DUODÉCIMO
COLOQUIO
EL
BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE DEL HOMBRE CON DIOS
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DUODÉCIMO
COLOQUIO
EL
BAUTISMO ES UNA ALIANZA ADMIRABLE DEL HOMBRE CON DIOS
1
El bautismo es un
divino pacto del hombre con Dios, que incluye tres grandes acontecimientos.
El primero es que
Dios, con misericordia incomparable, desata la alianza maldita que por el
pecado teníamos con Satanás y que nos convertía en sus hijos y miembros y nos
hace entrar en maravillosa sociedad con él. Dios os llamó a la unión con su
Hijo Jesucristo, dice san Pablo, y san Juan: Lo que vimos y oímos os lo
anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Se trata de la
sociedad más noble y perfecta que pueda imaginarse. No es sólo alianza de
amigos, de hermanos, de hijos con su Padre, de esposo con su esposa, sino la
más íntima y estrecha: la de los miembros con su cabeza.
La unión natural y
corporal de los sarmientos con el tronco de la vida y de los miembros del
cuerpo humano con su cabeza, es la más estrecha en el orden natural; pero sólo
es figura y sombra de la unión espiritual y sobrenatural que por el bautismo
tenemos con Jesucristo. La primera se ajusta a la naturaleza material de las
cosas que une entre sí. En cambio, la unión de los miembros de Jesucristo con
su Cabeza se ajusta a la excelencia y naturaleza divina. Y así como esta divina
Cabeza y sus miembros superan la cabeza y miembros naturales, así la alianza
que los cristianos contraen con Jesucristo supera la unión de la cabeza con los
miembros de un cuerpo humano.
Pero hay más aún:
y es que la sociedad que por el bautismo establecemos con Jesucristo, y por él
con el Padre, es tan alta y divina que Jesucristo la compara con la unidad
existente entre el Padre y el Hijo: Que todos sean uno, como tú Padre, estás
conmigo y yo contigo. Yo unido con ellos y tú conmigo para que queden
realizados en la unidad. De manera que la unidad del Padre con el Hijo es
ejemplar de la unión que encontramos con Dios por el Bautismo y ésta es la viva
imagen de tan adorable unidad.
Además, lo que
ennoblece la alianza contraída con Dios por el bautismo es que se funda y
origina en la sangre de Jesucristo y que la realiza el Espíritu Santo. El mismo
Espíritu que es la unidad del Padre y del Hijo, como dice la Iglesia: en la
unidad del Espíritu Santo, es el vínculo sagrado de la sociedad y unión que
tenemos con Jesucristo y por Jesucristo con el Padre, unión señalada con las
palabras: para que queden realizados en la unidad.
Vemos así como,
por el bautismo somos una sola cosa con Jesucristo y por Jesucristo con Dios,
de la manera más excelsa y perfecta que pueda existir, después de la unión
hipostática de la naturaleza humana con el Verbo eterno. ¡Oh alianza y sociedad
inefable! ¡Cuántas obligaciones tenemos ron la bondad de Dios por algo tan
grande! ¡Qué alabanzas y acciones de gracias debemos tributarle! ¡Bendito sea
Dios por don tan inefable! Alianza que hemos contraído con Dios por el bautismo
y contrae alianza con su enemigo, Satanás; deshonra la unidad del Padre y del
Hijo al destruir su imagen; profana y hace inútil la sangre de Jesucristo que
es el fundamento de esa sociedad; apaga el Espíritu de Dios que es su vínculo
sagrado, contra lo cual nos previene el apóstol cuando dice: No apaguéis el
Espíritu.
¡Qué horror
debemos tener de nuestros pecados pasados y cuánto temor de recaer en ellos!
¡Cuánto cuidado para conservar tan preciosa alianza, y cómo debemos esmerarnos
por asociar a ella el mayor número posible de nuestros hermanos!
