BUSCAD LAS COSAS DE ARRIBA.
HOMILÍA
III DOMINGO DE PASCUA – 22 de
abril de 2018
Queridos
hermanos:
Nos
encontramos en la mitad del tiempo de Pascua, la Iglesia en su plegaria sigue
alentándonos a la alabanza divina en medio del júbilo y la alegría del
acontecimiento pascual. El propósito de la Sagrada liturgia siempre es hacer
presente en nuestra realidad cotidiana la gloria inmarcesible del Señor,
anticipando ya en esta vida la belleza y el gozo, la perfección y la bondad de
las realidades celestes.
El
pensamiento dominante de este tiempo, tomado de la epístola del apóstol San
Pablo a los Colosenses, aparece reflejado en la lección breve del oficio de
Prima: si habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.
Esto
conlleva, sin duda, un cambio de mirada, una forma nueva de ver las cosas, no
con la perspectiva limitada de lo que acontece aquí abajo que es siempre caduco
y, a menudo, confuso. Sino orientando toda nuestra existencia hacia el fin
último y meta de nuestro camino, que es la Eternidad.
Si
echamos una mirada cronológica a nuestra historia más reciente, hablo al menos
de los últimos cien años, hemos vivido un proceso transformador frenético. Las
novedades de nuestro tiempo y los avances de la ciencia y de la técnica nos
asombran. Pero que tras una reposada reflexión se nos muestra que mucho de este
aparente progreso es, en el fondo, como un camino hacia ninguna parte.
Partiendo
de que se procura el ridículo y el desprestigio de cualquier etapa anterior,
tantas veces desde la distorsión y la manipulación engañosa de los
acontecimientos, por no decir del pensamiento. ¿Puede un cristiano, entonces,
considerar progreso a una propuesta permanente de una vida al margen de Dios?
la respuesta es meridianamente clara. No. Porque para el creyente el sentido
auténtico de la existencia nos lo ha dado Jesucristo, y una vida al margen de
Él, al margen de Dios, y al margen del proyecto de Dios para el hombre, puede
suponer un avance y un progreso, si, pero avance y progreso en el camino de la
perdición.
En
la oración colecta suplicamos al Señor que nos ilumine, para que en medio de
los extravíos de nuestra realidad, podamos volver al camino de la Santidad, que
no es otro que el de vaciarse enteramente de uno mismo y de cualquier
mundanidad, para llenarse enteramente de Dios. Además le pedimos al Señor que
nos conceda rechazar todo aquello que es incompatible con nuestro ser
cristiano, justamente para poder cumplir con lo que sí es propiamente nuestro,
ser auténticas réplicas de Cristo en medio del mundo.
La
idea de vivir nuestra vida en la tierra con la mente y el corazón en el cielo,
la expresa el apóstol San Pedro al comienzo de la epístola, “sed como forasteros, como peregrinos, en
tierra extraña” y nos recuerda a la expresión paulina “somos ciudadanos del cielo, no tenemos aquí ciudad permanente”. Es
decir, que estamos en este mundo de paso. Pero esto no es lo mismo que decir,
que estamos aquí por casualidad. Dios ha querido ponernos en este mundo, y
nuestra presencia aquí, tiene todo el sentido. Es más, aquí debemos empeñarnos
a fondo en alcanzar la Patria definitiva. San Pedro en la epístola nos da la
clave de una existencia cristiana en un mundo hostil, ganar a todos para Cristo
por nuestra virtud y buen ejemplo. Es el atractivo y el poder de la Santidad.
Es el proyecto eficaz para la transformación de una sociedad tan corrompida,
ser auténticos cristianos, es decir, ser santos. Nos dice el apóstol “a fuerza
de obrar bien, tapéis la boca a la ignorancia de los necios” nuestras buenas
obras, conforme al estilo del Evangelio, son nuestra mejor argumentación!! Y
prosigue, “no uséis la libertad como disfraz de la maldad”… justamente lo que
se hace hoy en día, el error, la blasfemia, el desenfreno, etc… en nombre de la
libertad, ¿a todos nos suena, verdad?
Finalmente, el Evangelio de
hoy, parece dejarnos, como a los discípulos, un interrogante en el corazón.
Dentro de poco no me veréis, dentro de poco me veréis… La ausencia de Jesús, Él
mismo nos lo dice, nos lleva al lamento y a la tristeza. Pero es algo temporal,
no definitivo. El vino para poner su tienda en medio de nosotros. Para quedarse
con nosotros para siempre. Por eso, aunque a veces la definición más acertada
de nuestra realidad es la de un “valle de lágrimas”, sabemos que esto es caduco
y limitado, nuestra tristeza se convertirá en alegría, porque estaremos para
siempre con Él, y esa alegría no nos la
podrá arrebatar nadie.