¿A quién podríamos ahora hallar que mas supiese de llegarse a Dios que a su Madre bendita, que le concibió en su mente por fe, en su corazón por amor, y en sus entrañas vistiéndole de ellas para nuestra redención? ¿Quién así supo mirar, como la que hizo que mirase el Señor la humildad de su sierva? Y ¿quién así supo llorar, como la que fue atravesada de tantos cuchillos de dolor; y quién así supo hablar, como la que dijo: engrandece mi alma al Señor por las grandezas que de Él he recibido? Y, finalmente, ¿quién así supo hablar, que con decir: fiat mihi secundum verbum tuum, se hizo hija del Padre y madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo? No busquemos otro maestro, pues otro tal entre las puras criaturas no le podemos hallar, sino que con humildad le supliquemos nos favorezca para entender y obrar las palabras del tema, diciéndole mente pía:
Ave María,
gratia plena,
Dominus tecum,
benedicta tu in muliéribus,
et benedictus fructus ventris tui Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei,
ora pro nobis peccatoribus,
nunc et in ora mortis nostrae.
Amen.
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Conviene, pues, amado lector, que notes bien las cosas siguientes, teniendo por cierto que, si esta virtud guardares -la de la humildad- en tu pecho, ella te librará de todo mal. Porque está escrito que a los humildes da el Señor la gracia y a los soberbios resiste. Y así, para animarte más en el alcance de esta joya preciosa, mira que, siendo tan complida de todas las virtudes la Virgen y Madre de Dios, ella misma dice engrandece al Señor porque miró la humildad de su sierva. Y que por esto la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Considera bien que entre todas las virtudes te dice el Señor que aprendas de la humildad y la mansedumbre. Y esto baste para que más principalmente nos ejercitemos en ella y en el cómo la poseeremos.