sábado, 14 de agosto de 2021

EL TRONO DE MARÍA. San Alfonso María de Ligorio

 


PUNTO II

"Si el entendimiento humano, — dice San Bernardo—, no puede llegar a comprender la inmensa gloria que Dios ha preparado en el cielo a los que en la tierra le han amado, como dijo el Apóstol, ¿quién llegará a comprender jamás qué gloria tuvo preparada a su querida Madre, que en la tierra le amó más que todos los hombres, y que aun desde el primer momento en que fue criada le amó más que todos los hombres y todos los Angeles juntos? Con razón, pues, la Iglesia canta que María ha sido exaltada sobre todos los coros de los espíritus celestiales, habiendo amado a Dios más que todos los Angeles-"(11). "Si — dice Guillermo abad — . Ella fue exaltada sobre los Angeles, de modo que no ve sobre de sí sino a su Hijo, que es el unigénito de Dios (12).

Esto es lo que considera el docto Gerson cuando afirma que "independientemente de las tres jerarquías en las cuales se hallan distribuidos todos los órdenes de los Angeles y de los Santos, como enseñan Santo Tomás y San Dionisio, María formó en el cielo una jerarquía separada, la más sublime de todas, y la segunda después de Dios"(13). "Y así como — añade San Antonino — , la señora se diferencia sin comparación de los esclavos, así la gloria de María es incomparablemente mayor que la de los Angeles"(14). Para entender esto, basta saber lo que nos dijo David, que esta Señora fue colocada a la derecha del Hijo(15), esto es, de Dios, como dice San Atanasio(16).

Es cierto, como dice San Ildefonso, que las obras de María aventajaron incomparablemente en mérito a las de todos los Santos, y por esto no puede comprenderse la recompensa y la gloria que Ella mereció(17). Y si es cierto, como escribió el Apóstol, que Dios premia según el mérito(18), lo es también, dice Santo Tomás, que la Virgen, cuyo mérito excedió al de todos los hombres y Angeles, debió ser exaltada sobre todos los órdenes celestiales(19). "En una palabra, —añade San Bernardo —, mídase la gracia singular que María recibió en la tierra y luego mídase por ello la gloria singular que obtuvo en el cielo.

La gloria de María, dice un sabio autor(20), fue una gloria llena, una gloria completa, a diferencia de la que gozan los otros Santos en el cielo. Esta reflexión es muy hermosa; pues si bien es cierto que en el cielo todos los bienaventurados gozan una paz perfecta y completo contento, sin embargo siempre será verdad que ninguno de ellos disfruta de aquella gloria que hubiera podido merecer, si hubiese servido y amado a Dios con mayor fidelidad. De aquí es que si bien los Santos en el cielo no desean más de lo que poseen, sin embargo tendrían aún que desear. Es verdad igualmente que allí no se sufre pena alguna por los pecados cometidos y el tiempo perdido, pero es innegable que causa sumo contento el mayor bien que se hizo en vida, el haber conservado la inocencia y empleado mejor el tiempo. María en el cielo nada desea y nada tiene que desear. "¿Cuál de los Santos —dice San Agustín —, a excepción de María, puede decir que no ha cometido ningún pecado(21)? Ella no cometió jamás culpa alguna ni cayó en defecto alguno; y esto es cierto, porque así lo ha definido el santo concilio de Trento(22). No sólo no perdió jamás ni oscureció la divina gracia, sino que nunca la tuvo ociosa: no hizo acción que no fuese meritoria, no profirió ninguna palabra, no tuvo pensamiento, no respiró jamás sin que tuviese por objeto la mayor gloria de Dios. En suma, jamás se entibió su afecto, ni paró un solo momento de correr hacia Dios, nunca perdió nada por su descuido, de manera que siempre correspondió a la gracia con todas sus fuerzas, y amó a Dios tanto como pudo amarle. Señor, le dice ahora en el cielo, si no os he amado tanto como Vos merecéis, a lo menos os he amado cuanto he podido.

