I DOMINGO DE CUARESMA
Comentario al Evangelio
A continuación,
el Espíritu le empuja al desierto. El mismo Espíritu, que había bajado en forma
de paloma. «Vio—dice—que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, como paloma,
bajaba y se quedaba con él». Fijaos en lo que dice: se quedaba, es decir, se establecía
de forma permanente, nunca lo abandonaría. Juan mismo dice en otro Evangelio:
«El que me envió, me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él» . En Cristo el Espíritu Santo bajó y se quedó, en los hombres
baja, mas no se queda permanentemente. En el libro de Ezequiel, que
personalmente es figura del Salvador, pues a ningún otro de los profetas—hablo
de los antiguos—se le llama «hijo del hombre», como a Ezequiel, en el libro de
Ezequiel, digo, no transcurren veinte o treinta versículos, cuando se dice
inmediatamente: «La palabra del Señor fue dirigida al profeta Ezequiel» . Es
posible que alguien se pregunte: ¿por qué se dice esto tantas veces del
profeta? Porque el Espíritu Santo bajaba ciertamente al profeta, mas se retiraba
de nuevo. Cada vez que se dice: «La palabra del Señor fue dirigida», se indica
que el Espíritu Santo, que se había retirado, venía de nuevo a él. Pues, cuando
nosotros nos dejamos arrastrar por la ira, cuando denigramos, cuando somos
presa de una tristeza que conduce a la muerte, cuando nuestro pensamiento está
puesto en las cosas propias de la carne, ¿podemos pensar que el Espíritu Santo
permanece en nosotros? ¿Y podemos esperar que permanezca en nosotros el
Espíritu Santo, si odiamos al hermano o si maquinamos cosas inicuas? Por tanto,
si alguna vez nos proponemos algo bueno, sepamos que el Espíritu Santo
permanece en nosotros; si nos proponemos algo malo, signo es de que el Espíritu
Santo se ha retirado de nosotros. Por ello se dice con respecto al Salvador:
«Aquel sobre el que veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es...» .
«A continuación, el Espíritu le empuja al desierto». Este mismo Espíritu es el
que empuja al desierto a los monjes, cuando, viviendo con sus padres desciende
y permanece sobre ellos. El Espíritu Santo es el que les saca de casa y les
conduce a la soledad. Pues el Espíritu Santo no se siente a gusto donde hay
multitud y tropel, donde hay discordia y riñas. De ahí que nuestro Señor y
Salvador, cuando quería orar, «se retiraba solo al monte—como dice el
Evangelio—y allí oraba durante toda la noche» . Durante el día estaba con sus
discípulos, durante la noche se dedicaba a orar al Padre por nosotros. ¿Por qué
digo todo esto? Porque algunos hermanos suelen decir: si estoy en un convento,
no podré orar solo. ¿Acaso nuestro Señor despedía a los discípulos? Permanecía
con ellos, mas, cuando quería orar más intensamente, se retiraba solo. Así
también nosotros, cuando queramos orar más de lo que hacemos comunitariamente, utilicemos
la celda, los campos, el desierto. Podemos poseer los valores comunitarios
juntamente con la soledad.
«Estaba entre
los animales y los ángeles le servían». Jesús estaba entre los animales y, por
ello, los ángeles le servían. «No entregues a los animales—dice la Escritura—el
alma que te reconoce» , Estos animales son los que el Señor pisoteaba con el
pie del Evangelio, es decir, pisoteaba al león y al dragón. «Y los ángeles le
servían». No debe considerarse como algo grande y maravilloso el que los
ángeles sirvieran a Dios, pues no hay nada de extraordinario en que los siervos
sirvan al Señor, pero todo esto se dice del hombre, asumido por Dios. «Estaba
entre los animales». Dios no puede estar entre los animales, pero su carne, que
está sujeta a las humanas tentaciones, aquel cuerpo, aquella carne, que sintió
sed, que sintió hambre, esa misma carne es tentada, y vence, y en ella vencemos
nosotros.
San Jerónimo