IV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Comentario al Evangelio de san
Jerónimo
Y
bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón,
largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Simón, que todavía no era
Pedro, pues todavía no había seguido a la Piedra (Cristo), para que pudiera llamarse
Pedro; Simón, pues, y su hermano Andrés estaban a la orilla y echaban las redes
al mar y cogieron peces. «Vio—dice—a Simón y a Andrés, su hermano, largando las
redes al mar, pues eran pescadores». El Evangelio afirma tan sólo que echaban
las redes, mas no que cogieran algo. Por tanto, antes de la Pasión se afirma
que echaron las redes, mas no hay constancia de que capturaran algo. Después de
la pasión, sin embargo, echan la red y capturan tanto que las redes se rompían.
«Largando las redes en el mar, pues eran pescadores». Y Jesús les dijo: «Venid
en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.» ¡Feliz cambio de pesca!: Jesús
les pesca a ellos, para que a su vez ellos pesquen a otros pescadores. Primero
se hacen peces para ser pescados por Cristo; después ellos mismos pescarán a
otros. «Jesús les dice: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».
Y
al instante, dejando sus redes, le siguieron «y al instante». La fe verdadera
no conoce intervalo; tan pronto se oye, cree, sigue, y se convierte en
pescador. «Al instante, dejando las redes». Yo pienso que en las redes dejaron
los pecados del mundo. «Y le siguieron». No era, en efecto, posible que,
siguiendo a Jesús, conservaran las redes. Y caminando un poco más adelante, vio
a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca
arreglando las redes Cuando se dice
arreglando, se indica que se habían roto. Echaban, pues, las redes en el mar,
pero, como estaban rotas, no podían capturar peces. Arreglaban las redes en el
mar, es decir se sentaban en el mar, se sentaban en una pequeña barca, con su
padre Zebedeo, y arreglaban las redes de la ley. He dicho esto, siguiendo una
interpretación espiritual. Los que arreglaban las redes en la barca eran
justamente los mismos que estaban en ella. Estaban en la barca, no en el
litoral, no en tierra firme, sino en la barca, golpeados de uno y otro lado por
las olas. Y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la
barca, con los jornaleros, se fueron tras él. Tal vez alguien diga: temeraria
es la fe. Pues, ¿qué signos habían visto, qué majestad se les había
manifestado, para que, al ser llamados, inmediatamente le siguieran? Realmente
aquí se nos da a entender que los ojos y el rostro de Jesús irradiaban un algo
divino y atraían hacia sí poderosamente la atención de quienes lo miraban. De
lo contrario, cuando Jesús les decía: seguidme, nunca le habrían seguido. Pues
si le hubieran seguido sin una razón, más que fe habría sido temeridad. Es como
si a mí, que estoy ahora aquí sentado, cualquiera que pasa me dice: ven,
sígueme, y le sigo, ¿habría fe acaso en ello? ¿Por qué digo todo esto? Porque
la palabra del Señor de suyo era eficaz y hacía lo que decía. Si, pues, «habló
y fueron hechas todas las cosas, ordenó y fueron creadas», del mismo modo los
llamó y ellos al instante le siguieron.
Y
al instante los llamó, y ellos al instante, dejando a su padre Zebedeo..., etc.
«Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida a tu pueblo y la casa de tu
padre, y el rey se prendará de tu belleza». «Y dejando a su padre Zebedeo en la
barca». Escuchad, monjes, imitad a los apóstoles: escucha la voz del Salvador y
olvídate de tu padre carnal. Mira al verdadero padre del alma y del espíritu y
deja al padre corporal. Los apóstoles dejan al padre, dejan la nave, dejan
todas las riquezas en un instante: dejan el mundo y todas sus infinitas
riquezas. Pues todo lo que tenían lo abandonaron. Dios no se fija en la
cantidad de las riquezas, sino en el espíritu de quien las deja. Quienes
dejaron poco, igualmente hubieran dejado mucho. «Dejando a su padre Zebedeo en
la barca con los jornaleros, le siguieron». Poco antes hemos dicho algo de modo
enigmático sobre los apóstoles, que arreglaban las redes de la ley. Rotas como
estaban, no podían capturar peces; corroídas por la salobridad del mar, no
podían ser reparadas si no hubiera venido la sangre de Jesús y las hubiera
renovado. Dejan, por ende, a su padre Zebedeo, es decir, dejan la ley, y lo
dejan plantado en la barca, en medio de las olas del mar.
Y
fijaos en lo que sigue. Dejan, dice el evangelista, a su padre, es decir, la
ley, con los jornaleros. Pues todo lo que hacen los judíos, lo hacen para la
vida presente y son, por ello, jornaleros. «Quien cumple la ley vivirá por
ella» , dice, no en el sentido de que gracias a la ley podrá vivir en el cielo,
sino en el sentido de que por lo que hace recibe recompensa en el presente.
También está escrito en Ezequiel: «Les di preceptos no buenos y mandatos no
perfectos, siguiendo los cuales, vivirán según ellos». Según ellos viven los
judíos: no buscan otra cosa que tener hijos, poseer riquezas, gozar de buena
salud. Buscan todas las cosas terrenales y no piensan en ninguna de las
celestes. Por ello son jornaleros. ¿Queréis saber por qué los judíos son
jornaleros? El hijo aquel, que había disipado su hacienda, y que es figura de
los gentiles, dice: «¡Cuántos jornaleros hay en la casa de mi padre!». «Y
dejando a su padre en la barca con los jornaleros, le siguieron». Dejaron a su
padre, es decir, la ley, en la barca con los jornaleros. Hasta hoy los judíos
navegan, y navegan en la ley, y están en el mar, y no pueden llegar a puerto.
No creyeron en el puerto, por tanto, no consiguen llegar a él.
San Jerónimo