Comentario al Evangelio
II DOMINGO DE CUARESMA
Forma Extroardinaria del Rito Romano
«Y seis días después toma Jesús consigo a Pedro,
Santiago y Juan». «Seis días después». Pedid al Señor que estas cosas sean
explicadas según el mismo Espíritu, por quien han sido dictadas. «Y sucedió
seis días después». ¿Por qué no nueve, o diez, o veinte, o cuatro, o cinco días
después? ¿Por qué no se toma ningún número anterior o posterior, sino que se
elige precisamente el seis? «Y sucedió, dice el Evangelio, seis días después».
Éstos que están con Jesús —al menos se dice de algunos de los que están allí—:
éstos no verán el reino de Dios, hasta después de seis días. Es decir, que
hasta que no haya pasado este mundo representado en los seis días, no aparecerá
el reino verdadero. Cuando hayan pasado los seis días, quien fuere Pedro, es
decir, quien, como Pedro de la piedra, haya recibido de Cristo el nombre,
merecerá ver el reino. Pues así como de Cristo nos llamamos cristianos, de la
piedra es llamado Pedro, o sea, petrinos. Y si alguien de entre nosotros fuera
un petrinos tal, esto es, tuviera una fe tan grande que sobre él se edificase
la Iglesia de Cristo; si alguien fuera como Santiago y Juan, hermanos no tanto
por la sangre cuanto por el espíritu; si alguien fuera Santiago, esto es, el
que derriba, y Juan, esto es, gracia del Señor (pues cuando hayamos derribado a
nuestros enemigos, entonces mereceremos la gracia de Cristo); si alguien
estuviera en posesión de las verdades más sublimes y del conocimiento más
excelente, y mereciera ser llamado hijo del trueno, aún entonces es necesario
que sea llevado por Jesús al monte.
Observad al mismo tiempo que Jesús no se transfigura
mientras está abajo: sube y entonces se transfigura. Y los lleva a ellos solos,
aparte a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se
volvieron resplandecientes y blanquísimos 14. Incluso hoy en día Jesús está
abajo para algunos, y arriba para otros. Los que están abajo tienen también
abajo a Jesús y son las turbas que no pueden subir al monte —al monte suben tan
sólo los discípulos, las turbas se quedan abajo—; si alguien, por tanto, está
abajo y es de la turba, no puede ver a Jesús en vestidos blancos, sino en
vestidos sucios. Si alguien sigue la letra y está totalmente abajo y mira la
tierra a la manera de los brutos animales, éste no puede ver a Jesús en su vestidura
blanca. Sin embargo, quien sigue la palabra de Dios y sube al monte, es decir,
a lo excelso, para éste Jesús se transfigura al instante y sus vestidos se
hacen blanquísimos.
Si esto, que hemos leído, lo interpretamos
literalmente, ¿Qué tiene en sí de radiante, de espléndido, de sublime? Mas, si
lo interpretamos espiritualmente, las Sagradas Escrituras, esto es, los
vestidos de la Palabra, se transfiguran al instante y se hacen blancos como la
nieve, tanto que ningún batanero en la tierra seria capaz de hacer 15. Toma
cualquier texto de los profetas, o cualquier parábola evangélica: si lo
interpretas literalmente, no tiene en sí nada de espléndido, nada de radiante.
Mas, si sigues a los apóstoles y lo interpretas espiritualmente, al instante se
transforman los vestidos de la parábola y se hacen blancos: y Jesús se
transfigura totalmente en el monte y sus vestidos se hacen muy blancos, como la
nieve, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de
ese modo. Quien está en la tierra, quien está abajo, no puede blanquear los
vestidos, pero quien sube al monte con Jesús y, por así decir, deja la tierra
abajo y se dispone a ascender a regiones altas y celestes, éste puede blanquear
los vestidos como ningún batanero en la tierra sería capaz de hacerlo.
Alguien podría decirme o, aunque no lo diga, podría
pensar para sus adentros: has explicado qué es el monte y has dicho qué es la
palabra de Dios. Has dicho también que los vestidos son las Sagradas
Escrituras, dime quiénes son esos bataneros que no son capaces de dejar unos
vestidos tan blancos como los de Jesús. El trabajo de los bataneros consiste en
blanquear lo que está sucio, cosa que no pueden llevar a cabo sin esfuerzo,
pues es necesario estrujar la ropa, lavarla, y tenderla al sol. Si no es con
mucho trabajo no llegan a adquirir el color blanco los vestidos sucios. Platón,
Aristóteles, Zenón, el principal de los estoicos 16, y Epicuro, defensor del
placer, quisieron blanquear sus sórdidas teorías, por así decir, con blancas
palabras, pero no pudieron conseguir unos vestidos tan blancos como los que
posee Jesús en el monte. Porque estaban en la tierra y discutían solamente de
cosas terrenas. Por ello, pues, ningún batanero, esto es, ningún maestro de la
literatura mundana pudo blanquear tanto los vestidos como los tenía Jesús en el
monte.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban
con Jesús 17. Si no hubiesen visto a Jesús transfigurado, si no hubiesen visto
sus vestidos blancos, no hubieran podido ver a Elías y Moisés, que conversaban
con Jesús. Mientras pensemos como los judíos y sigamos con la letra que mata,
Moisés y Elías no hablan con Jesús y desconocen el Evangelio. Ahora bien, si
ellos hubieran seguido a Jesús, hubieran merecido ver al Señor transfigurado y
ver sus vestidos blancos, y entender espiritualmente todas las Escrituras, y
entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elías, esto es, la ley y los
profetas, y hubieran conversado con el Evangelio.
