COMENTARIO AL
EVANGELIO
I DOMINGO DE PASIÓN
San Jerónimo
"El Señor me ha advertido y he
llegado a entenderlo. Tú, Señor, me has manifestado sus maniobras. Yo era como
un manso cordero que es llevado al matadero, ignorante de las tramas que
estaban urdiendo contra mí. "¡Destruyamos el árbol con su fruto, arranquémoslo
de la tierra de los vivos y no se recuerde más su nombre!". ¡Pero tú,
Señor omnipotente, que juzgas con justicia y ves los sentimientos y los
pensamientos, haz que yo pueda ver tu venganza contra ellos, porque a ti he
confiado mi causa!" Is 11, 18-20
Es opinión
común de todos los Padres de la Iglesia que deba aquí entenderse que es Cristo
quien, por boca de Jeremías, pronuncia talas palabras por ser a Él a quien el
Padre enseñó de qué modo convenía que hablase, le dio a conocer los designios
de los judíos y Él, cual como cordero conducido al matadero, no abrió su boca y
no conoció –entiéndase “pecado”, de acuerdo con aquello que dice el Apóstol:
Él, que no había conocido pecado alguno, se convirtió en pecado por nosotros; y
cuando tomaron aquella decisión de : “Destruyamos el árbol con su fruto (es decir, la cruz con el cuerpo del Salvador,
pues el mismo es quien afirma: Yo soy el pan que cae del cielo), y erradiquémoslo
-o bien, arranquémoslo- de la tierra de los vivos. Este es, pues, el crimen que
urdieron en sus mentes para hacer desaparecer su nombre para siempre. Pero en
cambio, a tenor del sacramento de su imperecedero cuerpo, el Hijo le habla al Padre
y, alabando su justicia e invocando a Dios como escrutador de las entrañas de
los corazones, solicita su juicio para darle al pueblo su merecido y dice: Veré
yo la venganza que desencadenarás Tú contra ellos, es decir, contra quienes
perseveran en su pecado, no contra los que se enmiendan por medio de la penitencia
y acerca de los cuales suplica Él en la cruz: Padre, perdónales porque no saben
lo que hacen. Invoca al Padre y pone de manifiesto su causa, pues no es por sus
propios méritos, sino por los pecados del pueblo por los que fue crucificado,
como lo testimonian aquellas palabras por él pronunciadas: He aquí que viene el
príncipe de este mundo y en mí no halla tacha alguna.