DÉCIMO COLOQUIO
MARAVILLAS OBRADAS POR EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO PARA HACERNOS CRISTIANOS
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DÉCIMO
COLOQUIO
MARAVILLAS
OBRADAS POR EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO PARA HACERNOS CRISTIANOS
1
Se necesitaban dos
cosas importantes que incluyen muchas otras, para hacemos cristianos. La
primera era destruir la alianza desdichada que por el pecado habíamos contraído
con el demonio de quien llegamos a ser esclavos, hijos y miembros. La segunda
reconciliarnos con Dios, de quien nos hicimos enemigos y establecer con él una
alianza nueva, más noble y estrecha que la que teníamos antes del pecado.
Para llenar ambas
condiciones era necesario aniquilar nuestros pecados, librarnos del poder de
Satán, purificar nuestras almas de las manchas de sus delitos y adornarlas con
gracias y dones acordes con la cualidad de hijos de Dios y miembros del Hijo de
Dios.
Para este fin he
aquí, en primer lugar, lo que ha hecho el Padre eterno. Nos envió y dio a su
Hijo único y amadísimo, que es su corazón, su amor, sus delicias, su tesoro, su
gloria y su vida. ¿Pero dónde, a quién, y porqué lo hizo?
1. Lo envió a este mundo, a esta tierra de
miseria y maldición: como quien dice a un lugar de tinieblas, de horror, de
pecado y de tribulación.
2. Nos lo dio a nosotros, sus enemigos
ingratos y pérfidos; a los judíos, a Herodes, a Judas, a los verdugos que lo
ultrajaron, vendieron, crucificaron y que todavía lo ultrajan, venden y
crucifican cada día. Y, al dárnoslo, lo entregó a los tormentos de la cruz y de
la muerte. De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único.
3. ¿Por qué lo envió y entregó de esa
manera? Para libramos de la tiranía del pecado y del demonio; para lavar
nuestras almas con su sangre; para adornarlas con su gracia; para nuestra
redención, nuestra justificación y santificación y para hacernos pasar de
nuestra condición de esclavos, hijos y miembros de Satanás a la dignidad de
amigos e hijos de Dios, de hermanos y miembros de Jesucristo. iOh bondad
inefable, exclama san Agustín, ¡oh misericordia incomparable! No éramos dignos
de ser los esclavos de Dios y he aquí que nos vemos contados entre sus
hijos" (1). ¿Cómo te pagaremos, Padre bondadoso, el don infinito de damos
lo más querido y precioso que tienes, ¿a tu Hijo único? Te ofrecemos en acción
de gracias a este mismo Hijo, y, en unión con él nos ofrecemos, entregamos,
consagramos y sacrificamos a ti irrevocablemente. Tómanos y poséenos
perfectamente y para siempre.
2
En segundo lugar,
para hacernos cristianos el Hijo de Dios salió del seno de su Padre, vino a
este mundo, se hizo hombre y permaneció en la tierra treinta y cuatro años. ¡Y
durante ese tiempo cuántos misterios y grandezas realizó!
¡Cuántas cosas
extrañas padeció! ¡Cuántos oprobios y tormentos sobrellevó! ¡Cuántas lágrimas y
sangre derramó!
¡Cuántos ayunos,
vigilias, trabajos, fatigas, amarguras, angustias, y suplicios soportó! Y todo
ello para hacemos cristianos, hijos de Dios y miembros suyos. Tú, Dios mío,
sólo empleaste seis días para crear el mundo y un instante para crear al
hombre. Pero para hacer al cristiano empleaste treinta y cuatro años de
trabajos y sufrimientos indecibles.
Unas pocas
palabras te bastaron para la primera creación, pero para la segunda entregaste
tu sangre y tu vida con dolores infinitos. Por eso, si tengo tantas
obligaciones contigo por mi creación, mucha más tengo por mi regeneración. Si
me debo todo a ti por haberme dado el ser y la vida, ¿cuánto más por haberte
entregado tú mismo a mí, en tu encarnación, y por haberte sacrificado por mí en
la cruz? Que al menos, Salvador mío, a pesar de minada, te pertenezca
totalmente. Que no viva sino para amarte, servirte y honrarte y para hacerte
amar y honrar en todas las formas posibles.
3
En tercer lugar,
también el Espíritu Santo tuvo su parte para hacernos cristianos. Porque formó
en las sagradas entrañas de la santa Virgen a nuestro Redentor y nuestra
Cabeza; lo animó y condujo en sus pensamientos, palabras, acciones y
padecimientos y en el sacrificio de sí mismo en la cruz: Allí, Cristo se
ofreció a sí mismo, por el Espíritu Santo, a Dios.
Y después de que
nuestro Señor subió al cielo, el Espíritu Santo vino a este mundo para formar y
establecer el cuerpo de Jesucristo, que es su Iglesia, y para aplicarle los
frutos de la vida, la sangre, la pasión y la muerte de Jesús. Sin ello hubieran
sido varias la pasión y la muerte de Jesucristo.
Además, el
Espíritu Santo viene a nosotros en nuestro bautismo, para formar en nosotros a
Jesucristo
y para
incorporarnos a él, para hacemos nacer y vivir en él, para aplicarnos los
frutos de su sangre y de su muerte y para animamos, inspiramos, movernos y
conducimos en nuestros pensamientos, palabras, acciones y padecimientos, de
manera que los tengamos cristianamente y solo para Dios.
Hasta tal punto,
que no podemos pronunciar como conviene el santo nombre de Jesús, ni tener un
buen pensamiento, sino gracias al Espíritu Santo.
¡Cuántas
maravillas han obrado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para hacernos
cristianos! ¡Qué prodigioso es ser cristiano! Cuánta razón tiene san Juan
cuando hablando en nombre de todos los cristianos dice: el mundo no nos conoce.
¡Cuántos motivos tenemos de bendecir y amar al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo por habernos llamado y elevado a la dignidad de cristianos! Por eso
nuestra vida debe ser santa, divina y espiritual, ya que todo lo que ha nacido
del Espíritu es espíritu.
Me doy a ti,
Espíritu Santo: toma posesión de mí y condúceme en todo y haz que viva como
hijo de Dios, como miembro de Jesucristo y como quien, por haber nacido de ti,
Le pertenece y debe estar animado, poseído y conducido por ti.
Jaculatoria:
Alaben al Señor por sus misericordias, y por las maravillas que hace con los
hombres (1).
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.