María se aparece a un devoto suyo.
Refiere
el padre Silvano Razzi que, habiendo oído un piadoso clérigo, muy
devoto de la Virgen María, alabar su incomparable hermosura, entró en
deseos de ver a lo menos una vez a su augusta Señora, y con humildes
plegarias le pedía este insigne favor. La bondadosísima Madre le mandó
decir, por medio de un ángel, que pronta estaba a complacerle, pero con
la condición de que después de verla quedaría ciego. Luego que aceptó la
condición, la Virgen no se hizo rogar, y se le apareció. El devoto
clérigo, para no quedar totalmente ciego, al principio la miró con un
solo ojo. Mas, fascinado por tanta hermosura, para contemplarla mejor,
se apresuró a abrir el otro ojo; mas de repente la Madre de Dios
desapareció. Perdido que hubo la presencia de su amada Reina, no se
cansaba de lamentarse y llorar, no por haber quedado ciego de un ojo,
sino por no haber perdido entrambos mirando tan arrebatadora belleza.
Después
entonces volvió a suplicar a María que se le apareciese otra vez,
aunque tuviera que perder el otro ojo y quedar ciego. "Por muy feliz y
dichoso me tendré — decía — si llego a perder del todo la vista por tan
buena causa, porque así quedaré más prendado de Vos y de vuestra
belleza." Quiso María proporcionarle este consuelo, y de nuevo se le
apareció. Mas como esta amorosa Reina no sabe hacer mal a nadie, al
aparecérsele por segunda vez no sólo no le cegó del otro ojo, sino que
devolvió la vista al ojo que la había perdido.
ORACIÓN
(en que el alma pide a María toda suerte de grácias)
¡Oh
grande, oh excelsa y gloriosísima Señora!, postrados a los pies de
vuestro trono os adoramos desde este valle de lágrimas y nos complacemos
de la gloria inmensa con que el Señor os ha enriquecido. Ahora que
gozáis de la dignidad de Reina del Cielo y de la tierra, no os olvidéis
de nosotros, pobres siervos vuestros. Desde ese excelso solio en que os
sentáis como Reina, no os desdeñéis de inclinar los ojos de vuestra
misericordia hacia nosotros, miserables pecadores. Y puesto que os
halláis tan próxima a la fuente de la gracia, con mucha facilidad nos la
podéis proporcionar; ya que en el Cielo conocéis mejor nuestras
necesidades, mas debéis compadeceros de ellas y otorgarnos vuestro
favor. Haced que en la tierra seamos fieles siervos vuestros, a fin de
que podamos ir un día a alabaros en el Cielo. En este día, en que habéis
sido coronada por Reina del universo, nos consagramos a vuestro
servicio. Comunicad parte de las inefables alegrías que hoy gozáis a los
que habéis aceptado por vasallos vuestros.
Vos
sois, pues, nuestra Madre. ¡Ah Madre dulcísima y amabilísima! Veo
vuestros altares cercados de gentes que os piden, unos verse libres de
sus dolencias, otros ser remediados en sus necesidades; éstos, buena
cosecha; aquéllos, feliz éxito en un pleito. Nosotros os pedimos gracias
más conformes con los deseos de vuestro corazón: concedednos la
humildad, desprendednos de las cosas de la tierra, haced que vivamos
resignados a la voluntad de Dios; alcanzadnos el santo amor de Dios, una
buena muerte y el Paraíso. Trocadnos, Señora, de pecadores en santos;
obrad este milagro, que os dará más honra y gloria que si devolvieseis
la vista a mil ciegos y resucitaseis a mil muertos. Sois poderosísima
para con Dios; baste decir que sois su Madre, la más amada de su
corazón, la llena de su gracia. Por tanto, ¿qué os podrá rehusar? ¡Oh
hermosísima Reina!, no pretendemos veros en la tierra, mas esperamos ir a
gozar de vuestra presencia en el Cielo; Vos nos habéis de alcanzar esta
dicha. Así lo esperamos. Amén, así sea.