2
Lo segundo que ha
tenido lugar en nuestro pacto bautismal con Dios, es que después de recibirnos
en sociedad con él, como a sus hijos y a miembros de su Hijo, se ha obligado a
mirarnos y amamos y tratamos como a sus propios hijos, como a verdaderos hermanos
y miembros de su Hijo y a nuestras almas como esposas suyas. Ya desde entonces
nos ha tratado de esa manera y concediéndonos dones inestimables ajustados a la
dignidad y santidad de nuestra alianza con él: nos da su gracia, de la que el
menor grado vale más que todos los imperios terrenos. Nos da la fe, la
esperanza y la caridad, tesoros sin precio de bienes indecibles, y las demás
virtudes, vinculadas todas a la caridad. Nos da los siete dones del Espíritu
Santo y las ocho bienaventuranzas evangélicas. Y desde el día de nuestro
bautismo mantiene sus ojos paternales fijos sobre nosotros y su corazón
dedicado a amarnos, Nos da cuanto necesitarnos para el cuerpo y para el alma y
cumple fielmente sus promesas. Más aún, nos asegura que seremos sus herederos
en el cielo y que allí disfrutaremos de una felicidad que ojos de hombre jamás
vieron, ni oídos humanos jamás oyeron, ni corazón humano jamás puede imaginar.
Demos gracias a Dios por su misericordia, por las maravillas que hace con los
hombres.
Aconteció, en
tercer lugar, en ese divino pacto, que nuestros padrinos y madrinas nos
presentaron, ofrendaron, entregaron y consagraron a Dios; que le prometimos por
su boca, renunciar a Satanás y a sus obras, es decir, a todo pecado, a sus
vanidades, es decir, al mundo, y adherimos a Jesucristo.
En efecto, según
el rito antiguo de administrar el bautismo, el candidato se volvía hacia el
ocaso y decía: Renuncio a ti, Satanás. Luego, vuelto hacia el Oriente
exclamaba: ¡Voy tras de ti, oh Cristo! Y lo mismo se expresa hoy día en
términos equivalentes. Esa es la promesa solemne que hicimos a Dios en nuestro
bautismo, delante de toda la Iglesia; promesa incluida dentro de un gran
sacramento, tan comprometedora que nadie podrá jamás dispensamos de ella;
promesa que, al decir de san Agustín, está escrita por los ángeles y sobre la
cual Dios nos juzgará a la hora de nuestra muerte.
Juzguémonos pues,
desde ahora a nosotros mismos, para no ser condenados. Examinemos rigurosamente
si hemos cumplido esa promesa y nos daremos cuenta de que, a menudo, nos hemos
comportado corno si hubiéramos prometido todo lo contrario y como si, en lugar
de renunciar a Satanás, al pecado y al mundo, y de seguir a Jesucristo, a éste
le hemos vuelto las espaldas y lo hemos negado con nuestras obras para pasamos
a sus enemigos. ¡Cuánta perfidia e ingratitud después de recibir semejantes
favores! Cómo debemos detestar nuestra infidelidad, y renovar con mayor fervor,
la promesa y profesión de nuestro bautismo.
Es eso lo que voy
a hacer desde ahora. Dios mío. De todo corazón y con todas mis fuerzas renuncio
a ti, maldito Satanás. Renuncio a ti, pecado abominable. Renuncio a ti, mundo
detestable. Renuncio a tus falsos honores, a tus vanos placeres, a tus riquezas
engañosas, a tu espíritu diabólico, a tus máximas perniciosas y a toda
corrupción y malignidad.
Me entrego a ti,
Señor Jesús, totalmente y para siempre. Quiero adherir, por la fe, a tu
doctrina, por la esperanza a tus promesas, por el amor y la caridad a tus
mandatos y consejos. Quiero seguirte en la práctica de tus virtudes y seguirte
como a mi Cabeza, como uno de tus miembros. Quiero continuar tu vida sobre la
tierra, en cuanto me sea posible, mediante tu gracia que imploro de ti
encarecidamente.
Jaculatoria: Para
mí lo bueno es estar junto a Dios, para tener comunión con el Padre y con su
Hijo Jesucristo.
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.