En los Santos, como dice San Pablo, las gracias han sido varias. Por lo cual cada uno de ellos, correspondiendo después a la gracia recibida, ha sobresalido en alguna virtud, uno en salvar almas, otro en hacer vida penitente, éste en sufrir los tormentos, aquél en la vida contemplativa, lo que justifica las palabras que usa la Iglesia cuando celebra sus fiestas: Que no se halló semejante a El. Y su gloria en el cielo es diferente según sus méritos. Los Apóstoles se distinguen de los Mártires, los Confesores de las Vírgenes, los Inocentes de los Penitentes. Habiendo estado la santísima Virgen llena de todas las gracias, aventajó a cada uno de los Santos en toda clase de virtud. Ella fue Apóstol de los Apóstoles, y la Reina de los Mártires, porque padeció más que todos ellos; fue la portaestandarte de las Vírgenes y el dechado de las esposas. A la inocencia más perfecta supo unir la más austera mortificación; en una palabra, hizo de su corazón el santuario de todas las heroicas virtudes que jamás supo algún santo practicar. De María escribe el salmista estas palabras: A tu diestra está la Reina con vestido bordado de oro y engalanada con variados adornos (Ps. 44, 10) ; y esto lo dice, precisamente, porque todas las gracias y prerrogativas y méritos de los demás santos se hallan reunidos en María, como dice el abad de Celles: "¡Oh afortunada Virgen María!, todos los privilegios de los demás habéis logrado atesorarlos en vuestro corazón".

Por manera que, como dice San Basilio, la gloria de María supera a la de los demás bienaventurados, bien así como el resplandor del sol vence en claridad a la claridad de todas las demás estrellas. Y San Pedro Damiano añade: "Que así como la luz del sol eclipsa el resplandor de la luna y de las estrellas, y las deja como si no existieran, así también delante de la gloria de María queda velado el esplendor y la gloria de los hombres y de los Angeles, como si no estuviesen en el Cielo." San Bernardino de Sena afirma con San Bernardo "que los bienaventurados participan de la gloria de Dios como con tasa y con medida, al paso que la Virgen María está tan abismada en el seno de la divinidad que parece imposible que una pura criatura pueda estar más unida con Dios que lo está María Santísima". Añádase a esto lo que dice San Alberto Magno: "Colocada María más cerca de la divinidad que todos los espíritus bienaventurados, contempla a Dios y goza de Dios incomparablemente más que todos ellos." Y va más adelante San Bernardino de Sena, ya citado, y dice que "así como el sol ilumina a los demás planetas, así también toda la corte celestial recibe gozo y alegría muy cumplidos con la presencia de María". Y San Bernardo asegura también que "al entrar en el Cielo la gloriosa Virgen María se aumentó el gozo de todos sus dichosos moradores"(23). Por eso está en contemplar a esta bellísima Reina. "Veros a Vos — dice el Santo dirigiéndose a María — es, después de la visión de Dios, el colmo de la felicidad"(24). Y San Buenaventura pone en boca de los bienaventurados estas palabras: "Después de Dios, nuestro mayor gozo y nuestra mayor gloria tienen su fuente en María".

Alegrémonos por ser la exaltada nuestra Madre. Pongamos en ella toda nuestra esperanza. Alegrémonos y regocijémonos con nuestra Madre, al verla en el Paraíso sublimada por Dios a tan excelso trono. Alegrémonos también, porque si hemos perdido la presencia corporal de nuestra augusta Señora por haber subido al cielo, esto no obstante, su afecto maternal no nos desampara; pues estando más cerca de Dios, conoce mejor nuestras miserias y se compadece de ellas y las socorre con más facilidad y prontitud. "¡Por ventura será posible — exclama San Pedro Damiano— que Vos, oh bienaventurada Virgen María, después de haber sido glorificada en el Cielo, os hayáis olvidado de nosotros, pobres pecadores! No; líbrenos Dios de pensar tal cosa, que no es propio de un corazón tan misericordioso como el vuestro olvidarse de miserias tan grandes como las nuestras." "Si grande fue la misericordia de María —dice San Buenaventura—mientras peregrinó por este nuestro destierro, mucho mayor es ahora, que reina en los Cielos".

Entremos, por tanto, al servicio de esta Reina, honrémosla y amémosla con todas nuestras fuerzas. "Porque esta nuestra augusta Soberana —dice Ricardo de San Lorenzo — no es como los otros reyes, que agobian a sus vasallos con alcabalas y tributos, antes por el contrario, distribuye con larga mano entre sus servidores dones de gracias, tesoros de méritos, riquezas celestiales y otras magníficas recompensas." Acabemos diciéndole con el abad Guerrico: "¡Oh Madre de misericordia! Ya que estáis tan cerca de Dios, sentada como Reina del mundo en trono de majestad, saciaos y embriagaos de la gloria de vuestro Hijo, pero repartid las sobras entre vuestros siervos. Sentada a la mesa del Señor, gustáis de los más exquisitos manjares; nosotros, como hambrientos cachorrillos, estamos aquí en la tierra, como debajo de la mesa; compadeceos de nosotros."