Triduo
de la Divina Misericordia 2018
Primer
día, jueves 5 de abril
Comenzamos con esta celebración a
disponernos para celebrar la fiesta de la Divina Misericordia.
Todas las cosas importantes necesitan
preparación, así lo hacemos en las cosas de nuestra vida cotidiana, y así
también lo hemos de hacer en nuestra vida espiritual. Uno de los peores errores
en los que podemos caer es el dejarnos llevar por los acontecimientos y por las
celebraciones, sin que ello deje poso alguno en nosotros…
La rutina, el ritmo frenético del
mundo, la superficialidad, la apatía espiritual hace que en definitiva la
acción de Dios no cale en nosotros y dé el fruto esperado. No es que Dios no nos conceda las gracias,
sino que nosotros no estamos en la debida disposición para recibirla.
Recordemos la parábola del sembrador:
Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al
sembrar, una parte cayó al borde del camino, fue pisada, y las aves del cielo
se la comieron; otra cayó sobre terreno pedregoso, y después de brotar, se
secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella
los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó
en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado.
Nosotros queremos ser esa tierra
buena, que da fruto centuplicado. Con nuestra oración y meditación, avivando en
nosotros la fe, la esperanza y la caridad, renovando nuestra confianza en Dios,
despertando nuestro espíritu y mortificando nuestra carne por la penitencia
, queremos que preparar el terreno de nuestras almas y
de nuestra inteligencia para que la semilla de la gracia divina produzca en
nosotros fruto centuplicado.
Como la tierra que cultivan los
labradores, la tierra de nuestra alma requiere un continuo trabajo: abonarla,
labrarla para ablandar su superficie endurecida por la falta de cultivo,
extirpando de ella las malas hierbas, regando con agua para que fructifique…
¿Ves que no das fruto? ¿Ves que no hay
en ti la santidad que debería? ¿Ves que sigues como hace años o que quizás
todavía peor?
¿Has trabajado tu tierra?¿ las has
abonado? ¿Has labrado el terreno de tu
corazón endurecido por el pecado o la dejadez? ¿Has extirpado de ti las malas
obras, pensamientos, palabras? ¿Has regado tu corazón con la gracia que se nos
da en los sacramentos?
Una vez ma´s, aprovechemos este tiempo
que se nos ofrece para nuestra salvación: este es el día del Señor, este es el
tiempo de la misericordia.
Acabamos de
escuchar el Evangelio de la aparición de Jesús a Santa María Magdalena.
Esta María
Magadelna acompañó junto
a otras mujeres a Jesús y a sus discípulos en su predicación por Galilea. El Evangelio de san Lucas nos dice que el
Señor había sacado de ella siete demonios. «Le acompañaban los doce y
algunas mujeres que habían sido curadas de enfermedades y espíritus malignos:
María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios Lucas 8, 1-2
Muchos autores
la identifican también con La mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación
Como con La
mujer que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos antes
de su llegada a Jerusalén.
Así como con María
de Betania, hermana de Lázaro.
María Magdalena
Estuvo al pie de la cruz, junto con la Virgen María, san Juan y otras mujeres. Así
como fue testigo de la sepultura del maestro.
En compañía de
otras mujeres, fue la primera testigo de la resurrección, según una tradición
en la que concuerdan los cuatro evangelios. Después comunicó la noticia a Pedro
y a los demás apóstoles.
Pero a pesar de
ver el sepulcro vacío y recibir el mensaje angélico que les dice que Jesús no
está en el sepulcro, sino que ha resucitado; María permanece allí llorando,
buscando a su Maestro.
El llanto de
María es en definitiva la imagen de la humanidad sin Dios, sin fe. Ella llora
porque todavía no cree y no comprende que aquel que pendió de la cruz y fue
sepultado, ha resucitado según los había anunciado.
Cuando el
hombre de hoy vive sin Dios, al margen de él o de espaldas a él; solamente le
queda el llanto porque la tristeza existencia, el sinsentido y la desesperación
son su destino. ¿En qué termina la vida del hombre sin Dios? En la muerte y la
muerte eterna.
Es cierto.
Podéis decirme: ¿pero mira cómo vive la gente sin Dios? No tienen problemas,
todo les va bien, la vida les sonríe.
