COMENTARIO AL EVANGELIO
Carta a Castriciano. San Jerónimo
XV domingo después de Pentecostés
Te
ruego que no pienses que la enfermedad que sufres te haya venido por tus
pecados, que fue lo que sospecharon los apóstoles a propósito del que había
nacido ciego desde el vientre de su madre, y por eso, preguntaron al Salvador
quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego; pero escucharon
del Señor: ni él ni sus padres, es para que se manifieste en él las obras de
Dios. Y a la verdad, cuántos paganos, judíos, herejes y seguidores de las más
diversas doctrinas podemos ver revolcándose en el cieno de los placeres,
rezumando sangre, superando por su ferocidad a los lobos y por sus rapiñas a
los milanos, y sin embargo, el azote no se acerca a su tienda ni son flagelados
como los demás hombres; y eso mismo hace que se envalentonen contra Dios y al
cielo desafíen con su mirada. Y por el contrario sabemos de santos varones que
son atormentados por las enfermedades, las miserias y la indigencia; y que
acaso están tentados a decir: ¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado
en la inocencia mis manos? Pero corrigiéndose inmediatamente dicen: si así
hablara, renegaría de la estirpe de tus hijos. SI piensas que el pecado es
causa de la ceguera y que una cosa como ésta, que a menudo remedian los médicos
nos viene de la ira de Dios, tendrás que acusar a Isaac, que careció de esta
luz terrena hasta el punto de bendecir, engañado por un error, a quien no
hubiera querido; tendrás que inculpar también a Jacob, cuya vista se había
oscurecido, y mientras con los ojos interiores y en espíritu profético
contemplaba lo que iba de linaje real, era incapaz de ver a Efraín y Manasés.
¿Quién de entre los reyes fue más santo que Josías? Y fue cosido por la espada
egipcia. ¿Quién ha sido más sublime que Pedro y Pablo? Y ensangrentaron la
espada de Nerón. Y para no hablar de hombres, el Hijo de Dios sufrió la afrenta
de la cruz. ¿Y tiene tú por dichosos a los que disfrutan de la felicidad y los
placeres de este siglo? Bastante castigo es que Dios no se irrite con los que
pecan. De ahí que en Ezequiel se dice a
Jerusalén: ya no me irritaré contra ti y se apartará de ti mi celo. Por el
Señor a quien ama, lo corrige, y castiga a todo el que recibe por hijo. El
padre únicamente corrige al que ama; el maestro únicamente reprende al alumno
que ve de más agudo ingenio; si el médico
deja de curar, es que ha perdido toda esperanza. Y si tu replicaras que así como Lázaro recibió
los males en su vida, así yo también soportaré resignado mis sufrimientos, para
que se me conceda la gloria futura, el Señor no tomará venganza dos veces de
los mismo.