«Y se les aparecieron Elías y Moisés y conversaban
con Jesús.» En el Evangelio según San Lucas se añade esto: «Y le anunciaban de
qué modo iba a padecer en Jerusalén.»18 Esto es lo que dicen Moisés y Elías, y
se lo dicen a Jesús, es decir, al Evangelio. «Y le anunciaban de qué modo iba a
padecer en Jerusalén.» Por tanto, la ley y los profetas anuncian la pasión de
Cristo ¿Véis cómo es provechoso para nuestro alma la interpretación espiritual?
Los mismos Moisés y Elías son vistos con vestiduras blancas, vestiduras
blancas, que no poseen, mientras no están con Jesús. Si lees la ley, esto es, a
Moisés, y si lees a los profetas, esto es, a Elías, y no los entiendes en
Cristo, tampoco entenderás cómo Moisés habla con Jesús y cómo Elías habla con
Jesús. Mas, si interpretas a Moisés sin Jesús y a Elías sin Jesús, tampoco le anuncian
ellos consiguientemente la pasión, ni suben al monte con él, ni tienen sus
vestiduras blancas, sino totalmente sucias. Ahora bien, si sigues la letra,
como hacen los judíos, ¿de qué te aprovecha leer que Judá se acostó con su
nuera Tamar, que Noé se emborrachó y se desnudó o que Onán, hijo de Judá, hizo
una cosa tan torpe que me avergüenzo de decir? ¿De qué, repito, te aprovecha
esto? Mas si, por el contrario, lo interpretas espiritualmente, verás cómo los
vestidos de Moisés se hacen blancos.
Así, pues, Pedro, Santiago y Juan, que habían visto a
Moisés y Elías sin Jesús, precisamente porque vieron que conversaban con Jesús
y que tenían los vestidos blancos, se dan cuenta de que están en el monte.
Realmente estamos en el monte, cuando entendemos las Escrituras
espiritualmente. Si leo el Génesis, o el Éxodo, o el Levítico, o los Números, o
el Deuteronomio, mientras leo carnalmente, me veo abajo, mas, si entiendo
espiritualmente, subo al monte. Te darás cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan,
viendo que estaban en el monte, esto es, en la comprensión espiritual,
desprecian las cosas bajas y humanas y desean las cosas excelsas y divinas: no
quieren descender a la tierra, sino detenerse enteramente en las cosas
espirituales.
Y tomando la palabra, dice Pedro a Jesús: «Rabbí,
bueno es estarnos aquí.» 19 También yo mismo, cuando leo las Escrituras y
entiendo espiritualmente algo más excelso, no quiero descender de allí, no
quiero descender a cosa más bajas: quiero hacer en mi pecho una tienda para
Cristo, para la ley y para los profetas. Por lo demás, Jesús, que ha venido a
salvar lo que estaba perdido, que no ha venido a salvar a los que son santos
sino a los que se encuentran mal, él sabe que si el género humano estuviera en
el monte, no se salvaría, a no ser que descendiera a tierra.
Rabbí, bueno es estarnos aquí. Hagamos tres tiendas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías 20. ¿Había acaso árboles en
aquel monte? Y aún en el caso de que hubiese habido árboles y telas, ¿podemos
pensar que es esto lo que Pedro quería hacer, es decir, hacerles unas tiendas,
para que habitasen allí, y que es esto todo lo que Pedro pretendía? Quiere
hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés, y otra para Elías, es
decir, quiere separar la ley, los profetas, y el Evangelio, cosas que no pueden
separarse. De todos modos, esto es lo que dice: «Hagamos tres tiendas, una para
ti, otra para Moisés, y otra para Elías.» ¡Oh Pedro, aunque hayas subido al
monte, aunque estés viendo a Jesús transfigurado, aunque veas sus vestidos
blancos, sin embargo, porque Cristo aún no ha muerto por ti, todavía no puedes
conocer la verdad! Que alguien diga: «Hagamos tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías», esto es como decirle al Señor: «Voy a hacer una
tienda para ti, y otras semejantes para tus siervos. » Cuando se tributa el
mismo honor a personas de distinto rango, se hace injuria a la de rango
superior. «Hagamos tres tiendas.» Tres eran los apóstoles que había en el
monte. Estaba Pedro, estaba Santiago y estaba Juan, y lo que Pedro pretende es
que cada uno de los tres personajes (Jesús, Moisés y Elías) tomen consigo a uno
de los tres apóstoles. No sabía, pues, lo que decía, al tributar el mismo honor
al Señor y a los siervos 21. En realidad hay una sola tienda para el Evangelio,
para la ley, y para los profetas. Si no habitan juntamente, no puede haber
concordia entre ellos.
