lunes, 27 de octubre de 2014

TRABAJEMOS POR EL REINADO DE CRISTO. Homilía en la Solemnidad de Cristo Rey


Queridos hermanos:
Celebramos en este día la preciosa fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Cuando hace ochenta y nueve años fue instituida por el Papa Pío XI el propósito de la misma era, además de honrar la Realeza de Cristo y dar a Dios el culto que le es debido, concienciar a los católicos de la necesidad de someterse al Reinado de Jesucristo, en un momento en el que el devenir de los pueblos y las naciones preludiaba la instauración de una sociedad completamente alejada de Dios, en sus leyes y comportamientos, en definitiva de la vida de los hombres. Del mismo modo que en los tiempos de las grandes controversias eucarísticas, la fe del pueblo de Dios y el responsable gobierno de los Sagrados Pastores propuso e instituyó la exaltación pública y celebración litúrgica de la fiesta del Santísimo Sacramento del Altar, en el que Cristo está real y verdaderamente presente.
Así pues, esta instauración y triunfo del ateísmo e indiferencia a la presencia de Dios en medio de los hombres que constatamos vigente en nuestros días debieran nuevamente conducirnos a implorar y trabajar sin descanso por el reinado de Jesucristo, Nuestro Señor. Más con frecuencia comprobamos como nuestro mismo estilo de vida se alejar del Reino de Dios.
Quisiera en primer lugar, hacer referencia al marco litúrgico en que se sitúa esta celebración. Fue concebida aproximadamente como culminación del año litúrgico, con referencia a la fiesta de Todos los Santos y conmemoración de los fieles difuntos. Y digo aproximadamente, porque a diferencia de la celebración de Cristo Rey que con la reforma litúrgica tiene lugar justamente el domingo anterior al inicio del tiempo de Adviento, el enclave en nuestro rito de la forma extraordinaria nos conduce a introducirnos en las realidades últimas de la existencia humana, recordándonos los Novísimos, y en cierto modo esta recapitulación de la historia que está expectante ante la venida gloriosa de Cristo Rey. 
En el Evangelio de hoy, Jesús afirma claramente ante Pilato que Él es Rey. Recordemos que muchas veces los textos del evangelio nos señalan como Jesús huye de los intentos por parte de los judíos, e incluso de los samaritanos, de proclamarlo rey. Pero este texto de San Juan está referido al momento de su pasión y cercano a la muerte. Es, por tanto, la Hora de Jesús. El momento en el que el Padre va a poner en Él la plenitud de todo ser y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el Cielo y la tierra por medio de la sangre derramada por Nuestro Señor Jesucristo, como nos indica el apóstol San Pablo en la epístola de hoy a los Colosenses.
Pero Jesús mismo nos advierte que su Reino no es de este mundo, es decir, no es un reino a la manera mundana: Si recordamos las parábolas de Jesús veremos cómo se manifiesta este reino de Dios. La parábola del sembrador, del grano de mostaza, del tesoro escondido, etc… nos hablan de algo casi insignificante a los ojos de los hombres pero valioso y grande ante Dios. Algo que debe ir creciendo con nuestro esfuerzo y colaboración, pero también con el impulso divino de Aquel que hace nuevas todas la cosas.
Todos sabemos, queridos hermanos, que muchos enemigos del Reino de Cristo intentan sembrar entre nosotros la semilla de la cizaña destructora de este Reino, y como la cizaña, que aparenta trigo y no lo es, muchas veces el Príncipe de este mundo, Satanás, nos presenta su “programa destructor” bajo la apariencia de bien. Seamos astutos, vigilemos y oremos para no caer en la tentación, no vaya a ser, que pensando servir al reino de Cristo, sirvamos muchas veces a nuestros intereses, y lo que sería peor, los intereses del Maligno Enemigo.
Nosotros queremos que Cristo Reine, así lo pedimos frecuentísimamente al rezar el Padre Nuestro, “Venga a nosotros tu Reino”. Comprometámonos verdaderamente en ser edificadores, constructores del Reino de Cristo, esto es celebrar verdaderamente a Cristo Rey, esto es desear que Él reine. Primero, en mi vida, en mis deseos, en mi pensamiento, en mi obrar; después, en todo aquello de lo que soy responsable, en el trato con los que me rodean, buscar y propiciar el reino de Cristo.
Que María Santísima, nuestra Reina y Madre, adelante este reinado de su Hijo, que el triunfo de su corazón Inmaculado, nos obtenga una verdadera conversión interior, y la edificación firme del Reino de Dios en el mundo. Amén.