"Mi constante deseo - ha sido siempre llegar a santa, mas ¡ay!
cuantas veces me he comparado con los santos, he constatado siempre que entre
ellos y yo existe la misma diferencia que observamos en la naturaleza entre una
montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el obscuro grano de arena, pisado
por los viandantes."
"En vez de desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos
irrealizables; puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡Engrandecerme,
es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis innumerables
imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo, por un caminito
muy recto, muy corto, por un caminito enteramente nuevo. Estamos en un siglo de
inventos; hoy día, no es menester ya fatigarse en subir los peldaños de una
escalera; en las casas ricas hay un ascensor que lo sustituye con ventaja.
Quiero también encontrar un ascensor para re montarme hasta Jesús, puesto que
soy demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección."
"He pedido. entonces, a los Libros Santos que me indiquen el
ascensor deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la
misma Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito que venga a mi. Me he acercado,
pues, a Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba, y, al querer
saber lo que hará Dios con el pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo
que he encontrado: Como una madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a
mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas."
"¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan
tiernas y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son
vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer,
antes, al contrario, conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea
más. ¡Oh Dios mío!, habéis ido más lejos de lo que yo esperaba, y quiero cantar
vuestras misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y hasta
ahora he publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas hasta mi
extrema vejez" 10.
"Es reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño
pequeño lo espera todo de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna.
Hasta entre los pobres se da al niño lo que le es necesario pero en cuanto se
hace mayor, su padre ya no quiere mantenerle más y le dice: "Trabaja
ahora, tú te puedes ya bastar a ti mismo." Para no oír jamás tales
palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome incapaz de ganarme
la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre pequeña, no teniendo
otra ocupación que la de coser flores, las flores del amor y del sacrificio y
ofrecerlas al buen Dios para complacerle.
"Ser pequeño, es también no atribuirse a si mismo las virtudes que
uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el buen
Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que se
sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del buen Dios. En
fin, es no desanimarse poco ni mucho por sus faltas, porque los niños caen a
menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño."
"Oh, no, la santidad no consiste en tal o cual práctica; consiste
en una disposición del corazón, que nos hace humilde y pequeño, en manos de
Dios, consciente de nuestra debilidad y confiado, hasta la audacia, en su
bondad de Padre."