sábado, 28 de septiembre de 2024

29. EL BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE. SAN JUAN EUDES

DUODÉCIMO COLOQUIO

EL BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE DEL HOMBRE CON DIOS

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

DUODÉCIMO COLOQUIO

EL BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE DEL HOMBRE CON DIOS

 

1

El bautismo es un divino pacto del hombre con Dios, que incluye tres grandes acontecimientos.

El primero es que Dios, con misericordia incomparable, desata la alianza maldita que por el pecado teníamos con Satanás y que nos convertía en sus hijos y miembros y nos hace entrar en maravillosa sociedad con él. Dios os llamó a la unión con su Hijo Jesucristo, dice san Pablo, y san Juan: Lo que vimos y oímos os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

Se trata de la sociedad más noble y perfecta que pueda imaginarse. No es sólo alianza de amigos, de hermanos, de hijos con su Padre, de esposo con su esposa, sino la más íntima y estrecha: la de los miembros con su cabeza.

La unión natural y corporal de los sarmientos con el tronco de la vida y de los miembros del cuerpo humano con su cabeza, es la más estrecha en el orden natural; pero sólo es figura y sombra de la unión espiritual y sobrenatural que por el bautismo tenemos con Jesucristo. La primera se ajusta a la naturaleza material de las cosas que une entre sí. En cambio, la unión de los miembros de Jesucristo con su Cabeza se ajusta a la excelencia y naturaleza divina. Y así como esta divina Cabeza y sus miembros superan la cabeza y miembros naturales, así la alianza que los cristianos contraen con Jesucristo supera la unión de la cabeza con los miembros de un cuerpo humano.

Pero hay más aún: y es que la sociedad que por el bautismo establecemos con Jesucristo, y por él con el Padre, es tan alta y divina que Jesucristo la compara con la unidad existente entre el Padre y el Hijo: Que todos sean uno, como tú Padre, estás conmigo y yo contigo. Yo unido con ellos y tú conmigo para que queden realizados en la unidad. De manera que la unidad del Padre con el Hijo es ejemplar de la unión que encontramos con Dios por el Bautismo y ésta es la viva imagen de tan adorable unidad.

Además, lo que ennoblece la alianza contraída con Dios por el bautismo es que se funda y origina en la sangre de Jesucristo y que la realiza el Espíritu Santo. El mismo Espíritu que es la unidad del Padre y del Hijo, como dice la Iglesia: en la unidad del Espíritu Santo, es el vínculo sagrado de la sociedad y unión que tenemos con Jesucristo y por Jesucristo con el Padre, unión señalada con las palabras: para que queden realizados en la unidad.

Vemos así como, por el bautismo somos una sola cosa con Jesucristo y por Jesucristo con Dios, de la manera más excelsa y perfecta que pueda existir, después de la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo eterno. ¡Oh alianza y sociedad inefable! ¡Cuántas obligaciones tenemos ron la bondad de Dios por algo tan grande! ¡Qué alabanzas y acciones de gracias debemos tributarle! ¡Bendito sea Dios por don tan inefable! Alianza que hemos contraído con Dios por el bautismo y contrae alianza con su enemigo, Satanás; deshonra la unidad del Padre y del Hijo al destruir su imagen; profana y hace inútil la sangre de Jesucristo que es el fundamento de esa sociedad; apaga el Espíritu de Dios que es su vínculo sagrado, contra lo cual nos previene el apóstol cuando dice: No apaguéis el Espíritu.

¡Qué horror debemos tener de nuestros pecados pasados y cuánto temor de recaer en ellos! ¡Cuánto cuidado para conservar tan preciosa alianza, y cómo debemos esmerarnos por asociar a ella el mayor número posible de nuestros hermanos!

 

2

Lo segundo que ha tenido lugar en nuestro pacto bautismal con Dios, es que después de recibirnos en sociedad con él, como a sus hijos y a miembros de su Hijo, se ha obligado a mirarnos y amamos y tratamos como a sus propios hijos, como a verdaderos hermanos y miembros de su Hijo y a nuestras almas como esposas suyas. Ya desde entonces nos ha tratado de esa manera y concediéndonos dones inestimables ajustados a la dignidad y santidad de nuestra alianza con él: nos da su gracia, de la que el menor grado vale más que todos los imperios terrenos. Nos da la fe, la esperanza y la caridad, tesoros sin precio de bienes indecibles, y las demás virtudes, vinculadas todas a la caridad. Nos da los siete dones del Espíritu Santo y las ocho bienaventuranzas evangélicas. Y desde el día de nuestro bautismo mantiene sus ojos paternales fijos sobre nosotros y su corazón dedicado a amarnos, Nos da cuanto necesitarnos para el cuerpo y para el alma y cumple fielmente sus promesas. Más aún, nos asegura que seremos sus herederos en el cielo y que allí disfrutaremos de una felicidad que ojos de hombre jamás vieron, ni oídos humanos jamás oyeron, ni corazón humano jamás puede imaginar. Demos gracias a Dios por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.

Aconteció, en tercer lugar, en ese divino pacto, que nuestros padrinos y madrinas nos presentaron, ofrendaron, entregaron y consagraron a Dios; que le prometimos por su boca, renunciar a Satanás y a sus obras, es decir, a todo pecado, a sus vanidades, es decir, al mundo, y adherimos a Jesucristo.

En efecto, según el rito antiguo de administrar el bautismo, el candidato se volvía hacia el ocaso y decía: Renuncio a ti, Satanás. Luego, vuelto hacia el Oriente exclamaba: ¡Voy tras de ti, oh Cristo! Y lo mismo se expresa hoy día en términos equivalentes. Esa es la promesa solemne que hicimos a Dios en nuestro bautismo, delante de toda la Iglesia; promesa incluida dentro de un gran sacramento, tan comprometedora que nadie podrá jamás dispensamos de ella; promesa que, al decir de san Agustín, está escrita por los ángeles y sobre la cual Dios nos juzgará a la hora de nuestra muerte.

Juzguémonos pues, desde ahora a nosotros mismos, para no ser condenados. Examinemos rigurosamente si hemos cumplido esa promesa y nos daremos cuenta de que, a menudo, nos hemos comportado corno si hubiéramos prometido todo lo contrario y como si, en lugar de renunciar a Satanás, al pecado y al mundo, y de seguir a Jesucristo, a éste le hemos vuelto las espaldas y lo hemos negado con nuestras obras para pasamos a sus enemigos. ¡Cuánta perfidia e ingratitud después de recibir semejantes favores! Cómo debemos detestar nuestra infidelidad, y renovar con mayor fervor, la promesa y profesión de nuestro bautismo.

Es eso lo que voy a hacer desde ahora. Dios mío. De todo corazón y con todas mis fuerzas renuncio a ti, maldito Satanás. Renuncio a ti, pecado abominable. Renuncio a ti, mundo detestable. Renuncio a tus falsos honores, a tus vanos placeres, a tus riquezas engañosas, a tu espíritu diabólico, a tus máximas perniciosas y a toda corrupción y malignidad.

Me entrego a ti, Señor Jesús, totalmente y para siempre. Quiero adherir, por la fe, a tu doctrina, por la esperanza a tus promesas, por el amor y la caridad a tus mandatos y consejos. Quiero seguirte en la práctica de tus virtudes y seguirte como a mi Cabeza, como uno de tus miembros. Quiero continuar tu vida sobre la tierra, en cuanto me sea posible, mediante tu gracia que imploro de ti encarecidamente.

 

Jaculatoria: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, para tener comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.