martes, 10 de junio de 2025

11 DE JUNIO. SAN BERNABÉ, APÓSTOL (SIGLO I)

 


11 DE JUNIO

SAN BERNABÉ

APÓSTOL (SIGLO I)

SAN Lucas nos da en los Hechos —único documento históricamente cierto sobre la vida de San Bernabé— la semblanza de este gran Apóstol, con una pincelada rápida, rotunda, magistral; «Era —dice— un hombre verdaderamente bueno, grande en la fe y lleno del Espíritu Santo». Y San Juan Crisóstomo completa el retrato con estas palabras: «En todo era excelente: bella disposición, genio apacible, generoso, recto, sincero, lleno de bondad; de educación esmerada, de modales atentos y finos, de tanta modestia y compostura, que se atraía las simpatías de cuantos le trataban, y arrastraba y cautivaba los corazones». Por su parte, San Pablo, al darle invariablemente el honroso nombre de «apóstol» —que la Liturgia le ha conservado—, lo reconocía como a figura de alto relieve en la naciente Iglesia. Veamos, pues, su historia —una de las más brillantes en la primitiva misión apostólica—, a través de los interesantes relatos y sugerencias del Evangelista...

Se llama José. Es originario de Palestina. Pertenece a la tribu sacerdotal de Leví. Pero ha nacido en Chipre. Allí —en la isla— se refugiaron sus antepasados cuando la invasión romana, y allí viven en la actualidad sus padres. Él, como hijo de familia pudiente y tradicionalista que es, ha venido a estudiar a Jerusalén. Frecuenta la escuela de Gamaliel, el insigne doctor israelita que, según la tradición talmúdica, llevará consigo al sepulcro el honor de la ley de Moisés. En los mismos asientos de la célebre escuela se sientan, cabe José, Saulo de Tarso y Esteban, el futuro Protomártir. Tres buenos amigos, sin duda. Mañana serán tres vasos de elección: serán tres Santos...

Ínterin, Jesús de Nazaret ha empezado a asombrar al pueblo judío con su celestial doctrina y portentosos milagros.

El día de la maravillosa curación del paralítico de la piscina probática, José el chipriota está presente. Sus dudas se disipan al punto ante el estupendo prodigio: cree en la misión divina de Jesús y se abre generosamente a la gracia cristiana. Entusiasmado, corre a contar a su tía María —madre de Juan Marcos— cuanto ha visto y oído. Toda la familia cree por su palabra. Son las primicias de un pródigo apostolado.

José no llega a ser apóstol de Cristo, pero sí discípulo. Acaso uno de los setenta y dos. Después de Pentecostés, es de los primeros en dar ejemplo de aquel desasimiento admirable que hará exclamar a San Juan Crisóstomo: «La Iglesia de Jerusalén parecía en su cuna una república de ángeles». Expresamente le nombran los Hechos, diciendo: «Vendió el campo que tenía, y llevó el precio, y lo puso a los pies de los Apóstoles».

Desde este momento, sea por su entusiasmo religioso, sea por su elocuencia o por su alta posición social, ocupa un lugar preeminente en el Colegio de los Doce. Asiste a sus asambleas y su voz es escuchada siempre con respeto. Los Apóstoles le llaman Bernabé, que vale tanto como hijo del consuelo, de la profecía y de la exhortación inspirada.

Estamos, más o menos, en el año 38. Pablo de Tarso, tras el milagroso episodio del camino de Damasco —misterio de la gracia, estrella que ilumina veinte siglos de Cristianismo—, acaba de convertirse inopinadamente en trofeo de Jesús y heraldo de su Evangelio. Pero la Iglesia de Jerusalén recela del antiguo perseguidor. Bernabé, interponiendo su autoridad, introduce a Pablo en la comunidad de los fieles. «Entonces —dicen los Hechos— tomó de la mano a su amigo, lo llevó a los Apóstoles y les contó cómo se le había aparecido el Señor en el camino». Esta es la gran gloria de Bernabé: haber descubierto el mérito extraordinario del Apóstol de las Gentes.

Poco después de. este memorable acontecimiento, Bernabé —el hombre de confianza— es puesto al frente de la Iglesia de Antioquía «para que brille como antorcha' en medio de una generación ignorante y perversa». Su alma y su corazón arden en latidos redentores; más es mucha la mies y pocos los operarios. Bernabé se acuerda de su amigo Pablo, que está retirado en Tarso, y lo asocia a su obra misionera, juntamente con su sobrino Juan Marcos. El Espíritu Santo los lanza impetuosamente a la conquista de las almas. ¿Dónde predicarán? No importa dónde: en todas partes saldrán fiadores por el nombre de Jesús. ¿Para qué un plan premeditado?

De Antioquía pasan a Chipre. En la ciudad de Pafos logran un resonado triunfo con la conversión del Procónsul Sergio Paulo. De aquí cruzan al Asia Menor. En Antioquía de Pisidia «predican en las sinagogas de los judíos), siendo mal acogidos por los de su raza. «Pues no queréis oír la palabra de Dios —les dicen con entereza—, predicaremos a los gentiles». Y se van por las ciudades de Licaonia. Iconio, Derbe y Listra oyen de sus labios la voz del Evangelio. En Listra florece el milagro en las manos de los misioneros y quieren adorarlos como a dioses. Mas pronto se apaga el primer fervor y tienen que huir a Siria, luego de ser lapidados. Poco después asisten al Concilio de Jerusalén, donde se rinde pública alabanza a dos muy amados «hermanos» Bernabé y Pablo, que han expuesto sus vidas por el nombre de Jesús».

Y aquí termina la historia de esta prodigiosa misión apostólica. El Evangelista no nos dice más. Según una tradición veneranda, Bernabé —Apóstol de su Patria— muere martirizado en Salamina, capital de Chipre. La Iglesia lo menciona en el Canon de la Misa.