordinario. Mas ¡oh prodigio de fortaleza, de paciencia y de santidad! José con María en tan extremado aprieto no se quejan, no murmuran, no se impacientan, no se desesperan ni se entregan a una consternación inerte; buscan al Hijo y oran con paz, con confianza, con grandísima humildad y amor, y Dios, que da las penas con medida, compadecido de su llanto legítimo y movido por su acendrada virtud, inspira a san José que vaya con María al templo para mejor mover sus preces a Dios. ¡Qué modelo tan divino! ¿Lo imitas tú, alma cristiana, en tus penas? ¿Oras, buscas, esperas en Dios?

 

Punto segundo. Contempla, devoto josefino, que si los gozos y las consolaciones que reparte a sus siervos el Señor son según la grandeza de los dolores, debía ser inmensa la alegría que experimentó san José al hallar a su hijo Jesús en el templo sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles, arguyéndoles, respondiéndoles, y al ver a todos los espectadores estupefactos por la prudencia y respuestas que les daba. Extáticos José y María de gozo ante aquel espectáculo tanto más grato cuanto menos esperado, no sabían comprimir apenas los ímpetus de su corazón, que quería lanzarse, rompiendo por en medio de las filas de los doctores, a abrazar y cubrir de besos a la prenda más amada y adorada de su corazón paternal. San José calla en este caso, poseído de admiración y gozo extraordinarios; mas, María le dice luego: Hijo, ¿por qué te portaste así con nosotros? Mira, tu padre (san José) y yo te buscábamos llenos de dolor. Pone María a san José primero que a sí misma, y llámale padre de Jesús a san José, ya por ser el Santo cabeza de su Sagrada Familia, ya por no dar lugar a juicios siniestros dándole otro nombre, ya por fin porque verdaderamente al buscarle había demostrado cariño de padre… ¡Oh qué gozo tan sin medida fue el de María y José en este lance! Mejor que David podían exclamar: Trocado has, Señor, mi llanto en regocijo, y de alegría has cubierto mi corazón… Con tan divino y codiciado hallazgo se volvieron los santos esposos a Nazaret, donde Jesús en todo les estaba sujeto y era tenido por todos por hijo de José, el carpintero. Aquí disfrutaron por muchos años de un paraíso anticipado por la paz, concordia, unión y amor purísimos que reinaban en aquella santa casa, modelo de todas las familias cristianas. ¡Qué gozo el de san José, al verse con Jesús y María! ¡Qué gloria al ser cabeza de Jesús y de María! ¡Qué felicidad al conversar y tratar tan de cerca al Hijo y a la Madre de Dios, y verlos pendientes de sus labios! Verdaderamente que el Señor ha hecho todo esto, y es admirable a nuestros ojos. Compartamos con san José y María su esposa los dolores y gozos de su corazón, y después de felicitarles por el hallazgo de su hijo Jesús, pidámosles de corazón que si por desgracia algún día perdiésemos a Jesús, por nuestra culpa, no descansemos hasta recobrarle por el arrepentimiento, por la penitencia, por una sincera confesión, para morir en su gracia y reinar eternamente con ellos en la gloria. Así sea, Jesús, María y José. Amén.

 

EJEMPLO

 

El siguiente ejemplo servirá a los devotos de san José de un importantísimo desengaño, para que no se contristen si alguna vez sucediese que pidiéndole al Santo, que es tan piadoso y benéfico, no son oídos en sus peticiones; antes lo que deben hacer es avivar la fe y persuadirse de que el Santo los oye como más conviene a su salud, aunque no conforme a su deseo y petición; la cual si se cumpliese, tal vez sería para su daño, y no como piensan para su bien. ¡Ay de los enfermos, si todo lo que apetecen se lo concediesen los médicos! Cuenta el Padre Juan de Allosa, en su obra de la afección y amor a san José, este caso, que refiere en su opúsculo de la unión con san José Agustín Colletini, escritor toscano, no menos pío que erudito, de quien yo lo he tomado. Cuenta, digo, que hubo un caballero muy devoto de san José, el cual todos los años lo mejor que podía le celebraba la fiesta. Tenía este tres hijos, y al tiempo de celebrar la fiesta al Santo se le murió uno: al siguiente año por el mismo tiempo de la fiesta se le murió otro. Quedó muy afligido el buen caballero, y con temor de hacer al Santo tercera vez la fiesta, por miedo de que también se le muriese el tercer hijo. Así afligido se salió al campo para divertir algún tanto su pena y melancolía; caminando por él, todo pensativo, levantó la vista hacia unos árboles, y vio pender de ellos dos jóvenes ahorcados; al mismo tiempo se le apareció un ángel y le dijo: “¿Ves tú estos dos jóvenes ahorcados? Pues sábete que en esto hubieran parado tus dos hijos, si hubieran vivido y llegado a ser grandes; mas porque tú eres devoto de san José, él te ha alcanzado de Dios que muriesen niños, para que no deshonraran tu casa, y ellos aseguraran con aquella anticipada muerte la vida eterna. No temas, pues: celebra la fiesta del Santo, porque el tercer hijo pequeño que te queda, será obispo y vivirá muchos años”; y así sucedió, como el ángel le predijo. Dejemos nuestros negocios en manos del Santo patriarca, que él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Digámosle con filial confianza, como su apasionada devota santa Teresa de Jesús: “Si va torcida mi petición, glorioso señor y padre mío san José, enderezadla para más bien mío, pues en vuestras manos pongo ¡y qué de buena gana! mi alma, vida y corazón; mi suerte temporal y eterna”.

 

Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según el primer modo y la oración final.

 

Obsequio. No pasar día sin orar a san José, y sin hablar de san José a los hombres.

 

Jaculatoria. Glorioso san José, santo sin igual, alcanzadme la perseverancia final.

 

 

 

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

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Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.