Recordad
aquellas palabras de Jesús después de la bienaventuranzas: ¡ay de vosotros los
ricos!, porque ya estáis recibiendo todo vuestro consuelo. 25 ¡Ay de vosotros,
los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los
que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis. 26 ¡Ay de vosotros, cuando
todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de la misma manera trataban
sus padres a los falsos profetas.
Pareciera como
en la justicia divina, el porvenir y la prosperidad de los malos fuese una
indulgencia temporal de Dios para aquellos cuyo destino es la condenación.
Recordad al
rico Epulon y Lázaro.
Las palabras
del apocalipsis a la Iglesia de Laodicea parece que están dirigidas a todos
aquellos que viven sin fe y sin Dios.
Yo conozco tus
obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! `Así,
puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. `Porque
dices: ``Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad; y no sabes que
eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo, te aconsejo que
de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras
blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y
colirio para ungir tus ojos para que puedas ver. `Yo reprendo y disciplino a
todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete. `He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré
con él y él conmigo. `Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono,
como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. `El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias.'
El llanto de
María Magdelena ante el sepulcro es el llanto de aquel que busca a Dios y no lo
encuentra, porque los busca donde no está.
El hombre
sediento de Dios, de felicidad, de eternidad, busca hambriento saciar su sed,
su ansia, su deseo; pero tantas veces su
búsqueda la realizan en el sepulcro, pro caminos que llevan a la muerte, en
definitiva en el pecado. ¡Creéis que
nuestro contemporáneos no buscan a Dios? Sí, lo buscan, pero tristemente
desorientados y no encuentran más que la muerte… Incluso nosotros que hemos
recibido la fe y tantas gracias de Dios, ¡cuántas veces hemos puesto nuestra
felicidad en lo material, en lo placentero,
en aquello que no agrada a Dios!
El llanto de
María ante el sepulcro es sin duda el llanto de aquellos que dudan del amor de
Dios y de su misericordia. Si creo que Dios no es capaz de perdonarme, si
pienso que no soy digno del amor de Dios por ser miserable, lleno de pecado,
por ser una y otra vez infiel a sus mandamientos… no me queda otra que llorar
amargamente.
En las
apariciones de Jesús a santa Faustina, él le dice como le duele la falta de
confianza de las almas en su misericordia. Confiamos en nuestras intenciones,
en nuestra voluntad, en nuestras buenas obras, en nosotros mismos… pero una y
otra vez nos decepcionamos porque caemos, no somos constantes… y no confiamos
en Jesús, en su gracia, en su poder, en su misericordia… ¿Por qué tantas veces
estamos atormentados y entristecidos? Por nuestra falta de confianza.
Ante el llanto
de María Magdalena, Jesús se le muestra resucitado. Ella reconoce al Señor
cuando este pronuncia su nombre: María.
Descubre nuevamente su amor y su misericordia.
Este pronunciar
su nombre es uno de los momentos más íntimos del Evangelio y que manifiestan el
amor de Dios pues como dice a Jeremías:
“Antes de formarte en el vientre ya te había elegido, antes que nacieras
ya te había apartado.”
Dios nos conoce
y nos sondeas, para él cada uno de nosotros somos únicos, nos llama por nuestro
nombre, nos tiene siempre en su presencia… A cada uno de nosotros en
particular.
A Jesucristo le
interesas tú, con tu vida, con tu historia, con tus problemas, con tus pecados…
por ellos murió en la cruz, por ti el dio su vida.
En este primer
día del triduo alegremos y gocemos en el
amor y la misericordia del Señor: ha muerto por mi y ha resucitado también por
mí dándome acceso a la vida de la gracia.
HAEC DIES, quam fecit Dóminus:
exsultémus et laetémur in ea. ESTE ES el día
que el Señor preparó; alegrémonos y gocémonos en él. Alegremonos y gocemonos en
esta misericordia de Dios, que hoy a cada uno
de nosotros nos llama por nuestro nombre y nos constituye en testigos de
su Resurrección que es también la nuestra. Demos testimonio ante el mundo: He
visto al Señor. Así también ellos podrán encontrar a aquel a quien buscan.
Amén.