Y se formó una nube, que les cubrí con su sombra 22.
La nube, según Mateo, era luminosa 23. A mí me parece que esta nube era la
gracia del Espíritu Santo. Una tienda ciertamente cubre y protege con su sombra
a los que están dentro de ella. Pues bien, esto, que ordinariamente hacen las
tiendas, lo hizo la nube. ¡Oh Pedro, que quieres hacer tres tiendas, mira la
tienda del Espíritu Santo, que a todos nosotros igualmente nos protege! Si tú
hubieses hecho estas tiendas, las hubieras hecho ciertamente humanas, esto es,
las hubieses hecho de modo que dejaran fuera la luz y acogieran dentro la
sombra. Esta nube, sin embargo, es lúcida y cubre al mismo tiempo; esta es la
única tienda, que no excluye, sino que incluye el sol de justicia. Y además el
Padre te dirá: «¿Por qué haces tres tiendas? Aquí tienes la verdadera tienda.»
Mira también el misterio de la Trinidad, al menos según mi manera de
entenderlo, pues yo todo lo que soy capaz de entender, no lo quiero entender
sin Cristo, el Espíritu Santo, y el Padre. Nada de ello puede serme agradable,
si no lo entiendo en la Trinidad, que me ha de salvar.
Se formó una nube lúcida, y vino una voz desde la
nube, que decía: «Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle.»24 Lo que viene a
decir el Evangelio es esto: ¡oh Pedro, qué dices: «Os haré tres tiendas, una
para ti, otra para Moisés, y otra para Elías», no quiero que hagas tres
tiendas! He aquí que yo os he dado la tienda, que os protege. No hagas tiendas
igualmente para el Señor y para los siervos. «Éste es mi Hijo amadísimo,
escuchadle.» Éste es mi Hijo: no Moisés, no Elías. Ellos son siervos, éste es
Hijo. Éste es mi Hijo, es decir, de mi naturaleza, de mi sustancia, Hijo, que
permanece en mi y es totalmente lo que yo soy. «Éste es mi Hijo amadísimo».
También aquellos son ciertamente amados, pero éste es amadísimo: a éste, por
tanto, escuchadle. Aquellos lo anuncian, mas vosotros a éste tenéis que
escuchar: Él es el Señor, aquéllos son siervos como vosotros. Moisés y Elías
hablan de Cristo, son siervos como vosotros. El es el Señor, escuchadle. No
honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: escuchad sólo al Hijo de
Dios.
Mientras habla el Padre de este modo y dice: «Éste es
mi Hijo amadísimo, escuchadle», no aparece el que habla. Habla una nube y se
oía la voz, que decía: «Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle.» Hubiera podido
suceder que Pedro dijese: está hablando de Moisés o de Elías. Pues bien, para
que no les cupiera ninguna duda, mientras habla el Padre, a aquellos dos
(Moisés y Elías) se les hace desaparecer, y permanece Cristo solo. «Éste es mi
Hijo amadísimo, escuchadle.» Se pregunta Pedro en su corazón: ¿quién es su
Hijo? Yo veo a tres, ¿de quién está hablando? Y mientras trata de averiguar
quién es, ve a uno solo. Y de pronto, mirando en derredor, buscando a los tres,
encuentra solamente a uno. Es más, perdiendo a los tres, encuentra a uno. O
mejor aun: en uno descubren a los tres. Pues mejor se descubre a Moisés y
Elías, si se les inserta en Cristo.
Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a
nadie 25. Yo, cuando leo el Evangelio y descubro allí el testimonio de la ley y
los profetas, pongo mi atención solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los
profetas, de manera que los comprendo, en tanto en cuanto hablan de Cristo. Al
final, cuando llegue al esplendor de Cristo y lo vea como luz brillantísima de
claro sol, entonces no podré ver la luz de una lámpara. ¿Acaso una lámpara
puede iluminar, si se enciende de día? Si luce el sol, la luz de la lámpara no
se percibe: de este mismo modo, estando Cristo presente, no se perciben a su
lado en absoluto la ley y los profetas. No pretendo minusvalorar la ley y los
profetas, al contrario, hago de ellos una alabanza, porque anuncian a Cristo,
pero yo leo la ley y los profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a
través de ellos, llegar a Cristo.