MEDITACIÓN PARA EL LUNES EN LA OCTAVA DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Sobre el primer efecto producido por el Espíritu Santo en el alma, que es moverle a contemplar las cosas con los ojos de la fe
Dice Jesucristo en el evangelio de hoy que vino la luz al mundo, pero los hombres amaron mas las tinieblas que la luz (1).
Por la venida del divino Espíritu descendió la luz al mundo, y el primer efecto producido por el Espíritu Santo en las almas que han tenido la suerte de recibirlo, es moverlas a contemplar las cosas del cielo con ojos totalmente distintos de como las miran quienes viven según el espíritu del mundo.
Por esa razón dice Jesucristo a sus Apóstoles en otro lugar del Evangelio que, cuando viniere el Espíritu Santo, que Él llama Espíritu de Verdad, les enseñara toda verdad (2); pues les dará a conocer todas las cosas, mostrándoselas como son.; no sólo en su apariencia, sino en si mismas y según se conocen cuando se las penetra con los ojos de la fe.
¿Os servís de esa luz para discernir unas de otras las cosas visibles, y para separar en ellas lo verdadero de lo falso, lo aparente de lo sólido? Si procedéis como discípulos de Jesucristo y como iluminados por el Espíritu de Dios, esa ha de ser la luz que únicamente os
Las verdades que el Espíritu Santo enseña a quienes le han recibido, son las máximas diseminadas por el santo Evangelio, las cuales Él les da a entender y gustar, y en conformidad con ellas los mueve a vivir y proceder. Porque solo el Espíritu de Dios puede revelar su sentido verdadero y mover eficazmente a practicar las; ya que son superiores a la capacidad de la mente humana.
¿Podemos, en efecto, comprender que son bienaventurados los pobres; que se ha de amar a los que nos aborrecen; que debemos alegrarnos cuando nos calumnian y se dice toda clase de mal contra nosotros; que es preciso devolver bien por mal (3), y tantas otras verdades de todo punto contrarias a cuanto la naturaleza nos sugiere, si el Espíritu de Dios no nos descubre por Sí su sentido verdadero?
Obligados como estáis a instruir sobre esas máximas a los niños cuya educación corre a vuestro cargo, es deber vuestro penetraros bien de ellas, a fin de imprimirlas profundamente en sus corazones. Mostraos, pues, dóciles al Espíritu Santo, que puede en poco tiempo comunicaros cabal conocimiento de ellas.
Aun cuando estas profundas verdades sean en sí tan maravillosas y sublimes, y no obstante que el Espíritu de Dios, luz verdadera, se las descubra a las almas; con todo, son desconocidas en absoluto por la mayoría de los hombres; pues, según dice el Evangelio, éstos aman más las tinieblas que la luz (4), y no conocen ni al Espíritu de Dios, ni lo que El puede inspirar a las almas y realizar en ellas.
La razón que de esto da Jesucristo es que sus obras son malas y que quien obra el mal aborrece la luz (5).
Además, como el mundo se ha vuelto ciego por causa del pecado, profesa máximas del todo opuestas a las que el Espíritu de Dios enseña a las almas santas, y con semejantes máximas conforma su vida. Ellas son también las fuentes de donde manan todos sus pecados y la malicia de los corazones.
No hay medio que debáis omitir para alejar, tanto las máximas como las costumbres mundanas, del espíritu de vuestros discípulos, y para inspirarles horror de ellas Cuanta mayor aversión profeséis al mundo, tanto más aborreceréis su proceder y sus normas, en vosotros y en los demás.